Columnistas

Mordaza nueva al periodismo

Por Ángel Álvaro Peña

ALMA GRANDE

Ante esta situación no puede dejarse sola a una compañera que realiza su trabajo con responsabilidad, que arriesga su vida para informar de manera veraz.

Las acusaciones son muchas y lo fueron por muchos años. Los periodistas fueron el blanco de críticas, de cuestionamientos y de denuncias. Más de un político quiere ver a varios periodistas en la cárcel. El delito que se argumentaba prácticamente desde que la televisión empezó a informar fue la difamación.

Así como éste, se sumó el daño moral, el daño patrimonial, y una serie de calificativos que tenían en el fondo el objetivo de detener los avances de la prensa que llegó a convertirse en el cuarto poder, un gremio que, organizado en esos años, pudo romper la barrera de la censura en más de una ocasión.

Los periodistas mexicanos tuvieron los mejores maestros que caminaron con la historia, incluso, la cambiaron: Francisco Zarco, Salvador Díaz Mirón, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Ignacio M. Altamirano, Ricardo Flores Magón. Hubo quienes ni siquiera leyeron sus textos, pero también quienes aprendieron de ellos. Fueron perseguidos, torturados y asesinados por decir la verdad.

Las nuevas generaciones se convirtieron en parte de la familia mexicana gracias a la televisión. Cada noche entraba a los hogares Jacobo, Joaquín o Ricardo Rocha. No sólo eran quienes llevaban a las casas la información del mundo, sino parte integrante de la convivencia diaria.

En otros medios tenemos verdaderos ejemplos de sacrificios que llevaron a la tortura, el exilio o el encarcelamiento a varios de ellos, como es el caso de Lydia Cacho, José Gutiérrez Vivó o Carmen Aristegui.

La diversidad de medios para informarse creó distanciamientos y a veces enfrentamientos. La mano del poder impuso no sólo censura, sino que condicionaba el papel a los diarios que eran el medio más socorrido por la población. Eran el vehículo de la verdad, o, por lo menos eso creía la mayoría de la gente. Los tiempos cambian, los medios y los periodistas desde luego.

Si el gobierno en este momento condicionara el papel para los diarios, éstos se reirían del gobierno. La tecnología ha cambiado de habitación la información. Bien se dice que la conciencia de los trabajadores depende de la máquina que maneja, de ahí algunas de las diferencias que finalmente logra vencer el compañerismo.

Pero el sentimiento de unidad, la solidaridad con el colega es lo que no ha decaído. Los asesinatos de periodistas han reunificado al gremio y juntos escribimos y marchamos exigiendo justicia. Lo que le hacen a uno, nos lo hacen a todos. No hay niveles ni competencia, todos somos uno para exigir que la Ley se respete y respetándose la Ley se respeta la Constitución, que es la que rige nuestra conducta de convivencia entre todos los mexicanos.

La vieja consigna de acusar como injurias las denuncias de corrupción, o de disfrazar de difamación descubrir un mal manejo de recursos, o calificar de falta de leyes adecuadas el fraude electoral, han quedado atrás pero no así la intención de acallar a los periodistas.

La nueva práctica de censura cambia de nombre, las herramientas son nuevas y las acusaciones tienen otro nombre. Para esclarecer la situación tenemos el caso de una periodista de Veracruz, con más de 4 denuncias en su contra por violencia política de género, que así se le llama ahora a la manera de censurar.

Ante los comentarios y acusaciones directas de la comunicadora surge la demanda, la cual no importa si gana o pierde, aquí lo esencial es el silencio, castigo supremo de los periodistas, que debe guardar respecto a sus sospechas de delitos, acusadas durante un largo periodo de tiempo. Tan prolongado como quieran jueces, magistrados, tribunales, etc.

La trampa para detener la información puntual está tendida, no hay manera de sortear una acusación por este delito que, ante el surgimiento de su existencia, cualquiera interpreta como le viene en gana y lo único que hace es unificar a los comunicadores alrededor de quienes cumplen con su trabajo.

Es decir, el periodista hace la denuncia pública en su medio, la aludida acude a las autoridades para señalar que existe violencia política de género, y de inmediato entran en vigor las medidas cautelares que implican que la periodista no debe hablar, ni bien ni mal de quien acusa. Mientras transcurre la averiguación, el tiempo de la campaña, que es esencial para dar a conocer en cuerpo y alma a la acusada públicamente de delitos graves, sucedió sin que la denuncia periodística le afectara.