Columnistas

La Batalla de Camarón y Juana Marrero

Por: Jorge E. Lara de la Fraga

ESPACIO CIUDADANO

“En el interior del caserón el espectáculo era horrible a la vez que conmovedor; franceses y mexicanos yacían mezclados, confundidos, durmiendo juntos el sueño de la muerte que se había prodigado con furor”.

El 30 de abril de este 2023 se rememora en la localidad de Camarón de Tejeda, Ver. y en la ciudad de Huatusco una gesta bélica donde los contendientes de la encarnizada confrontación fueron 65 soldados de la Legión Extranjera de Francia y las tropas republicanas de México que se oponían a la invasión gala y se identificaban a favor de Benito Juárez. Han transcurrido ya 160 años de ese suceso y prosigue celebrándose, pues tal combate “quedaría inscrito no sólo en los anales de nuestra nación y de Francia, sino también en la historia militar del orbe”.

Entre los malheridos extranjeros atendidos estuvo el subteniente francés Clement Maudet, quien antes de morir remitió a su progenitora una emotiva misiva: “Si he de morir no me llores, madre mía y doy gracias a Dios de que mi cuerpo descanse en este rincón de la nación mexicana, tierra hospitalaria y caballerosa en todos los sentidos. En Francia dejé a una madre, aquí en México he encontrado otra, mándame tu bendición…” Ese es el legado de Juana Marrero de Gómez, “La dama del gran corazón”. Para contextualizar el comentario es necesario indicar que esa Intervención Francesa (1862-1867) surge a raíz de la enconada lucha que existía en México en el siglo XIX entre los liberales y los conservadores. Tras la Guerra de Reforma (1858-1861) nuestro país padecía una grave crisis económica y ante ello el Congreso de la Unión decretó en julio de 1861 la suspensión de pagos de las deudas públicas, originando una reacción de inconformidad de tres naciones: Inglaterra, Francia y España, quienes reclamaron tal medida. El gobierno mexicano, vía el ministro Manuel Doblado, llega a acuerdos favorables con los ibéricos y británicos, no así con los enviados galos, los cuales perseguían otros propósitos. Dicha delegación, por órdenes de Napoleón III, tenía la consigna de no pactar. Al retiro de españoles e ingleses llega a Veracruz con sus huestes el arrogante Conde de Lorencez el 5 de marzo de 1862 para iniciar las hostilidades. Se suceden encuentros en Orizaba, Acultzingo y Amozoc, para después llegar a Puebla, donde esas “invencibles tropas” son derrotadas por un heroico contingente plural al mando del Gral. Ignacio Zaragoza.

Ante tal descalabro los invasores se refuerzan, llegan a México y colocan a Maximiliano como Emperador. Las guerras de guerrillas persisten y también las batallas fragorosas se suceden en varios recintos a lo largo de cinco años, con un presidente legítimo Benito Juárez peregrinando por todo el país con su pequeño gabinete y con un soberano austriaco en la capital del país, respaldado por las fuerzas invasoras y por la facción conservadora que no quería perder sus privilegios ni sus extensos bienes e intereses. En esos lapsos aciagos acontece la batalla de Camarón, que un narrador describe así: “Han pasado 155 años pero los habitantes de esa población todavía rememoran el suceso. Los llaman “los franceses”, aunque no todos lo eran. Había alemanes, austriacos, belgas, polacos, italianos y españoles. Eran 65 soldados de La Legión Extranjera que llegaron en 1862 al iniciarse el conflicto. Hoy la mayoría están enterrados ahí, en el sitio del combate que aconteció el 30 de abril de 1863, donde una compañía de legionarios decidió luchar hasta el último hombre, antes de rendirse a las tropas republicanas de Juárez, para cumplir su misión de poner a salvo un convoy de suministros…” A la postre, después de 11 horas de enconado combate, quedaron sin vida un poco más de 560 hombres valerosos de los 2 bandos.

A las 5 de la tarde de ese 30 de abril de 1863 el combate había concluido: “en el interior del caserón el espectáculo era horrible a la vez que conmovedor; franceses y mexicanos yacían mezclados, confundidos, durmiendo juntos el sueño de la muerte que se había prodigado con furor. Unos y otros habían pagado con la vida. Los cadáveres fueron agrupados y enterrados en dos grandes tumbas separadas”. Ante todo ello resulta sublime, único e imborrable el esfuerzo y el compromiso humanitario de doña Juana Marrero, quien haciendo a un lado diferencias de toda índole, socorrió a todos esos “hermanos de especie”, aun cuando algunos de ellos eran enemigos y contrarios a los nacionales y a dos de sus consanguíneos que murieron por los principios liberales. Juana Marrero de Gómez es, sin duda, una preclara antecesora de la labor internacional que después realizaría la Cruz Roja, bajo los ideales y preceptos filantrópicos del célebre suizo Henry Dunant.

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Atentamente

Prof. Jorge E. Lara de la Fraga