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Raúl Vera, “el que camina con quien padece”

Por Jorge E. Lara de la Fraga

ESPACIO CIUDADANO.

 Raúl Vera, “el que camina con quien padece”

Jorge E. Lara de la Fraga.

Clerigos de avanzada respaldan al pontífice Francisco, en su afán de reformar las estructuras caducas del Vaticano y de ofrecer un servicio pastoral más humano, de respeto a las “minorías satanizadas”. Más allá de mi enfoque científico sobre el origen de las cosas, de ser un “naturalista”, un libre pensador, hoy quiero resaltar la aportación significativa y trascendente de un ministro religioso que se ha atrevido a denunciar abusos y arbitrariedades, que defiende a los humildes, protege a los asediados y apoya a los discriminados. Tal pastor contemporáneo se ajusta a las recomendaciones del pontífice Francisco al reclinarse “sobre el alma profunda de la gente”, por ser un obispo “de mirada limpia, de alma transparente, de rostro humano”, que no se ha dejado corromper por “el utilitarismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa”, ni mucho menos “ha puesto su confianza en los carros y caballos de los faraones actuales…” Me refiero al sacerdote José Raúl Vera López, que nació el 21 de junio en Acábaro, Guanajuato, incorporado a la orden de los dominicos, defensor de los derechos humanos y obispo ejemplar en Cd. Altamirano, Guerrero., en San Cristóbal de las Casas, Chiapas y en Saltillo, Coahuila.

Los padres del personaje fueron José Vera y Elvira López, quienes laboraron un tiempo como docentes de educación básica y dos de sus hermanos Enrique y Emilio, se identificaron con la labor pastoral. Se consigna que desde pequeño Raúl quería ser sacerdote, pero unos ministros eclesiásticos le recomendaron a sus progenitores no inscribirlo en el seminario y esperar a que el vástago madurara y decidiera por sí mismo en la etapa madura. Así fue, en cierto momento se decidió por una profesión universitaria y se inscribió en la Facultad de Química (UNAM) por esos años de entusiasmo reivindicatorio juvenil y de febril politización generacional; en el fragoroso 68 fue un alumno preocupado por la represión y la violencia circundante. El sismo de 1985 le dio materialmente un giro a su existencia, en razón de la muerte de la esposa y del hijo de su hermano Carlos; dicha tragedia familiar lo reencauzó hacia el sendero espiritual, encontrando en la Parroquia Universitaria un espacio de reflexión y de discusión. En tal recinto asimiló cuál sería su derrotero existencial; indica al respecto: “Le aposté al evangelio cuando vi que con él podía transformarse el mundo…” y agrega: “lo que sí me dio más trabajo fue renunciar a mis aspiraciones de pequeño burgués”. Se graduó como ingeniero químico y posteriormente realizo sus estudios religiosos preliminares en las ciudades de México y Bolonia, para lograr con excelencia la licenciatura en la Universidad Pontificia de Roma.

Desde sus inicios procedió como un buen hermano, auxiliando a los pobres, defendiendo a los campesinos, protegiendo a las víctimas de la violencia, enarbolando una propuesta en pro de los derechos humanos y a favor de la paz (participó, al lado del obispo Samuel Ruiz, en el proceso de pacificación tras el levantamiento zapatista). Ha respaldado las reivindicaciones laborales de los mineros y de los trabajadores en general, auxiliado también a los migrantes (proyecto Frontera con Justicia) y a los integrantes del colectivo LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgénero), así como la importante ayuda a los familiares de personas desaparecidas de manera forzada en el estado de Coahuila. Resalta con emoción y honestidad “que ha aprendido en el quehacer de su desempeño sacerdotal”; observó cómo campesinos de una comunidad (San Pedro Nexapa) ponían en práctica el evangelio, al compartir el pan entre sus semejantes. En el estado de Chiapas tuvo que despojarse de sus “telarañas académicas”, eliminar esas estructuras culturales que le impedían sintonizarse con las comunidades indígenas, mismas que le terminaron enseñando “que el culto a Dios no se limita a las misas, sino que se le rinde con el comportamiento digno en la vida cotidiana.”

 

Raúl Vera López es un ser humanitario y congruente, ajeno a las tentaciones del poder político y económico, identificado como promotor de la Teología de la Liberación; se distingue de esos “mercaderes espirituales”, de esos lectores bíblicos de utilería, de esos clérigos hipócritas y cínicos que disfrutan de lujos, excentricidades y de favores o prebendas de los círculos políticos de moral controvertida. Felipe Muñoz, especialista en asuntos religiosos, lo define así: “Ha sido un obispo que se ha dejado tocar por las revoluciones que existen en el país y que han existido a lo largo de su servicio ministerial…”. “Jtatik”, como lo denominan sus fieles, amigos y compañero, asevera: “… por encima de conservar una buena fama está mi decisión de acompañar la vida de quien es maltratado en la sociedad. Éste es el sentido profundo de la compasión: caminar con quien padece. “Su labor ha sido reconocida en todo el país y se ha proyectado en los ámbitos internacionales, haciéndose merecedor a homenajes, preseas y distinciones; con los finados prelados Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz García se enlaza su figura para conformar una terna excelente que magnifica y proyecta al apostolado católico nacional en estos tiempos de emergencia y de definiciones renovadoras y solidarias.

 

El pasado 21 de junio del presente año, Don José Raúl cumplió 75 años de edad y entró en la etapa de la emeritez. Presentó su renuncia al Papa Francisco, mismo que dará una respuesta al solicitante. En tanto ello ocurre, el nativo de Acámbaro sigue adelante, “sin bajar la guardia”, dispuesto a luchar para avizorar mejores horizontes y para denunciar a los fariseos que se escudan en las Sagradas Escrituras. Surge ahora una necesidad: “queremos más sacerdotes y obispos al lado de los pobres”.

 

 

 

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Atentamente.

Profr. Jorge E. Lara de la Fraga

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