Entre Columnas
La insolencia es el escudo de la desvergüenza y la fortaleza de la cobardía.
–Ignacio Manuel Altamirano
De tanto escucharlas todos los días, se ha vuelto parte de nuestra “normalidad” gubernamental la construcción de las mentiras oficiales y noticias falsas. No es que sea nuevo que los gobernantes mientan, pero nunca nos habíamos enfrentado como ciudadanos a una hora diaria de mentiras en cadena nacional.
Somos espectadores de un programa de televisión cuyo propósito y contenido no es la comunicación institucional de la realidad administrativa, sino la creación de imaginarios y discursos que reflejen los deseos, odios y prejuicios de la persona que manda; un burlesque donde cuenta chistes y difama personas. Se trata de la frivolización del ejercicio político y público que hoy se despliega desde los poderes y representaciones dominantes de la autodenominada transformación.
La presencia cotidiana de esas formas, asumidas por muchos, como la condición que les permite la certeza de ser parte de algo que les cubre de las calamidades que genera. Hacerse el ciego, el sordo, el caradura que prefiere ser parte de la simulación y obedecer para mantenerse, aunque signifique perpetuar los usos y costumbres anteriores, que tanto dañaron al país y que juraron combatir. Otros tal vez crean que eso es la transformación, ni modo.
Se construye una “verdad irrefutable” con la que, sin pudor alguno, se justifica el desaseado actuar de los personajes llegados a redimir a una sociedad que miran con desprecio. Disfrutando de un poder justificado en concepciones únicas que niegan la pluralidad, que atacan la inteligencia con su insolencia e ignorancia.
Son los fanáticos que simulan, que pretenden engañar con esa banalización del mal de la que habla Hannah Arendt, con dirigentes que asumen que estarán siempre dominando los comportamientos de las personas subordinadas y dispuestas a asumir los dictados de “los de arriba” sin ninguna responsabilidad, dado que es lo “normal” pues tan solo obedecen y son parte de un engranaje donde “así son las cosas”, sellando con ello la continuidad de los malos comportamientos.
En esas condiciones, consustanciales a los nuevos tiempos “transformadores”, se debatirá el próximo año el proceso electoral.
Desde las oposiciones, se llama a generar una nueva esperanza, buscando sobreponerse a la historia que precede a los partidos integrados en un bloque opositor, ahora liderado por una mujer que ha movido en meses lo que parecía perdido, rescatando ese espíritu de posibilidades de enfrentar la maquinaria gubernamental con todas sus capacidades financieras y logísticas. Desafío que crece por oponerse a un liderazgo que maneja la historia actual desde su visión de representar lo único verdadero, lo incuestionable.
La elección del 2024 que calcularon que iba a ser un mero trámite, se les ha complicado, sin lograr dimensionar hasta qué punto. Seguros del peso que en la opinión tienen los quehaceres y las políticas cercanas y “del pueblo”, se justifican los ofrecimientos dados en ese largo camino de desaciertos para forjar una esperanza que para muchos cada vez se quiebra más pero por la cual apuestan los poderosos de ahora.
Sin embargo y pese a los festejos del “acompañamiento” del pueblo, se empieza a notar que aun con la “confianza” que tienen en sus adeptos, el juego del poder les amerita jugar “con todo”. En ello van comprometidas la honestidad, la legalidad y los escrúpulos, si es que en algún momento los hubo; todo debe pasarse por alto en la operación electoral, quedando tan solo en las retóricas que cada vez suenan más huecas.
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