Con la renuncia de Osorio Chong a su militancia priista se asesta otro duro golpe al otrora partido hegemónico, el magnánimo dador de cargos y prebendas políticas ahora sometido a dura prueba de subsistencia en posible camino a su extinción. Esa apreciación no es a causa de que el senador hidalguense represente un cuadro irreemplazable, o figure entre los de más brillo en las filas del PRI, sino porque muchas de las bajas de su militancia se deben a la inconformidad generada por la insistencia de Alejandro Moreno de permanecer al frente de este partido pasando por encima de sus estatutos, solo para salvaguardar los intereses de un reducido grupo adueñado de su destino. Lo peor estriba en que Alejandro Moreno ni siquiera entre sus aliados concita confianza. ¿Corresponde a “Alito” y compañía la penosa tarea de dar la extremaunción al PRI? Lo podremos comprobar en el decurso del actual proceso y cuando culmine en la elección de 2024, porque ya es camino sin retorno tras la difusión del método electivo de la candidatura presidencial; un proceso sobre el cual flota la duda acerca de cómo terminará la Alianza, si con tres partidos unificados en torno al cobijo ciudadano, o fragmentado en partes sin destino.Pero, en realidad es interesante observar cuanto ocurre en torno del PRI, un partido de cuya rica veta de políticos de perfiles multifacéticos ya poco está quedando porque las defecciones iniciadas en 1987 prosiguen mermando sus filas; si hacemos un recuento de quienes formando fila en el PRI han emigrado hacia otras nóminas partidistas los encontraremos en puestos directivos de lo que fue el PRD y es hoy Morena, tal pareciera que en línea directa la genética del PRI conduce al PRD y concluye, por ahora, en Morena, repitiendo, quién lo dijera la trilogía partidista del siglo XX iniciada en 1929 con el Partido Nacional Revolucionario (PNR), proseguida por el Partido de la Revolución Mexicana (1938) para desembocar en 1946 en renovado Partido Revolucionario Institucional (PRI). Obviamente con sus respectivos y obligados matices impuestos por el tiempo y las circunstancias. Solo como ejercicio de memoria, para establecer la estrecha conexión con sus nuevas caracterizaciones, hagamos un breve recuento de quienes siendo priistas ahora lucen otras casacas, acompañadas con un discurso cuyo centro retórico radica en identificar al PRI con la corrupción, pero que ya en otros partidos como por arte de magia son incólumes actores políticos. Empecemos con Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Adán Augusto López, Ignacio Mier, Alejandro Armenta, Miguel Barbosa (+), Leonel Godoy, etc., todos militan ya en Morena tras su paso por el PRD, después de haber sido formados en el PRI. A nivel local, en esta aldea veracruzana y seguramente en muchas otras entidades federativas, la lista también es generosamente extendida, pero solo por mencionar algunos: Dante Delgado, Miguel Ángel Yunes Linares, ambos expresidentes del PRI estatal, ahora Dante es líder de Movimiento Ciudadano, y Miguel Ángel en el PAN por el que fue gobernador. La lista continuaría casi interminable, y acaso inagotable si anotáramos a quienes habiendo sido beneficiarios del priismo, ese que ahora está convertido en el blanco favorito de los denuestos de quienes emulan a Pedro, el de los tres cantos del gallo. Si ocurriera al PRI lo de Lázaro sin duda se replicaría el milagro, pero el escenario hace pecar de pesimista, sobre todo por quienes las coyunturas personales o de grupo han sido encaminado hacia caminos muy opuestos, más por conveniencia que por genuina convicción. En la sucesión de las monarquías del reino francés el rito incluía la frase: “¡El rey ha muerto, Viva el rey! Que en la monarquía británica se convierte en ¡El rey ha muerto, larga vida al rey! Porque todo en la vida cierra su círculo, en el hipotético ocaso definitivo del PRI, pese a su finitud ¿Cuál sería la expresión para su póstuma despedida? Quizás es pregunta sin respuesta, que se torna innecesaria porque el PRI ya figura en la historia del México del siglo XX.
La sangría del PRI
Por Alfredo Bielma Villanueva