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“Zopilote” antimaderista caído en Chavaxtla.

Por Jorge E. Lara de la Fraga.

ESPACIO CIUDADANO

                “Los generales que juraban fidelidad al Presidente Madero,                                                              conspiraban contra él en las sombras…”

            En los primeros días del presente mes de noviembre fui al terruño de mi nacencia para saludar a mis familiares y a los consanguíneos de mi esposa Rosa Aurora; también con el propósito de comprar productos típicos de ese sitio de ensueño y depositar “unas coronas” emblemáticas en las lápidas mortuorias de los ancestros, lo cual no fue posible por las medidas sanitarias implementadas a consecuencia de la pandemia en curso. Antes de llegar al entrañable Huatusco, transité a un lado del acceso a una comunidad donde en el pasado (1918) ocurrió un suceso singular y donde pierde la vida un sanguinario militar porfirista que, entre otras cosas, fue ignominiosamente célebre por su crueldad excesiva contra los rebeldes mayas durante la llamada “guerra de Castas” en la península de Yucatán, por su oportunismo y ambición desmedida, su animadversión hacia todos los revolucionarios y, sobre todo, en razón de su deslealtad y alta traición al Presidente electo de nuestro país, después de la renuncia del dictador Porfirio Díaz.

A propósito de los próximos festejos de la Revolución Mexicana, había una vez un individuo que realizó importantes acciones para la causa republicana en el siglo XIX, que pudo haber figurado en la historia como un paladín de la dignidad pero que en el recorrido de su azarosa existencia se desdibujó procediendo como un ser perverso en los inicios de la segunda década del siglo XX. Esto que parecería un cuento es una historia real, acontecida por aquellos infaustos días de la llamada “Decena Trágica”, cuando algunos generales de corte porfirista derrocaron por la fuerza al Presidente Francisco I. Madero, a sólo 14 meses de haber salido triunfador en unas democráticas elecciones. En esta ocasión me referiré al elemento castrense que respondía al nombre de Aureliano Blanquet, el cual nació en Morelia, Mich. en 1849 y que empieza a figurar en los anales públicos a raíz de un suceso acontecido en1867.

            Antes de incorporarse formalmente a las filas militares Aureliano afirmó siempre que como voluntario, a los 18 años de edad, participó como integrante del pelotón en el fusilamiento de Maximiliano, Miramón y Mejía. Tal aseveración fue puesta en tela de juicio por algunos de sus contemporáneos, pero dicha leyenda prevaleció y le fue de gran utilidad al interesado. Ya como elemento de las fuerzas del ejército luchó a favor de los liberales y contra la facción conservadora. Fue juarista y después, durante la etapa porfirista, se identificó a plenitud con el llamado héroe del 2 de abril obteniendo ascensos sucesivos hasta lograr ser general de división. Es de entenderse que como miembro de las fuerzas armadas, ya en la etapa revolucionaria y con la salida de Díaz del poder, se disciplinó al nuevo orden institucional, pero en el fondo de su ser almacenaba una rabia contenida contra las huestes reivindicadoras.

            Cuando ocurre la Decena Trágica, en ese mes de febrero de 1913, Blanquet estaba en la ciudad de Toluca al mando del XXIX Batallón; es llamado por la superioridad para restaurar el orden y sofocar a los sediciosos ubicados en el edificio de la Ciudadela, pero él aunque efectúa al principio algunas escaramuzas bélicas contra los insurrectos y pregona su fidelidad al Presidente de la República, se adiciona a los pérfidos propósitos de Félix Díaz, de Manuel Mondragón y de Victoriano Huerta, con el aval del deleznable embajador norteamericano Henry Lane Wilson. El objetivo medular era descabezar el proceso de cambio social y colocar en el lugar de dominio a una persona afín al viejo orden. Durante esos aciagos días, del 9 al 19 de febrero de 1913 ocurrieron muchos hechos lamentables en la ciudad de México y murieron elementos del ejército y seres inocentes.

            Victoriano Huerta se mostró como un verdadero reptil, tuvo el respaldo pleno de Madero pero le da “la puñalada traicionera”. El 18 de febrero de ese año envía a Blanquet para que aprese formalmente al Presidente y al Vicepresidente. En Palacio Nacional, de manera enérgica Madero se inconforma con la conducta de Aureliano y le dice: “Es usted un traidor”, el militar le contesta: “Es usted mi prisionero”. Madero lo abofetea y le repite la misma expresión. Blanquet remata: “Sí, soy un traidor, pero usted es mi prisionero”. Los detenidos, junto con el general Felipe Angeles, son conducidos al área de intendencia, donde estuvieron 5 días, para finalmente ser asesinados a mansalva la noche del 22 de febrero, en las inmediaciones de la Penitenciaría.

            Todo lo que empieza mal tiene que terminar peor. El cuartelazo de los generales, el asesinato de Madero y Pino Suárez y el ascenso al poder de Victoriano Huerta revivió y fortaleció el movimiento revolucionario por toda la República. El impostor y sus secuaces sólo permanecieron en el poder  17 meses. Con la derrota de su jefe, ese tristemente célebre Blanquet se refugió temporalmente en Cuba y en 1918 retornó al país para sumarse a un alzamiento encabezado por Félix Díaz. Fue derrotado en varias ocasiones y en la zona central del estado de Veracruz fue perseguido ferozmente por las huestes del general Guadalupe Sánchez. Desesperado y en su afán de sobrevivir cayó en una profunda barranca en la congregación de Chavaxtla, del municipio de Huatusco, Ver., el 15 de abril de 1918, a los 69 años de edad. Los soldados lo decapitaron y su cabeza fue exhibida varios días en el puerto de Veracruz. Así culminó la vida de ese individuo alevoso que por determinación del “chacal” jalisciense fue Secretario de Guerra y Marina y fugaz Vicepresidente de la República.

Atentamente

Profr. Jorge E. Lara de la Fraga.