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Pacto para no cambiar

Por Luis Humberto Muñoz Vazquez

Panoramas de Reflexión

            El México de hoy, que sigue arrastrando costumbres que se remontan a la época de la colonia, sigue obstruido por actitudes que lo condenan a quedarse allí. El México de hoy es un país de intereses enquistados, de privilegios blindados, de cotos reservados para unos cuantos, que podemos observar a todo lo largo y ancho del sistema político y económico, complacido éste con la situación actual y empeñado en asegurar su preservación.

            La mayoría de los políticos de hoy se tornan defensores de un arreglo feudal que dificulta la posibilidad de un verdadero avance nacional. Es común oír afirmar que el principal obstáculo del país es una democracia que no logra construir acuerdos. Un sistema político donde los partidos no tienen incentivos para la colaboración. Las reformas que México necesita no ocurren por la falta de consensos, es lo que se repite como un mantra, como una palabra sagrada. Hace falta un gran acuerdo nacional, es lo que se repite en foro tras foro. Hace falta un Pacto verdadero, es lo que se propone en reunión tras reunión. Ese suele ser el diagnóstico común sobre lo que nos aqueja y lleva a la discusión sobre propuestas encaminadas a construir mayorías legislativas u otras medidas con el objetivo de crear un gobierno “fuerte”. Pero ante ese diagnóstico y esas recomendaciones me parece que estamos centrando la atención en el problema equivocado. México no está postrado debido a la falta de acuerdos o a la inexistencia del consenso, o la ausencia de mayorías. En México sí hay un acuerdo tácito entre políticos, empresarios, sindicatos, gobernadores y otros beneficiarios del statu quo, valga el latinismo. Pero es un acuerdo para no cambiar. Es un pacto para el “no”. Para que no haya reformas profundas que afecten intereses históricamente protegidos. Para que no sea posible disminuir las tajadas del pastel que muchos sectores reciben, en aras de permitir la creación de un pastel más grande para todos. Basta con examinar las reformas votadas, los presupuestos avalados, y las partidas asignadas. Los innumerables paquetes fiscales aprobados por mayorías legislativas no cambian las reglas del juego, tan sólo van tras el contribuyente cautivo. Los distintos presupuestos de Egresos aprobados por mayoría no buscan reorientar el gasto público para desatar el crecimiento económico, sino mantener su uso para fines políticos. En México todos los días se forman mayorías en el Congreso, pero son mayorías que logran preservar en lugar de transformar. Mayorías entre diputados y senadores, forjadas por intereses que quieren seguir protegiendo, incluyendo los suyos; por los poderes fácticos a los cuales hay que obedecer; por los derechos adquiridos que dicen, es políticamente suicida combatir; por los privilegios sindicales que  el Poder Ejecutivo no está dispuesto a confrontar, por la presión de cúpulas empresariales que le exigen al gobierno que actúe, pero les parece inaceptable que lo haga en su contra, como en el tema de la consolidación fiscal o la promoción de la competencia. Muchos demandan reformas, pero para los bueyes del vecino. Más aún, cuando esas reformas ocurren en su sector, se aprestan a vetarlas. El país se ha vuelto presa de un pacto fundacional que es muy difícil modificar, porque quienes deberían remodelarlo viven muy bien así. Los partidos con su presupuesto blindado de miles de millones de pesos. Los empresarios con sus altas barreras de entrada a la competencia y sus reguladores capturados y sus diputados comprados y sus amparos y sus ejércitos de contadores para eludir impuestos en el marco de la ley. Los gobernadores, por otra parte, con sus transferencias federales y la capacidad que tienen para gastarlas como se les dé la gana.

            El problema de México no es la falta de acuerdos, sino la prolongación de un pacto inequitativo que lleva a la concentración de la riqueza en pocas manos; un pacto ineficiente porque inhibe el crecimiento económico acelerado; un pacto autosustentable porque sus beneficiarios no lo quieren alterar; un pacto corporativo que ningún gobierno logra reescribir apelando a los ciudadanos. Y así como durante siglos hubo un consenso en torno a que la tierra era plana, en el país prevalece un consenso, un pacto tácito para no cambiar. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

Luis Humberto.

Integrante de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A. C. (REVECO).