POR LA VERDAD Y LA CONFIANZA
Hace algunos años, escribí un artículo sobre la distinción especifica, de lo que es un “padre bueno” y lo que es un “buen padre”, que no es exactamente lo mismo, porque, padres buenos hay muchos, pero…buenos padres, muy pocos.
Y, aunque se podría pensar que, el generar una clasificación tan somera como la anterior pudiera considerarse sesgada o subjetiva, en realidad no lo es, por que dejo claro que, en este análisis, hago referencia exclusivamente a la figura paterna -varón-, misma que se ha querido soslayar en importancia, cuando que es tan necesaria y determinante en la vida de los hijos como la es el de la propia madre. Y lo puntualizo porque soy una convencida del valor de la paternidad compartida, y del complementario, coadyuvante y valioso papel que juegan ambos géneros de las familias mexicanas y de todo el mundo.
Pero ¿Qué es un padre bueno?
Cuando decimos que una cosa es “buena”, suponemos que va implícito el que está “bien” o que es beneficiosa tanto para el individuo, su medio y vida en general. Igualmente, se podría creer entonces que, por ser bueno, esto a su vez, será útil y correcto en lo individual y en lo social. Sin embargo, la bondad -que corresponde a una acción bien intencionada-, puede distorsionarse si se otorga de manera excesiva y sin razón. Y entonces es cuando suele confundirse con la sumisión, fragilidad o la debilidad.
En el caso de la paternidad, relacionada con el varón bondadoso, se podría entender como el sentimiento de entrega que un padre otorga a un hijo, llevando la intención de hacerlo feliz. Pero, si ese amor se da sin medida, sin condiciones y sin reserva o límites, cediendo a exigencias y no definiendo compromisos con la idea ingenua de que el hijo sabrá valorar lo que se le da y corresponderá actuando de manera correcta, es un error que tarde o temprano tendrá consecuencias.
La gran mayoría de los que hemos sido padres, sabemos que excederse en dádivas, permisibilidad y tolerancia frente a los hijos sin establecer límites y obligaciones a cumplir, -especialmente en etapas iniciales de desarrollo-, en lugar de ser algo que les favorezca, se convierte en perjuicio en algún momento, y por ende pondrá en riesgo la propia autoridad paterna.
Otra característica del padre bueno es la excesiva permisibilidad. Si un padre da a manos llenas y solo sabe decir sí a la presión de sus hijos, puede eso con el tiempo, hacer daño a estos como al propio padre. Un padre que se convierte en rehén de sus propios hijos generará en ellos el sentimiento de egolatría y dominio y los convertirá finalmente en seres egoístas, insatisfechos, exigentes y obsesivos.
Existen varios aspectos que refuerzan la excesiva bondad paterna, sin embargo, me referiré solo a dos de estos. Por una parte, lo relacionado con las inseguridades del varón en el ejercicio de su paternidad y por la otra, la tendencia de compensar sus ausencias. La primera tiene que ver con sus expectativas en las relaciones de pareja- si vive en el mismo hogar, si está divorciado o separado-, y con las posibilidades materiales y económicas para satisfacer los compromisos de la paternidad. Ambos aspectos si no están resueltos del todo, hace que su actuación se presente endeble y el día en que no puede dar lo que le piden sus hijos, se sentirá agobiado, frustrado o con sentimiento de culpa, y, por ende, canalizará su molestia en angustia, impotencia, incluso coraje hacia sí mismo.
La segunda, cuando un padre con frecuencia está ausente o no vive con sus hijos, como una forma de evitar el sentimiento de culpa busca compensar su escasa presencia, con dinero, obsequios o premios, a veces sin que medien méritos que justifiquen esas recompensas. Y en lugar de que el breve tiempo en que este con ellos ofrezca mayor calidad en comunicación y comprensión, prefiere ser un proveedor material y no un guía, que inspire seguridad, respeto, y confianza.
