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Día de muertos.

Por Luis Humberto Muñoz Vazquez

Panoramas de Reflexión

            En el panteón municipal sus moradores ya están de fiesta. Tanto que se extiende por doquier la estruendosa algarabía anual que causa la víspera de los días de Todos Santos y los Fieles Difuntos, y es posible escucharla si se observa con mucha atención en el silencio atronador de los sepulcros. Lo invito a que los vea, o los oiga; unos están sentados en la barda, otros yendo y viniendo por los pasillos o entre las tumbas y la capilla del lugar. Están contentos y gustosos, pletóricos de felicidad y alegría de poder pronto volver a ver de cerca a sus seres queridos que los visitarán este año.

            Escribir los recuerdos de mis difuntos seres queridos que deambulan por mi mente se me hace una tarea imposible. Son tantas las amenas vivencias que a lo largo de mí apretada existencia sostuve con todos ellos, que me va agradar mucho volver a verlos. Con un poco de imaginación y mucha fe, usted puede hacer lo mismo. Esta época que es de reflexión y de paz. La distancia que guarda entre su mundo y el nuestro es tan delgada que bien podemos verlos y escucharlos. Viven en nuestra memoria, en nuestro pensamiento, en nuestros recuerdos y aún aquellos que nos causaron algún daño en vida, viven ahora en paz. En verdad le digo, usted al igual que yo puede creer lo que quiera. Pero lo verdaderamente importante es la espiritualidad que nos impregna y rodea, que nos permite mantenernos unidos, en confraternidad universal, con amor. La tradición del Día de muertos se conforma de una rica y basta variedad de celebraciones a lo largo y ancho del territorio nacional, en la que el aderezo principal es la comida o “banquetes mortuorios”, que adornan los altares en las casas de la mayoría de todos nosotros, desde los jacales más humildes hasta en las residencias más ricas y suntuosas. En todos se espera la llegada de los fieles difuntos para convivir o “conmorir” con nosotros en un ambiente de paz, alegría y tradición. Recuerdo que, de niño, mi madre me contaba un cuento en el que dos incrédulos jovencitos decidieron pasar la noche del Día de Muertos bajo la mesa del altar de las ofrendas, para corroborar la presencia de aquellos seres del más allá en quienes no creían. Al pasar la media noche, estando sus papás dormidos, empezaron a escuchar la bulliciosa llegada de un pequeño grupo de alegres y jocosas almas de extintos familiares que empezaron a rodear el altar. Todos los comensales departieron durante algunos momentos, disfrutando de las viandas que ahí se encontraban. Cuando de pronto una de las ánimas preguntó a las demás: ¿Para quienes serian aquellos dulces y frutas que aún quedaban? A lo que una le respondió: “Deben de ser de aquellas almas que bajo la mesa estaban”. Desconfiados niños que del puro susto ahí quedaron muertos. Sabio cuento que me relataba por estas fechas, cuando empezaba a cuestionarla durante la preparación de los alimentos que conformarían el altar de nuestra casa.

            El Día de Muertos en nuestra cultura, representa una mezcla, un sincretismo de la devoción cristiana con las costumbres y creencias prehispánicas que se materializa en el tradicional altar de las ofrendas. Enmarca un rito agradable y respetuoso a la memoria de los familiares difuntos, que atrae sus almas con ricas y variadas ofrendas en las que están presentes sus alimentos y objetos preferidos por ellos en vida; y nada tiene que ver con el Halloween o Noche de Brujas, celebración secular que desatinadamente promueven algunas escuelas primarias y jardines de niños, invitando a que desinformados padres de familia vistan a sus hijos de discordantes personajes fantasmales, que han hecho famosos diversas y taquilleras películas extranjeras, bajo el oscuro manto de la industria de diversos artefactos tecnológicos. Por eso, tenga cuidado con su bolsillo. ¿No lo cree usted así amigo lector? Píenselo un poco. Que tenga un buen día.

Luis Humberto.

Integrante de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A. C. (REVECO).