Prosa aprisa
En su artículo de ayer jueves, que publica en el diario Reforma, Sergio Sarmiento recordó que el PRI, como partido hegemónico en el siglo pasado, alcanzó la cúspide del poder en las elecciones del 4 de julio de 1976, cuando el único candidato presidencial que hubo fue José López Portillo (Jolopo).
El único partido verdaderamente de oposición, el PAN, no presentó candidato, y participaron otros dos partiditos, satélites del PRI, con el que iban aliados: el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). El Partido Comunista, que no tenía registro, postuló al líder ferrocarrilero Valentín Campa, cuyo nombre, debido a ello, no apareció en la boleta.
Recuerdo muy bien aquel año. Era yo reportero del Diario de Xalapa y cubrí la campaña avasallante que realizó Jolopo por el estado, con un dispendio de recursos sin límites, cuando no había necesidad porque no había oposición enfrente.
Sarmiento hizo el recuerdo y un recuento de votos y de detalles de los que estuvo salpicado aquel hecho, y apuntó que el triunfo de 100 por ciento de López Portillo puso a México al nivel de la Unión Soviética, Corea del Norte y Cuba, por la hegemonía de un solo partido y de un solo hombre en el poder.
La crítica mediática, aguda, incisiva, valiente, inteligente, informada, sin tregua, incomodó a López Portillo, quien, igual que hoy Andrés Manuel López Obrador, se creía un semidios al que nadie debía tocar. Así, el 7 de junio de 1982 no se aguantó y soltó aquella frase que pasaría a la historia como “no te pago para que me pegues”, o “no pago para que me peguen”.
Textualmente, dijo: “¿Una empresa mercantil (la revista Proceso) organizada como negocio profesional, tiene derecho a que el Estado le dé publicidad para que sistemáticamente se le oponga? Ésta, señores, es una relación perversa, una relación morbosa, una relación sadomasoquista que se aproxima a muchas perversidades que no menciono aquí por respeto a la audiencia. Te pago para que me pegues. ¡Pues no faltaba más!”
Antes, en el sexenio anterior, Luis Echeverría había terminado haciendo que los trabajadores expulsaran a Scherer de la cooperativa y acalló aquel medio crítico, que se había convertido en uno de los 20 mejores del mundo. De ahí nació Proceso.
Pero prácticamente desde 1968 bullía ya un fermento de inconformidad, disidencia y rebeldía en estudiantes universitarios de la UNAM y del IPN sobre todo, que se ahogaban por falta de libertades. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz los sofocó con la histórica matanza del 2 de octubre en Tlaltelolco.
En el gobierno de López Portillo, un veracruzano ilustre, Jesús Reyes Heroles, tuvo el genio y la visión para encontrar y abrir una válvula a la olla de presión, convenciendo a Jolopo para que se hiciera una reforma electoral, que dio nacimiento a los diputados plurinominales, con lo que las minorías salieron de la clandestinidad y tuvieron un espacio de representación y voz en el sistema, que prácticamente acabó con la guerrilla (ahora López Obrador está a punto de acabar con esa representación de la minoría).
No obstante, la persecución contra la disidencia no cesó. El PRI, sus gobiernos, vigilaban y perseguían a quienes consideraban más “peligrosos”, porque continuaban inconformes y querían un cambio. El control era férreo, tanto que en agosto de 1990, en un programa televisivo en vivo, Mario Vargas Llosa acuñó la frase que también pasó a la historia “México es la dictadura perfecta”.
El moderador de aquel programa, Enrique Krauze, registró por escrito aquel hecho. “… como este país se está abriendo a la libertad, quiero ponerlo a prueba, quiero decirlo aquí abiertamente, porque esto lo he pensado desde la primera vez que vine a México (a este país que, por otra parte, yo admiro y quiero tanto)… que aquí… se ha vivido durante décadas, con unos matices muy particulares, el fenómeno de la dictadura latinoamericana”.
Y: “La dictadura perfecta no es la Cuba de Fidel Castro: es México, porque es una dictadura de tal modo camuflada que llega a parecer que no lo es, pero que de hecho tiene, si uno escarba, todas las características de una dictadura”. Aquello conmocionó a los mexicanos. Los que vivimos ese episodio, lo aplaudimos y lo celebramos.
Muchos, muchos jóvenes inconformes de entonces, que lucharon por un cambio, que querían un país libre y democrático, que sufrieron persecución y vivieron muchos años en la clandestinidad, algunos que incluso sufrieron prisión (muchos murieron en el intento, a una gran cantidad los desapareció el gobierno), no solo viven todavía, sino que, por fin, a partir de 2018 llegaron al poder, con una gran esperanza para quienes los conocemos y sabíamos de su pasado.
Pero, ¡oh decepción!, prácticamente todos esos luchadores sociales de antes de 2018 han terminado por claudicar y por convalidar todo contra lo que casi toda su vida lucharon, y en 2024 estamos de vuelta ante un partido hegemónico, un presidente con asomos de dictador, con un control total del Congreso, con un gobierno, vertical, sin contrapesos, en vías de desaparecer organismos autónomos garantía de la vida democrática, peor, con toda la intención y seria posibilidad de acabar con lo que hoy es la Suprema Corte de Justicia de la Nación, es decir, someter al único poder autónomo que existe, con un partido capaz de cometer todos las malas prácticas y caer en los mismos vicios del PRI, y todos aquellos rebeldes de entonces callan y se han sometido.
No me aguanto la tentación de traer a colación el poema “Antiguos compañeros se reúnen”, de José Emilio Pacheco:
Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.
Sergio Sarmiento recuerda que el PRI estuvo 71 años en el poder, y pregunta y se pregunta cuánto durará la Cuarta Transformación. Ni él, ni nosotros, ni nadie, por ahora, lo sabe.
En la actualidad, a diferencia del 68 y años subsiguientes, no veo jóvenes con la entereza combativa contra el sistema de aquellos idealistas de entonces, hoy realistas integrantes de un gobierno opresivo. Los jóvenes de entonces que quedamos y mantenemos nuestra independencia y autonomía, estoy seguro, habremos de retomar y continuar la lucha por un país verdaderamente democrático. En mi caso, haré mi parte con mi línea crítica desde este espacio, que también es una trinchera de lucha.
Tantos años de lucha, tantas vidas sacrificadas, para regresar a lo mismo. Estamos de vuelta en los años 70, con los mismos actores, que lucharon entonces por salir de aquello en lo que han terminado por caer, abrazar y reproducir.