Columnistas

El PRI hacia su ocaso, «Alito» su tétrica lápida

Por Alfredo Bielma Villanueva

CAMALEÓN

Postulando el principio de la No Reelección como faro y guía el Partido Revolucionario Institucional gobernó este país durante 60 años consecutivos (de 1946 al 2000) y durante el periodo 2012-2018, aunque en las elecciones de este año, 2018, el franco deterioro de su credibilidad lo colocó detrás del PAN como fuerza opositora. Fue durante la hegemonía priista cuando se creó la base institucional de esta nación, particularmente durante la década finisecular gracias también al acentuado protagonismo del PAN, del PRD y del impulso ciudadano. Cuando concluyó el siglo XX México era ya un país maduro, puesto a prueba por una secuencia cíclica de crisis económicas. Iniciamos el siglo XXI estrenando la alternancia en la presidencia de la república porque el PAN ganó con mucha solvencia en los comicios del año 2000 con Vicente Fox como abanderado, y refrendó ese triunfo en 2006 con Felipe Calderón; en 2012 el PRI volvió a Los Pinos, pero no pudo contener en 2018 la gran ola de inconformidad social aprovechada por Andrés Manuel López Obrador para llegar a ser presidente respaldado por su Movimiento de Regeneración Nacional, caracterizado como partido político. Para esa elección de 2018 el PRI ya mostraba signos de considerable mengua, pese a todo aun gobernaba en 12 entidades federativas, es decir, tenía base territorial para al menos intentar un nuevo regreso.Sin embargo, los estragos provocados por el trauma de la elección de 2018 en los partidos PAN, PRI y PRD los mantuvo inmovilizados, casi en estado catatónico durante 2019 y parte del 2020, apenas despertaron para estar en condiciones de contender en la elección intermedia de 2021, cuyos resultados generaron nuevos bríos oposicionistas. Pero desde 2019, en el PRI, aprovechando la confusión interna y del ausentismo de sus principales actores (los más adoptaron prudente distancia para no colocarse en la mira del discurso presidencial y así evitar ser objeto del ánimo persecutorio), en contraste, sí lo hizo el exgobernador de Campeche, Alejandro Moreno (tampoco exento de antecedentes nada recomendables, y acaso con la anuencia de ya sabemos quién), se movilizó entre la confusión priista y logró ser elegido presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI en 2019, esa condición le permitió asignar las candidaturas a legisladores federales en 2021 y establecer compromisos con la estructura territorial de su partido para consolidar su posición como único rector de esa otrora gran organización partidista, en ese cometido estuvo acuerpado, en una relación de complicidad política con Rubén Moreira, Carolina Vigianno y personajes afines en función de rémoras. Con esa nomenclatura facciosa, con dos reelecciones en base a reformas estatutarias ad hoc “Alito” Moreno proseguirá al frente del desvencijado PRI cuatro años más, lo acompaña como pesado lastre histórico el funesto bagaje de haber perdido todas las elecciones de gobernador en que participó (en 2019 el PRI contaba con una militancia de 6, 7 millones de afiliados, en 2023 ya no superaba el millón y medio), gobierna solo Coahuila y Durango, perdió decenas de municipios y apenas figura en el elenco de las 32 legislaturas locales. El PRI no merece ese penoso epilogo.