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“Crónicas de un Parapléjico”

Por Luis Humberto Muñoz Vazquez

Panoramas de Reflexión

            …Temprano comenzaron los preparativos para la intervención quirúrgica, una artrodesis posterior que consistió en colocarme unas barras de Luke que previamente hicieron comprar a mi esposa, una prótesis de titanio para fijar dos vértebras (de T8 a L1) entre sí por los cuerpos vertebrales, generando un anclaje para descomprimir y estabilizar una complicada fractura en T10 que al golpearse con la caída seccionó la medula espinal dejándome parapléjico de por vida. Lo supe porque los médicos lo confirmaron después, aunque presentía la desconocida consecuencia desde un principio.

            Cuando me trasladaron al quirófano, antes de ser anestesiado, saludé y platiqué un poco con los médicos traumatólogos responsables de mi intervención. Se trataba de los médicos José Arturo Flores García y José Antonio Ochoa Suarez; el primero, mi paisano, un amigo de la infancia a quien me dio mucho gusto volver a ver, aunque para mí en una situación desesperada y angustiante. Hijo de Alfinio Flores Beltrán Del Río, otro gran médico altruista que dejó honda huella en Martínez De la Torre debido a su larga y destacada trayectoria profesional, amigo de mi madre y uno de los médicos que la asistieron durante mi alumbramiento. Que en paz descanse. El segundo, apenas en esos momentos le conocía, enterándome que se trataba de un experimentado y reconocido médico con alto grado de preparación académica radicado en la ciudad de Xalapa, según lo supe más tarde. Después de la anestesia no supe más. Cuando desperté estaba en una sala general del hospital diferente a la que había estado en un principio. María Elena siempre a mi lado, atendiéndome, cuidándome. Inmediatamente observé curioso a mí alrededor, había dos cortinas plegables en cada extremo simulando una minúscula habitación donde sólo cabía en medio la cama, un pequeño buró de un lado, un trípode para suero y una silla plegable del otro; es decir, dos pasillos liliputienses a cada lado de la cama y párenle de contar. Se podía pensar que estaba cómodo mas no fue así, y mucho menos lo estaba mi amada María Elena, mi inseparable compañera, luchadora incansable, Mujer admirable, Esposa encantadora, una Dama, un Amor, de cuyo sufrimiento y dolor ahogado en callado llanto me percataba sin hacérselo notar. Me sentía mal con ella y conmigo mismo. Cualquiera que haya estado en una situación similar sabe de qué estoy hablando. Las horas y los días postoperatorios transcurrieron padeciendo fiebres intensas hasta de cuarenta y un grados Celsius, según reportaba el termómetro que me colocaban periódicamente, debido a una infección nosocomial contraída probablemente durante la intervención quirúrgica. Escalofríos, convulsiones y sudoración abundante durante las fiebres padecía hasta en dos ocasiones diarias.

Tenía alojado en mi organismo según reportaron los médicos después de practicarme algunos cultivos de sangre, orina y heces, ¡qué no me practicaron!; un “pseudomonas eruginosa o “aeruginosa”, un bacilo Gram negativo plantado quizá en el tracto urinario, la vejiga o en la herida que me habían dejado a causa de la intervención practicada en mi espalda; no lo sé, pero las sospechas estaban confirmadas. Las fiebres fueron intensas hasta que medianamente las erradicaron los médicos a base de muchos antibióticos suministrados por vía intravenosa, dada la alta resistencia del bacilo a estos medicamentos…

            El fragmento anterior es un extracto de mi libro “Crónicas de un Parapléjico” que publiqué en 2018 en el CCX de Martínez de la Torre, honorable recinto que amablemente me acogió para presentar mi obra, gracias a la afectuosa invitación del Licenciado y Maestro Leopoldo García Guerrero, su director general, con quien estoy eternamente agradecido. Quise recordar este párrafo para recordar siempre el camino andado y olvidar jamás lo sucedido que me convirtiera en lo que ahora soy, otra persona; para agradecer también el amor incondicional de mi angelito, mi amada esposa, que ha caminado conmigo los senderos igual de penas y tristeza, pero plagados además de alegría y felicidad. La vida es bella y de sabor agridulce y además tan breve, que no vale la pena desperdiciarla en pendencias inútiles. Es mejor continuar el camino rodeado de paz y amor ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

Luis Humberto.

Integrante de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A. C. (REVECO).