Ya son muchos años de confrontación, muchos años de odiarnos los unos a los otros, el país está enfermo de odio y parece que, por desgracia de todos, nos está seduciendo eso de odiar.
Cualquier tema, aún los que debería unirnos, causan una profunda confrontación. Parece que no hay salida fácil en esta autopista que transitamos de la polarización, después a la confrontación, para asentarnos finalmente en el odio.
Nunca antes, que yo recuerde, el odio se había utilizado como plataforma política de estado en nuestro país, no fue suficiente el divide y vencerás, ahora lo que se inocula entre los mexicanos es el odio profundo entre nosotros. El pronóstico de esta estrategia de odio es de resultados reservados, imposible creer que se pueda controlar políticamente a largo plazo una sociedad que se odia.
El odio es un sentimiento humano, posiblemente se trate del sentimiento más humano que exista, que nos provoca un insano deseo de enojo y repulsión al que supuestamente creemos nos lo causa, y digo supuestamente, porque se trata de una emoción reprobable que deberíamos evitar bajo cualquier supuesto, pero que bajo la manipulación a la que estamos expuestos, ni siquiera podemos estar seguros de estar odiando al que al que debemos odiar.
Por lo regular este odio, cuando es utilizado como estrategia política, se dirige hacía los enemigos u opositores del poder. Ya sucedió en otras latitudes y en otros momentos de la historia, desde el poder se ha señalado a quien odiar y lo peor, como odiar al otro.
En primer lugar, se recurre a deshumanizar al que se tiene que odiar, retirarle cualquier rasgo de individualidad, etiquetarlo con nuevas categorías que lo despojen de lo que es y de lo nos pueda ser afín o con lo que nos podamos sentir semejantes.
Dejan de ser mexicanos, con facilidad e inventiva desarrollamos nuevos términos para referirnos a ellos, ahora son Chairos, derechairos, fifís, conservadores, señoritingos, morenacos, peleles, chayoteros, blanquitos, derrotados, pirrurris, resentidos y los que se sumen en las próximas semanas.
Hasta el momento la estrategia del odio ha funcionado, hemos perdido el tiempo odiándonos profundamente y dejamos de atender como ciudadanos lo que realmente es importante. No podemos olvidar que es más fácil destruir las ideas que a las emociones, el odio persiste mucho más tiempo que la idea que lo originó y por eso los políticos nos manipulan con el odio para dividirnos. Las ideologías en muchas ocasiones se construyen con ideas de lo que no existe y se entrelazan fuertemente con emociones poderosas como el odio para prevalecer.
No debemos odiar al Chairo o al Conservador, al morenaco o al fifí, en todo caso solo son etiquetas para facilitar despojar de cualquier humanidad al pretendido odiado. Lo que deberíamos estar haciendo es despreciar profundamente todo lo que nos ofende como mexicanos.
Podemos empezar por despreciar y señalar críticamente que no estamos de acuerdo con que mueran miles de niños y niñas con cáncer por no contar con sus medicinas, también es buen momento de rechazar contundentemente la violencia brutal que pretenden, desde hace muchos años, normalizar desde el poder, del color que sea.
Iniciemos con lo que nos une, con lo que como mexicanos todos, nos debe ofender y lastimar, no permitamos que sea el odio y el resentimiento el que nos gobierne.
Al fin de cuentas, creo que nadie voto por odio y resentimiento.
Pero puedo estar equivocado y eso explicaría muchas cosas, votamos con odio y resentimiento y para mala suerte para nosotros, eso es justamente lo que nos gobierna.
Lo bueno es que esta en nosotros si decidimos odiar o no.