Columnistas

El fin de una era (primera parte)

Por Alfredo Bielma Villanueva

En el 2010 el Colegio de Veracruz publicó un libro de mi autoría intitulado El Fin de una Era cuyo contenido versa acerca de la íntima relación entre el Partido Revolucionario Institucional y los sucesivos gobiernos formados a partir de elecciones formalmente democráticas. La narrativa parte desde la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929, y a continuación su cambio a Partido de la Revolución Mexicana (PRM), en 1938, incluye breves referencias a la forma en cómo Lázaro Cárdenas se libro de la jettatura política de Plutarco Elías Calles mandándolo al exilio. Sobre cómo se fundó el PAN en 1939 y la creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en 1946, con la candidatura presidencial de Miguel Alemán Valdés. Por los estertores del PRI considero oportuno reflexionar sobre el proceso de los acontecimientos que lo mantienen en tan deplorables circunstancias; tomo del epilogo de El Fin de una Era algunos párrafos de referencia. Por limitaciones de espacio debo ser breve: “Desde su fundación, ni el PRI ni sus avatares previos se comportaron como organizaciones creadas para orientar la política del gobierno sino, por el contrario, desde sus inicios fueron convertidos en instrumentos a modo de los gobiernos a cuyas directrices apegaron fielmente sus acciones y el estilo de cada presidente les imprimió los correspondientes matices. Su simbiosis con el gobierno le permitió al PRI obtener una imagen de partido siempre victorioso, en el contexto de la muy sui géneris democracia mexicana a la que sin duda imprimió su sello característico. Su identificación con los propósitos de cada gobierno lo ubicó como el escenario en el que se dirimieron las polarizaciones políticas de los diferentes factores de poder; en esta coyuntura, coadyuvó eficientemente para que el país transitara por derroteros pacíficos, muy diferentes a los que sufrieron los países del Centro y Sur del continente, cruelmente flagelados por los golpes de Estado… Convertido en instrumento electoral del gobierno, el Partido Revolucionario Institucional fue siempre una institución a modo del sistema político. Lo describió claramente don Juan José Hinojosa: “en los marcos ideológicos, el PRI ha permanecido, a través del tiempo, colgado del péndulo oscilante; fue revolucionario con Cárdenas, caballero con Ávila Camacho, alegre con Alemán, austero con Ruiz Cortines, de atinada izquierda con López Mateos, represivo con Díaz Ordaz, populista con Echeverría, frívolo con López Portillo y hoy es ejemplo acabado en los propósitos románticos sobre la renovación moral. Cada presidente imprime al partido su estilo personal; y siempre el PRI es vestal en la vigilia del altar que consagra Dios al titular del Ejecutivo. Además de cambiante en las definiciones ideológicas el PRI ha sido cuidadosamente elusivo en sus pronunciamientos”… “ … el PRI busca en las brumas esfumar su perfil; sometido al poder, partido del poder, suma su aval a los avales que el Congreso, los gobernadores, los alcaldes, otorgan cotidianamente a la palabra y a la acción del Ejecutivo; construye el escenario para el ascenso burocrático sobre las escaleras que conducen al poder; pero no brinda ocasión para la acción iluminada, generosa, inteligente, del hombre en el oficio ciudadano; sometido, membrete, su misión se reduce a otorgar un frágil barniz democrático para la vida inútil, hipócrita y mentirosa de las instituciones democráticas; el oficio electorero para asegurar a la dictadura la victoria implacable en las urnas. Y en el juego todo se vale, fraude, represión, amenaza, halago, complicidad, robo, la meta es mantener el poder a como toque, sin compartirlo, sin alternarlo”. *[1]

“Durante décadas, su condición de subordinado en el inseparable binomio PRI-Gobierno lo hicieron electoralmente invencible, no como un auténtico partido político sino como simple dependencia electoral de gobierno, una agencia de colocación de empleos, una oficina gubernamental más. El largo periodo de la hegemonía priísta, si bien trajo una relativa paz política, atajó drásticamente el avance democrático en el país y la larga historia de procesos electorales fraudulentos generó paulatinamente el desencanto ciudadano, que combinado al desgaste que implica el prolongado ejercicio del poder, repercutió desfavorablemente en contra del PRI.” (continuará)