Por lo tanto, para un “padre bueno”, regularmente le es difícil encontrar el punto medio en la forma de educar a sus hijos y esa flacidez en sus emociones, impedirá transmitirles valores consistentes como: la responsabilidad, el respeto, el uso del libre albedrío, la toma de consciencia y fortaleza para enfrentar sus miedos y correr sus propios riesgos, y sobre todo el transmitir a estos, seguridad para tomar sus propias decisiones y el que asuman las consecuencias de sus actos.
Entonces, ¿qué es un “buen padre”?
Es aquel que, primeramente, cumple con sus responsabilidades, independientemente de su condición civil (si está casado, divorciado o separado), y se preocupa en el cómo, puede contribuir su presencia en la generación de valores básicos en sus hijos. Piensa para querer. No está manipulado por los hijos y dice sí cuando es sí, y no cuando es no. Sabe mostrar en sus decisiones el valor de la justicia- entre hermanos y semejantes. Sabe lo que es hablar con sutileza y cordialidad cuando quiere que sus hijos comprendan una situación negativa, pero también con firmeza cuando se enfrenta a presiones caprichosas de estos.
Un “buen padre”, valora en sus hijos sus capacidades, habilidades, conocimientos, y sentimientos, y distingue la importancia de sus méritos para reconocerles; y lo hace no siempre con cosas materiales sino con nuevas oportunidades, pensando primeramente en su preparación y dándoles herramientas para lograr metas en beneficio de su propio desarrollo físico, mental y emocional, sabiendo que esta es la mejor manera de apoyarles para lograr su plena adaptabilidad y madurez.
Se preocupa, además, de ser un buen ejemplo para sus hijos, de ofrecerles los mejores modelos de civilidad y congruencia. Se esforzará, en lo posible, por ser un factor de unión en la familia -aun en los casos en que no viva con ellos-, y se hará presente no perdiendo el contacto con sus hijos nunca.
Igualmente, sabrá ejercer su autoridad, nunca dejando de ser amigo de sus hijos y procurando además ser el mejor consejero para no perder su confianza. Así mismo, ubicará a sus hijos, en cada etapa, previniéndole de los peligros y riesgos que corren en un medio como el que, hoy a ellos les toca enfrentar, y los ubicará para que sus decisiones puedan ser las mejores. Y si por alguna razón se equivocan, un buen padre, siempre estará ahí para apoyarles y darles herramientas para que salga adelante y corrijan el rumbo.
Por eso un “buen padre”, no hace ídolos; hace entender a su hijo que la soberbia y la altivez son enemigos de la humildad. Se preocupa por fortalecer en su hijo, no solo su condición física, mental y emocional, sino también la espiritual. Los hace conscientes de su pequeñez frente al gran creador del Universo, al que se le debe todo y, les enseña el valor de la gratitud todos los días, por poseer la vida misma.
Luego entonces, un buen padre, hace amar a sus hijos su hábitat y ambiente, haciéndoles entender, que ninguna persona es perfecta ni omnipotente y, que el ser humano es dependiente y agraciado mientras esté en equilibrio con la naturaleza y que todo lo que habita en ella: las plantas, los animales, y los mismos seres humanos, son parte de ese equilibrio y se debe preocupar por no romperlo.
Finalmente, un “buen padre, aceptará a sus hijos como son durante toda su existencia, los dejara volar a su momento, pero les seguirá amando a distancia cuando realicen sus sueños y su propia vida. Estará con ellos en las buenas y en las malas, siempre dispuesto a ofrecer su ayuda cuando así lo necesiten y lo pidan. Porque si una recompensa pudiera anhelar un buen padre, sería: ver a sus hijos sanos, construyendo su felicidad todos los días y viviendo su propia vida en armonía y en paz.
Un abrazo con cariño a todos los padres de México y del mundo. Feliz Día del Padre.
Gracias y hasta la próxima.