CAMALEÓN
En la secuencia democrática del México contemporáneo, en los entreverados acontecimientos acaecidos en la convergencia de dos siglos, tenemos al alcance similitudes relativas al acontecer de gobiernos de corte cercano al populismo. Si observamos a través de la bruma de los añejos tiempos toparemos con los gobiernos de Luis Echeverría (1970-1976) y de José López Portillo (1976-1982), de fiel expresión priista, el primero abandonó la política económica sustentada en el Desarrollo estabilizador que impulsó la economía mexicana a un crecimiento del 6.6% anual con inflación de solo 2.2%. Echeverría terminó su periodo de gobierno con el anuncio de una devaluación (31 de agosto de 1976) de la moneda mexicana que paso de 12.50 a 22 pesos por dólar, aunada a una inflación de dos dígitos. Por si no bastara, Echeverría culminó su sexenio con un choque frontal con la clase empresarial mexicana. Sucedió a Echeverría en la presidencia José López Portillo, quien con ánimo de contrastar su gobierno con el antecesor privilegió la implementación de Planes y Programas de desarrollo, que no bastaron para atajar el desbarajuste y derroche en la aplicación del recurso público, pese al enorme flujo de capital proveniente de la exportación del petróleo y de préstamos para hacer crecer a México “como nunca”. Presumía López Portillo de “ser el último presidente de la Revolución Mexicana”, porque avizoraba que tras la gran devaluación del peso y la incontrolable inflación se sentaban las condiciones para dar el gran viraje hacia el neoliberalismo económico. Tal como sucedió a partir de los gobiernos de Miguel de la Madrid (1982-1988) y Salinas de Gortari (1988-1994) quien operó para concertar la entrada de México al Tratado de Libre Comercio (1994). Al igual que Echeverría, López Portillo concluyó su gobierno enfrascado en furioso enfrentamiento con el empresariado del país llegando al extremo de estatizar la banca. Todo esto ocurrió durante el periodo hegemónico del PRI, que pese al autoritarismo de una presidencia imperial permitió e impulsó reformas electorales por cuya vigencia se originaron importantes avances democráticos: creación del IFE, credencial IFE, tribunales especializados para dirimir conflictos electorales, urnas transparentes, pluralidad política, tinte indeleble, se instituyó el conteo rápido y los PREPs, iniciaron los debates entre candidatos presidenciales, etc. Grandes progresos para instituir un sistema electoral democrático.
Ya en el siglo XXI, prodigo en alternancias políticas, a partir de 2018 la ciudadanía mexicana eligió presidente de México a Andrés Manuel López Obrador, quien ofreció esperanzadores logros en materia de seguridad pública, crecimiento económico y combate a la corrupción, pero desafortunadamente, cuando ya transcurre el sexto año de su periodo gubernamental con un presupuesto radicalmente deficitario ya no podrá cumplir lo prometido, pue ni crecimos económicamente al 6 por ciento, ni la violencia ha disminuido, por el contrario ha aumentado en exceso, la corrupción sigue vigente y con vigoroso impulso desde las entrañas gubernamentales. Peor aún, el sistema de salud ha sufrido grave deterioro, la infraestructura carretera no registra sustanciales avances y transitamos en un escenario de contrastadas propuestas políticas relativas al rumbo inmediato del país. Los presidentes Echeverría y López Portillo, de corte populista no rindieron buenas cuentas a la nación. Ya en el umbral de su periodo de gobierno, López Obrador, también populista, mantiene una relación muy forzada con los empresarios del país y se afana intensamente por construir una narrativa de bienestar social que según se está observando no coincide con la realidad, mientras tanto, el tiempo sigue su marcha ineluctable.