Columnistas

2 de octubre, no se olvida

Por Rodolfo Chena Rivas

Nueva Estrategia en Línea

Terriblemente cruel, por la irracional y despiadada pérdida de la vida de los estudiantes victimados; sombríamente simbólico, por la exigencia de libertades mínimas de expresión y disenso que fueron acalladas con una violencia desmedida; e icónicamente vigente, por la fuerte carga histórico-social y política, sobre las causas, condiciones y consecuencias para el México contemporáneo. Así es el recuerdo de muerte de lo ocurrido el 2 de octubre de 1968.

   Sabemos que el movimiento de entonces no fue exclusivo de nuestros universitarios. Recibimos ecos de otras latitudes, susceptibles de ser explicados en alguna medida; pero también tuvimos nuestra propia voz colectiva interior, expresiva de genuinos motivos y causas profundas, absolutamente relacionadas con un entorno gubernamental autoritario y políticamente cerrado, omnipresente hasta la asfixia de la protesta, el disenso, el movimiento y el conflicto, totalmente válidos. 

    El testimonio dramático, la crónica viva, la historia oral de Elena Poniatowska y las imágenes siguen siendo brutalmente escalofriantes. Su libro cierra así: “Sobrevolaban la iglesia dos helicópteros. Vi que en el cielo bajaban unas luces verdes. Automáticamente escuché un ruido clásico de balazos…La balacera se hizo nutrida y automáticamente apareció el ejército (Rodolfo Martínez, fotógrafo de prensa, ‘Cómo vieron la refriega los fotógrafos’, La Prensa, 3 de octubre de 1968)” … “Son cuerpos señor…(Un soldado al periodista José Antonio del Campo, de El Día)”.

    Ya en este siglo, en 2003, Lorenzo Meyer escribió: “Hay, pese a todo, un contexto real para algunas de las razones de las protestas de los estudiantes, cuyos esfuerzos son un signo más que advierte que ya quedaron en el pasado los mejores tiempos del tan pregonado progreso y del genio mexicano para mantener la estabilidad”. El párrafo anterior no está tomado de un crítico del sistema político mexicano sino de un informe especial y secreto, fechado el 17 de enero de 1969, elaborado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. Su título: Desafíos al partido único de México…La CIA no se equivocaba, y alcanzó a ver lo que una buena parte de las clases gobernantes mexicanas se negaron a aceptar entonces y durante un buen tiempo después: que una etapa del proceso histórico del país había concluido y otra acababa de iniciarse”. 

    Fue un año convulso en el exterior. Dice Alonso Ruvalcaba: “el horno llamado 1968 no estaba para el bollo llamado masacre de My Lai” en referencia a la guerra de Vietnam, respecto del enfrentamiento entre el sur y el norte y la brutal actuación de los “soldados gringos” que descendieron ahí a “las 7 de la mañana, sábado de 16 de marzo, año 1968”. También, Ruvalcaba: “es 4 de abril de 1968 y el reverendo Martin Luther King Jr. … está ahí tirado como una cosa, hecho una jerga de carne, muerto”. Arturo Aguilar recuerda el mayo francés y su impacto sobre el cine, en Cannes: “…tras los eventos trágicos de la noche del 10 de mayo, los estudiantes franceses en protesta llegaron al festival…Jean-Luc Godard, Francois Truffaut y Louis Malle…exigieron que se parara el evento: los detenidos durante la manifestación debían ser apoyados”. Y otras más: el Manifiesto Scum; hippies; psicodelia; trasplante de corazón; la Primavera de Praga; la Teología de la Liberación; el Black Power en las olimpiadas; el golpe de estado en Perú y la dictadura en Brasil; crisis del dólar; el exterminio en Nigeria…

    En México, desde el 22 de julio del 68, con el pretexto de reprimir una riña estudiantil entre escuelas, se tiene el registro cierto del ataque de policías granaderos a maestros y estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional; el 26 de julio, las agresiones violentas a estudiantes del IPN y también de la Preparatoria 2 de la Universidad Nacional Autónoma de México; la formación del Consejo Nacional de Huelga y la declaratoria de huelga indefinida; el bazucazo que despedazó la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria 1, en el antiguo Colegio de San Ildefonso; la manifestación del 1 de agosto y marcha de los universitarios encabezados por el propio Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, en pro de los estudiantes presos y en defensa de la autonomía constitucional universitaria; la renuncia del Rector del 23 de septiembre; y la formulación de un pliego petitorio auténtico, que asombraba por la sencillez del motivo básico y fundamental de unirse en manifestación pública para expresar “la simple lucha por el mínimo de libertades democráticas”.

    Lo exterior y lo interior –sobre todo esto último– provocaron la respuesta cobarde, bestial y desalmada de las autoridades de ese tiempo, con la macabra matanza de los jóvenes estudiantes reunidos desde las 6 de la tarde de ese 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en la Ciudad de México.

    Desde ese día atroz y funesto, las mujeres y hombres muertos siguen clamando, con su dolorosa reminiscencia histórica, por una justicia que el gobierno de la época volvió quimérica, atrapada intencionadamente entre detenciones, desapariciones y torturas ilícitas, y confusos andamiajes legales y complicidades inhumanas. 

    Heredamos de esa tragedia las pruebas destruidas y los delitos sin castigo de los responsables. Pero la memoria colectiva nunca muere. No, imposible olvidar: 2 de octubre no se olvida.