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Perdón y justicia

Por Luis Humberto Muñoz Vazquez

Panoramas de Reflexión

            Cuando la muerte te mira de frente las faltas salen a reclamar justicia. La equivocada conciencia brota, renace para reconocer sus atributos y errores esenciales en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. El conocimiento interior del bien y el mal, el conocimiento reflexivo de las cosas. La desesperada actividad mental a la que sólo puede tener acceso el propio sujeto, se plasma en hechos fehacientes que claman perdón y ofrecen sustentos para cristalizar justicia.

            Y yo me pregunto ¿Por qué?, Por qué se hace necesario pedir perdón y ofrecer soportes para ejercer justicia, por todo lo que nuestros errores, desvaríos y malos actos hayan causado a los demás, a nuestro prójimo, en el transcurso de nuestra accidentada vida, o en algún momento crucial de la misma, e invariablemente siempre al final de nuestra existencia, y eso, cuando Dios nos concede la maravillosa oportunidad de poder hacerlo. Es cierto que nadie, como dice el refrán popular, absolutamente nadie está libre de “pecado”. En la vida nadie, absolutamente nadie, está exento del arrepentimiento por malos pensamientos o acciones cometidas con anterioridad, y tampoco de la convicción plena ante tales actos sin muestras de contrición. Somos seres mutantes, cambiantes, jamás seremos siempre los mismos en cuanto a nuestra manera de pensar y actuar. En otras palabras, todos hemos cometido faltas, todos nos hemos arrepentido de algunas de ellas y de otras no; sin embargo, continuamos caminando por la vida, es nuestro deber natural seguir adelante, aprendiendo siempre de los obstáculos, de los errores y penas vividas que forjen nuestro carácter, criterio y temple. No somos perfectos sino perfectibles, buscamos la sabiduría, la percepción. Ni buenos ni malos, sólo tratamos de aprender intuitivamente a vivir y a morir en paz. Pienso que, hasta los más temibles maleantes, hombres que están en la ruta equivocada del mal, buscan, tal vez inconscientemente, el perdón y la justicia que apacigüe su espíritu malévolo y conduzca su alma a la razón.

            Debemos aprender a pedir perdón precisamente en el momento justo por nuestras faltas, no dejándolo jamás para después, para no guardar viejos rencores; valorando todos los apoyos recibidos en el transcurso de nuestra vida, siendo pacientes con nuestros sueños y aceptando los fracasos como parte de la vida misma, sin necesidad de anclarnos en ellos y recordarlos todo el tiempo. Aprendamos mejor a amar y respetar a todos los que nos rodean, siendo siempre humildes, condescendientes y abiertos a recibir todo aquello que nos pueda ofrecer alivio. Busquemos la felicidad estando en paz con Dios, con nosotros mismos y trasmitiéndola a los demás. Tal vez esto nos ayude a evitar la angustia y el temor cuando llegue el momento de enfrentar la muerte, si nos conducimos con integridad y cabalidad en todos nuestros actos restantes. Sé que es difícil dada nuestra naturaleza humana, pero no imposible, todo es cuestión de intentarlo. ¿No le parece amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

Luis Humberto.

Integrante de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A. C. (REVECO).