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En el siglo XX el PRI gobernó 54 años; en el siglo XXI, el PAN, el PRI y Morena 23 años, hasta ahora.

Por Alfredo Bielma Villanueva

Cuando se difundían los restos de la violenta inseguridad adueñada de Zacatecas, convirtiendo a Fresnillo en la ciudad más insegura del país, la capacidad de asombro de la sociedad mexicana parecía rebasada; pero lamentablemente los escenarios dantescos no son privativas de esa entidad norteña, porque en Guanajuato y Michoacán se replicaron los acontecimientos con atroz semejanza, luego tocó el turno de Chiapas y en las últimas semanas Guerrero nos muestra la visión mefistofélica de un escenario donde la delincuencia se ha convertido en lugar común. Si lo hasta ahora descrito fuera el único tema de un México sometido por las arremetidas de la delincuencia ya sería bastante preocupante, pero no terminan allí las cuitas de este país que a fines del siglo pasado no imaginaba su cruel destino, porque, además, en el ámbito de la política, esa actividad que teóricamente privilegia la negociación por sobre cualquier disputa, el panorama no da señales para el optimismo, sino todo lo contrario.

El inicio del siglo XXI dio lugar a una inédita alternancia política, cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió su condición de partido único para dar lugar a que el Partido Acción Nacional (PAN) ocupara la presidencia de la república, lo cual refrendó para el periodo 2006-2012. En ese año el PRI retomó el mando en lo que parecía una restauración de su hegemonía política, pero Morena, acompañado por una gran porción de ciudadanos desvaneció esa posibilidad en 2018, con un triunfo contundente del actual presidente. De esa manera, en solo 23 años este país ha sido gobernado por presidentes emanados de tres signos partidistas: PRI-PAN y Morena; esa sucesión de presidentes es radicalmente distinta a los 54 años de dominio priista (1946-2000) visto desde la perspectiva de los resultados, pues durante aquellos años el país logró estructurar una arquitectura institucional bastante sólida, pese a los innegables defectos traducidos en corrupción, impunidad y desigualdad social adjuntos en nuestro contexto social.

Históricamente está demostrado que el ejercicio del poder desgasta, pero cuando acontece con el prolongado periodo en que el PRI gobernó este país, la erosión es mucho mayor, por ese motivo ahora todo lo malo que ocurre en este país se le atribuye al PRI. Tiempos y circunstancias aparte, durante la hegemonía priista las alternancias presidenciales (relevo de grupos en el poder) se produjeron de manera pacífica y con mucho atuendo institucional, No se advierte el mismo panorama en el caso actual porque permea en el ambiente el temor de que se quebrante el Estado de Derecho, ojalá sea una percepción  errónea y todo transite por el carril establecido en el marco normativo vigente. La historia, al margen de la actual historiografía, dará un más genuino veredicto, despojado ya de las pasiones que abruman y contaminan al sentir y pensar contemporáneo. Que así sea.