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Aventura en el norte (parte I)

Por José Antonio Medina Aguilar

PIENSO, LUEGO EXISTO

Por Akiles Boy *

Una mañana de octubre, los noventas estaban en la recta final. Octavio apuró su café y un ligero desayuno para salir veloz a su empleo de profesor en una escuela preparatoria de la capital. Tenía tres años de haberse mudado a San Bartolo, un pueblo encantador y con la paz proverbial de la provincia veracruzana. En ese mágico pueblo nació Gabriel su segundo y último hijo, y con él cerraba la cuenta de una familia que siempre deseó y pensó ya estaba preparado para guiar hacia el futuro junto con Lilia, la esposa, que con gran bondad y tino, Dios puso en su camino y sería su inseparable y valiosa compañera de vida.

Instalado en un asiento del autobús, que abordaba  a tres cuadras de su sagrado espacio, medita un poco en su pasado remoto. Los años de su infancia que vivió compartiéndolo todo y con el esfuerzo increíble de Elena y Carlos, sus padres, que gracias a ellos tenía una profesión, no así cumplidas sus expectativas de vida, que sentía insatisfechas en el tramo que llevaba recorrido.

Ser profesor le agradaba. Reconocía la importancia y el valor de la docencia. Su ímpetu le hacía sentir que enseñar a otros, que sembrar en otros la  inquietud por aprender, por practicar sin descanso y sin prejuicios la reflexión y la crítica, hace más libres a las personas, más creativas, más responsables de su vida y solidarios con los demás. Alguna vez, hasta elucubró con la idea de si podrían estar escondidos su cuerpo genes de educador, pues varios de sus tíos ejercían con éxito personal y económico esa actividad. Siempre trae a su mente la recomendación de Doña Elena. “Estudia para profesor hijo, ve que a tus Tíos no les va mal”, machacando las frases “Viven bien”, “Traen vehículo y salen de vacaciones cada año”.

Octavio fue sordo al consejo de su mamá, desde la primaria se gestó en él la firme decisión de estudiar Derecho, ser abogado y después político como su héroe nacional favorito, Benito Juárez. Nada ni nadie le haría cambiar de idea ni ruta. Después de la secundaria, curso la preparatoria en su pueblo, cobijado por el intenso sol del verano y el crudo frío del invierno en los años setenta, tiempos de quietud y estabilidad social en la provincia mexicana.

Como un consumado incrédulo hacía las predicciones y como una jugada del destino, Octavio se vio obligado a probar suerte en el apasionante mundo de la educación. Estaba convencido de la nobleza de esa labor, del gran compromiso social que entraña y sus repercusiones en el desarrollo de la comunidad. Es quizá un discurso romántico que no muchos comparten, pero los ideales grabados en su cerebro, seguían vigentes desde esa niñez en la que aceptó el reto de prepararse y madurar para trascender, aunque tuviera que derribar obstáculos y hacer el mayor esfuerzo por lograrlo.

Dicen que Dios lleva por el rumbo seguro, aunque no sea el mismo que quieres o soñaste. Octavio cumplía con diligencia y buen ánimo ese rol de catedrático de Historia, Taller de Lectura y Redacción, Filosofía y Textos Políticos y Sociales, sin embargo su aspiración era mayor, que no es crimen o locura. Las presiones económicas en el hogar, le producían agitación, agobio y le despertaban la inconformidad. Serían muchos meses, más de un año, se le hizo largo el  tiempo en que estuvo parado en ese sitio, un centro escolar en los suburbios de la ciudad, atendiendo estudiantes de clase media, la mayoría expulsados o desertores del sistema formal, y algunos con más edad, que trabajaban en la semana y su única opción era la modalidad de educación abierta. Sentía que su vida requería de una vuelta de tuerca y subir más aprisa los escalones. Estaba cerca de los treinta y ocho años. Esta historia continuará. Hasta la próxima.

Julio 4 de 2021

*Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.