Panoramas de Reflexión
La mejor inversión: el tiempo, la atención y el amor.
Cuántas veces no me he puesto a pensar acerca del inmenso placer que envuelve nuestros corazones cada vez que evocamos con nostálgica añoranza el recuerdo de los seres queridos que ya no están con nosotros, porque han partido ya de este mundo y que esperamos con ansia reprimida por innato temor, reunirnos con ellos algún día, cuando acabe por fin la nuestra.
Casi al final de su existencia, a sus ochenta años de edad, mi madre aún recordaba invariablemente con mucha nostalgia a la mujer que le dio el ser, mi abuela, tal como yo la evoco hoy a ella, manifestando a cada momento la gran falta que le hacía su amorosa presencia. Mi esposa me ha comentado también en innumerables ocasiones cómo le gustaría volver a platicar con su mamá, aunque sea sólo por algunos momentos, y también con muchos de sus seres queridos que ya no están. A mi igualmente me gustaría platicar nuevamente con los míos. Es como una necesidad envolvente que nace de la soledad que sentimos, o del amor que les tenemos y de volver a tenerlos con nosotros; de no haberlos perdido jamás, a pesar de que quizá en vida no valoráramos tanto su grata presencia. Hace falta la ausencia de una persona para exaltar sus valores, su filosofía y modo de entender la vida, para añorar la agradable energía que trasmitían y que ya no fluye más entre nosotros. Desafortunadamente nos damos cuenta de ello sólo así, y poco hacemos por disfrutar de su compañía cuando aún están con nosotros, que desgracia Dios mío que seamos tan absurdos, a pesar de que con frecuencia escuchemos a otros lamentar la pérdida de sus familiares decesos; quizá porque persiste en nosotros la falsa creencia de que jamás podría ocurrirnos nada, y mucho menos semejantes infortunios. Mi madre, cuando reclamaba mi presencia me decía “crees que voy a ser eterna” y tenía razón, misma que yo en esos momentos no comprendía. Muchas veces nuestros padres, hermanos, primos y demás familiares, amigos y seres queridos, requieren nuestra presencia para compartir con nosotros sus penalidades y sueños, compartamos con ellos sus dichas y sus tristezas, y también las nuestras, siempre que podamos hacerlo y no lo dejemos para después, cuando ya sea tarde. Para que darnos de golpes en la frente con las palmas de las manos extendidas en señal de arrepentimiento, si todavía aún podemos acudir a ellos. Es mejor no ser testarudos ni orgullosos y acudir siempre que nos necesiten o les necesitemos. La actual pandemia que padecemos hoy en día no es pretexto para dejar de hacerlo, pues existen diferentes medios tecnológicos maravillosos para acercarnos más.
Disfrutar la compañía de nuestros seres queridos, aquilatar sus consejos y compartir con ellos las vicisitudes de la vida, es la mejor herencia que podemos obtener de ellos, si es que se van primero, o el mejor legado que podemos otorgarles si nos vamos antes. El amor compartido, la entrañable amistad, la franca ternura, es el obsequio más valioso que podemos hacer y recibir. Invirtamos en ellos, dediquémosles tiempo y atención, amistad y entrega, entreguémosles amor en vida pues ellos son el motor y el alma de nuestra existencia. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.