Después de revolucionar el mundo al producir en masa el automóvil, Henry Ford reflexionó: —Si le hubiera preguntado a la gente que quería, me hubieran respondido: “caballos más rápidos”. Y él seguro hubiera abierto una fábrica de látigos. Pero no: revolucionar implica romper. Crear una nueva visión. Arriesgar. Las oposiciones debemos entender algo: si no somos capaces de conectar con el México más humilde, más rezagado, más pobre, perderemos elección tras elección. Seguir la aprobación de López Obrador se ha vuelto una obsesión. No hemos logrado entender que la gente no quiere, por ahora, resultados. Quiere creer. Y la gente aún cree en su retórica, en sus simbolismos, en su cercanía y, sí, también en sus apoyos económicos. Son los perdedores de una generación que hoy creen ver una revancha: aunque para ellos no implique triunfo. El modelo electoral y de gobierno de Morena es tan convincente que, incluso, ha convencido a las oposiciones de que no tenemos forma de competir en el México más pobre: cadena perpetua de derrota electoral. Morena no tiene el monopolio de la salida de la pobreza. Al revés: tiene el de su perpetuación. Algunas pinceladas: en México hay 56 millones de pobres. La ayuda social llega a algo más de 20. Quedan 36 millones desamparados. En 2014, con Peña, los programas sociales implicaron 5.3% del PIB. Hoy es el 4.7%. Según cálculos de Viridiana Ríos los programas sociales hoy llegan al 42% más pobre contra 48% con Peña. La ayuda llega a menos, pero con más dinero: una base dura electoral. Los salarios han aumentado, pero la inflación golpea de frente a los más necesitados. 4 de cada 10 personas con empleo no pueden comprar la canasta alimentaria. No les alcanza. Pero 40% adicional debe invertir más de la mitad de lo que gana sólo en comida. ¿En serio estos millones no tienen más esperanza, sino que algún día les llegue algo del gobierno? Ganar el 24 implica que logremos conectar emocionalmente con la vasta mayoría de la gente. Dar inspiración al México del abandono y la derrota. Lograrlo implica obligarnos, primero, a terminar con el distanciamiento social. No el del coronavirus, sino el de la otra pandemia: la indiferencia. México se partió antes de Morena. Se partió cuando se quebró la solidaridad, el sentido de comunidad y cuando con la apertura al mundo pensamos que los vencedores éramos los más listos, los mejor educados, los más brillantes. Olvidamos o, peor, despreciamos a quienes no logran salir del rezago. Dejamos de ver alrededor. Vean con otros ojos Santa Fe o los contrastes de cualquier ciudad del país. Abandonen unas cuadras las costeras del litoral. Un muro invisible, pero real, nos divide. La opulencia y la miseria se enfrentan por una cuadra. Parafraseando a Fuentes, hay calles en México que no son una frontera: son una cicatriz. Sí es posible inspirar a los más necesitados, pero no con lo que ofrecemos hoy: una vuelta en U. Volver a lo de antes que fue vapuleado en 2018. Las clases medias son un gran motor electoral. Tienen un problema: no alcanzan para ganar. Ganar implica, primero, solidificar esa base y, segundo, restablecer la cercanía social con el México más humilde. Otra vez: hay al menos 36 millones de pobres que no reciben nada de Morena. Tiene que haber un camino de salida para todas y todos: No lo de hoy. No lo de ayer. El concepto central lo ha dado Guillermo Fernández de la Garza: necesitamos con urgencia un gran esfuerzo de innovación social. Tenemos que reconectar al México más abatido con la escuela, las empresas, las actividades productivas, la tecnología. Pero además agrego: tenemos que reconectarnos emocionalmente. Saber que vamos juntos a la salida de este drama o no vamos a ninguna parte. No debemos pensar fuera de la caja: debemos romper la caja. Hay que ofrecer un piso de prosperidad a cada familia. Un patrimonio social mínimo: educación, nutrición, salud y vivienda. Y hay que ofrecer empleos formales y apoyos para emprender. Convertir la talacha en innovación nacional y el talento en centros de inventiva y creatividad. ¿Cuánto cuesta? Habrá que tasarlo y convocar a una gran misión nacional de solidaridad que debe ser esa: sacar de la pobreza a la mayoría, tarea que comienza, insisto, en volver a vernos. Si hay un compromiso colectivo para emprender y triunfar en esa misión de justicia, dinero habrá. No sin sacrificio, pero habrá. ¿Qué hacemos con los pobres? Preguntaba Ignacio Ramírez, el nigromante, hace 150 años. No hemos logrado responder. Si les preguntamos a ellos, a los pobres, qué quieren, tendremos dos respuestas. Una, de quienes reciben: más programas sociales. Dos, de quienes no reciben: que gobierne quien nos entienda. En otras palabras, nos dirán: caballos más rápidos. Pues no. Hay que inventar un vehículo de justicia social, de abrigo, de hermandad. Y entonces ganaremos. @fvazquezrig https://fernandovazquezrigada.com/el-2024-y-la-pobreza/
El 2024 y la pobreza
Por Fernando Vázquez Rigada