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El velador

Por Luis Humberto Muñoz Vazquez

Panoramas de Reflexión

            “En un pueblo alojado en la sierra mazateca. Un pueblo que para llegar a él desde la ciudad más cercana e importante se necesitaban dos días de camino a caballo, pues no tenía acceso a vehículos, ni siquiera de esos de doble tracción, solo tenía brechas para pisadas de semovientes. Era un pueblo como todavía hay muchos en nuestro país. En el pueblo vivía un hombre que era el velador de un viejo mesón; llevaba trabajando en el mesón más de 20 años y nunca había hecho otra cosa en la vida que no fuera trabajar ahí como velador, ni siquiera había terminado la instrucción primaria.

            Algunos años transcurrieron y llegó el día en que el dueño de ese antiguo mesón murió y dejó como herencia ese viejo negocio a un joven hijo suyo. Era un joven con ideas modernas, había estudiado en la capital oaxaqueña y era ya un flamante licenciado en Mercadotecnia. Cuando tomó posesión de su herencia, había en el mesón 2 cocineras, 2 recamareras, 2 mozos y nuestro amigo el velador. Aunque el pueblo estaba perdido en la sierra, había también otros poblados más pequeños a su alrededor que lo hacían más concurrido e importante en su actividad comercial, por lo que el mesón tenía buena clientela. El nuevo patrón reunió una tarde a todo su personal con el objeto de darles a saber los nuevos lineamientos de trabajo a seguir, así como los nuevos requisitos que debían cumplir para seguir trabajando, es decir ‘el perfil’ de sus puestos, por lo que habló por este último motivo por separado con cada uno de sus empleados. Pasaron los días y el patrón mando a traer a su presencia al velador para comunicarle que debido a que apenas sabía leer, escribir y hacer unas pequeñas sumas aritméticas, quedaba despedido del mesón; no obstante, seria liquidado conforme a la ley por lo que no quedaría desamparado y gozaría de una pequeña fortuna para emprender tal vez un pequeño negocio. Le explicó el patrón hábilmente al velador, que su despido no era algo personal, sino que necesitaba de gente más capacitada y desafortunadamente tenía que prescindir de sus servicios. Tremendo impacto emocional se llevó este pobre hombre que tenía 45 años, vivía completamente solo y no sabía hacer nada, ni siquiera tenía un oficio, no se había preocupado por aprenderlo. Pasó varios días en su casa pensando y llorando. ¿Qué hacer?, se preguntaba. Pasaron los días y tomó la decisión de aprender un oficio. Fue a visitar a un amigo que era el carpintero del pueblo; éste lo recibió con mucho afecto, escuchó atentamente de los labios del ex velador la situación por la que estaba pasando y le dijo que, si le podía enseñar su oficio, sólo que necesitaba comprar un poco de herramienta, la indispensable para iniciarse en el oficio. Al día siguiente, atendiendo el consejo del carpintero, nuestro amigo el ex velador alquiló un caballo, cabalgó dos días hacia la ciudad más cercana y compró un poco de herramienta, así como algunos accesorios como: clavos, tornillos, tuercas, rondanas, bisagras, taquetes, cola, etc. Y con la misma se regresó de inmediato para el pueblo. No había terminado de guardar la herramienta y accesorios que había comprado nuestro amigo, cuando una persona llamó a su puerta, era otro amigo, el farmacéutico que iba a pedirle prestado un martillo, pues sabía que había llegado recientemente de la ciudad y que había comprado algunas herramientas. Cuando el farmacéutico vio el nuevo martillo que le prestaban, inmediatamente le ofreció, dos, tres, ¡qué digo!, cinco veces el valor que había pagado por él nuestro amigo en la ciudad. Al principio el ex velador dudo un poco, pero el farmacéutico lo convenció, le dijo que podía ir de nuevo a la ciudad y comprar otro martillo y cualquier otra herramienta que la gente le encargara, pues tenía todo el tiempo para ir y venir cuantas veces quisiera, puesto que ya no trabajaba como velador y que, además, no toda la gente tenía la disposición de ausentarse por más de cuatro días del pueblo. El ex velador tomo la idea del farmacéutico muy en serio, le vendió el martillo y otras herramientas. Y se corrió la voz, y el ex velador empezó a traer herramientas a la gente del pueblo. Al principio por encargo y después, con las jugosas ganancias que obtenía, las traía para venderlas por su cuenta hasta que montó una bien surtida ferretería en el pueblo. Encontró y satisfizo una verdadera necesidad que tenía la gente del lugar. No se imaginan ustedes cuan rico se hizo, tanto éxito obtuvo que también decidió apoyar en todo lo que pudo a la gente necesitada, favorecía mucho a los pobres. Por su calidad altruista y por el éxito comercial que había logrado con su ferretería, las autoridades municipales del lugar, decidieron hacerle un reconocimiento. Le otorgaron un diploma que reconocía la gran labor comercial y altruista que había emprendido en beneficio de la gente del pueblo. Recibió el documento, lo miró un buen rato y se le rodaron las lágrimas. Apenas pudo leer el contenido del diploma y pensó: “Si yo hubiera estudiado en mi infancia, si yo hubiera ido a la escuela y le hubiera hecho caso a mis padres cuando a ella me mandaban, no hubiera quizás tardado tanto en alcanzar el éxito, no hubiera pasado por tantos obstáculos para amasar y conservar la fortuna que ahora tengo, las puertas se me hubieran abierto mucho más fácil y no habría pasado tantos desvelos, primero como velador y luego para cuidar mi inventario y mis activos por causa de mi ignorancia, cuantas veces no me habrán fregado. Ahora comprendo Dios mío qué importante es para nosotros el estudio, aunque sea lo básico, si la vida no nos ofrece más oportunidades”. Agradeció amablemente el reconocimiento y sin decir una palabra se retiró y se perdió entre la gente sin hablar con nadie”.

            Es factible que una persona que apenas sepa leer y escribir pueda amasar una gran fortuna producto del intenso trabajo, de su dedicación y esfuerzo, con un poco de suerte, poniendo el puesto donde se necesita y rodeándose de verdaderos amigos; esto puede lograrse, yo sé de algunos ejemplos y de aquí de Martínez. Si es usted amigo lector un padre de familia, muestre esta metáfora de autor desconocido a sus hijos, tal vez le sirvan; y si es usted un joven estudiante, métase en la cabeza esta historia a sí mismo, también tal vez le sirva. El “hubiera” no existe, es en sí un tiempo imperfecto del verbo haber, hagámoslo perfecto, tan perfecto que cumplamos siempre con dedicación, nuestros más caros objetivos y las metas propuestas. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

Luis Humberto.

Integrante de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A. C. (REVECO).