Columnistas

El sentido de la representación pública

Por Mónica Mendoza Madrigal

#LaAgendaDeLasMujeres


Además de todo lo dicho y por decir derivado del terremoto de este martes negro, hay algo sobre lo que inevitablemente hay que insistir.
Los partidos políticos deben dejar de pagar cuotas políticas a actores con trayectorias cuestionadas, integrantes de cotos de poder que han pactado con tirios y troyanos a cambio de impunidad y que les acaban resultando mucho más costosos en términos políticos, que atreverse a hacer la rotación de rostros y liderazgos que se les viene exigiendo desde hace varios procesos electorales y a lo que se resisten, pese a comprobar cada tanto que esos nombres no les defenderán en el ejercicio y tampoco representan nada a la ciudadanía de sus demarcaciones.
La votación de la reforma judicial, pero sobretodo la integración de los grupos legislativos ha evidenciado que quienes están más propensos –perdón el genérico masculino– a “trampolinear” de partido ya estando en funciones, son estos integrantes de una clase política que huele a naftalina y no tan solo por la edad de sus integrantes, sino por las prácticas políticas tan anquilosadas en un pasado acostumbrado a tranzar con el diablo, sin el menor reparo del mandato popular que ni les importa, ni les limita.
Sí, es verdad que el sistema electoral mexicano favorece que la vía de acceso a los cargos de elección popular sea mediante los partidos políticos. Pero si hoy día una institución está atravesando una especial crisis de descrédito y de pérdida de confianza ciudadana son precisamente los partidos, por lo que estos no pueden seguir sin asumir su responsabilidad ante la debacle electoral que han sufrido, embestidos por una maquinaria que gana con todos los recursos que el aparato de gobierno brinda, pero también –hay que reconocerlo– con una estrategia de tierra que ha permeado, tarea que los otros institutos políticos han dejado de hacer, un tanto por falta de dinero y otro tanto por la falta de liderazgos auténticamente legitimados, que se bajen de su pedestal y se cocinen a fuego lento.
Y es que es costumbre dejar a los acuerdos de última hora la definición de candidaturas, que por la premura, les exigen ser depositadas o en quienes pueden financiar los procesos, o en quienes están en su camarilla. Y solo esas posiciones son las que les interesa ganar, asegurando sus pases personales sin fortalecimiento político para sus partidos.
Ninguna candidatura opositora ganará si la definen al cuarto para las doce. Hay que hacer tierra, hay que estar en el territorio, hay que ganarse la representación y hoy que la oposición gobierna la minoría de los municipios, no puede lograr esta representatividad mediante la presencia pública que el ejercicio de gobierno local les brinda, por lo que es una estrategia hasta de sobrevivencia, voltear a ver a los liderazgos auténticos de las localidades y no solo a quienes han servido una y otra vez al partido en tiempos que quedaron atrás.
Además, es imposible no mencionar que en estos momentos se vive un despertar ciudadano importante, que en ciertas localidades ha logrado articularse mejor y eso permite que esos liderazgos gocen del reconocimiento público de sus vecinos y vecinas, además que tienen más legitimidad que una clase política en vías de jubilarse.
Claro, las dinámicas ciudadanas son distintas a las dinámicas partidistas, por lo que el relevo requiere no solo renovar los rostros sino también la práctica política y pasar del proselitismo tradicional, a la gestión política local de un tejido social activo y participativo.
Los partidos que están apostando por un cambio en su selección de candidaturas y en el estilo político de sus campañas están sembrando liderazgos efectivos, que sí son representativos; pero además, le apuestan a nuevos liderazgos que no traicionarán por 30 monedas las siglas que les llevaron a las posiciones que temporalmente ocupan, porque no tienen un negro expediente que requiera a gritos de la compra de impunidad.
La lógica tiene que ser dejar de vender las candidaturas y pensar que para volver a ganar elecciones hay que llevar a los espacios de representación voces que les representen auténticamente.
La tarea es compleja y el tiempo apremia.