Decía Cervantes en El Quijote que la novela es el género literario que mejor se acerca a la realidad, la Divina Comedia de Dante Alighieri y la Comedia Humana de Balzac lo comprueban con exactitud. En cambio, la tragedia se combina casi a la perfección con el poder político, o, al menos en la historia de la humanidad junto a los eventuales goces que proporciona el poder político se acomodan amargos sinsabores, de ello Sófocles y Shakespeare (iniciador del teatro moderno), entre otros, en sus respectivas Tragedias dejaron fiel constancia. Curiosamente en gran medida situaciones propias para la tragedia se escenifican en círculos del poder (dígalo sino los casos de Duarte y Winckler, entre otros muchos que pagan culpas con cárcel, o quienes se dan a la fuga sacrificando familias enteras), allí donde destaca la vanidad humana en busca la gloria perecedera. Hamlet vive y muere buscando venganza por la muerte de su padre a manos de su tío, coludido con su madre para hacerse del poder. Ayax, de Sófocles, se considera invencible, por eso escribe ese autor: «Y es necesario que un hombre, aunque sea un gigante, reconozca que puede caer incluso por un pequeño incidente.» Resalta la voz de la prudencia en la sabiduría acumulada del anciano padre de Ayax al aconsejarle: «hijo, desea vencer en la batalla con la ayuda de un dios» pero el impetuoso hijo cegado por la soberbia contestó: «Padre, con la ayuda de los dioses, incluso el que nada es puede obtener triunfos; pero yo, sin ellos, seguro estoy de alcanzar la gloria” y en su insolencia le respondió a Atenea: “Señora, vete a asistir a otros argivos, que donde yo estoy no se romperá la línea.» Obviamente, Ayax, gran héroe, pero simple mortal, sucumbe ante la furia de sus adversarios.
Y en Antígona del mismo Sófocles, es posible encontrar la sabiduría milenaria de los grandes pensadores: «Porque no ha surgido entre los hombres institución más perniciosa que el dinero. El dinero destruye a las ciudades, expulsa a los hombres de sus casas, descarría las mentes honradas de los mortales y les enseña a meterse en empresas vergonzosas”. Y cuando se habla del ensoberbecido por el poder, bueno es recordarle lo que en Antígona se lee: «Al que un dios quiere perder, le quita primero el juicio». Cuánta sabiduría se encuentra en Antígona, Sófocles su autor era un sabio, por eso suena conveniente escucharlo con mucho detenimiento cuando recomienda: «No te acostumbres, pues, a tener en ti mismo una sola opinión, que lo que tu digas, y no otra cosa, está bien. Porque los que se creen ser los únicos en reflexionar, o que tienen una lengua o un alma como nadie, estos, al ser abiertos, aparecen vacíos. Para el hombre, por sabio que sea, nunca es humillante el aprender mucho y el no obstinarse en demasía”. Falta espacio para tanta luz de alborada, Electra y Edipo Rey también centellean en sus enseñanzas de vida, sin duda no hay ocaso sin resplandor.