Bastó una palmadita en la espalda, como cuando se pasa el ayate sobre el lomo de un jamelgo, para realizar un sorprendente cambio en la actitud del senador Ricardo Monreal con quienes no comulgan con las acciones emprendidas por el gobierno federal, pues, antes de espíritu conciliador, ahora adopta una beligerancia propia del más radical entre la fanaticada aplaudidora de la CuartaT. Desde aquel viernes, cuando los senadores fueron recibidos en palacio nacional, incluido entre los invitados Monreal y más aún fue sentado al lado del presidente, el zacatecano declaró que el presidente le palmeaba la espalda según desarrollaba su discurso. Pero ¿cuáles fueron las palabras mágicas al oído de Monreal con efectos de un ábrete sésamo? Cuáles fueren, lo cierto es que causaron un cambio porque a partir de ese evento el senador volvió a la carga junto a los radicales de Morena contra “los conservadores”. Para empezar, Monreal reconoció que su congelamiento político de dos años le restó impulso a su campaña como corcholata, motivo por el cual ya no está en condiciones de competir para la presidencia; también ha aceptado que perdió poder en la interlocución con los senadores de su bancada y que en cualquier momento podrían defenestrarlo de la Coordinación Política del senado. Pese a ese deslave, ahora aparece como el gran inquisidor y advierte a los ministros de la Suprema Corte que es posible enjuiciarlos políticamente, peor aún, a quienes festejaron la decisión de la Corte de anular el Plan B les sorrajó una tremenda admonición: “No hay que aplaudir como focas”. ¿Dónde quedó aquel político que negociaba con partidos de oposición una posible candidatura para enfrentar a Morena? Porque en su momento Monreal presentó un voto particular y advirtió sobre cómo contemplaría la Corte esos bodrios legislativos, votando en contra ¿Es correcto categorizar este súbito cambio de Monreal como una nada sutil expresión politiquera? Incorrecto sería erigirse en juez de la conducta de un político de la trayectoria de Monreal y su matiz acentuadamente pragmático, porque debemos convenir que cuando un actor político entremezcla los principios morales con la política está condenado al fracaso, pues en política la moral es un árbol que solo da moras, como decía el nada recomendable Gonzalo N Santos, no está por demás reconocer que en el contraste Maquiavelo adelanta a Platón. Pero, más allá de disquisiciones librescas, en nuestra realidad flota la interrogante sobre qué prebenda se habrá ofrecido a Monreal para provocar giro tan drástico, muy propio del más taimado de los politiqueros. El quid radica en saber por qué se le reactiva ¿acaso para alejarlo de Ebrard calculando que es mejor disolver la posibilidad de esa dupla en caso de una ruptura? Algo suena en el rio, quizás cuando pase bajo el puente podremos estar en aptitud de conocer.
«No hay que aplaudir como focas»: Monreal
Por Alfredo Bielma Villanueva