Columnistas

La honestidad y la congruencia.

Por Jorge E. Lara de la Fraga.

ESPACIO CIUDADANO

“La incongruencia es la moneda común entre la mayoría de los políticos de cualquier estandarte.”

            El respeto a la palabra empeñada se consideraba en la antigüedad como una de las grandes virtudes que poseía una persona, pues bastaba con que “de boca” se asumiera un compromiso para que fuese cumplido con la misma fuerza como si fuere por escrito. A pesar de que la palabra empeñada cada vez es menos sinónimo de garantía debemos esforzarnos en dotar de valor a la nuestra, contribuir a otorgar de nuevo valor real a los conceptos de honestidad, compromiso y palabra otorgada en estos lapsos álgidos de crisis axiológica.

En estos tiempos difíciles donde prevalece el pragmatismo y la ausencia de valores, implica un gran reto para las personas conducirse por senderos honestos y proceder con congruencia. Al respecto se manifiesta que la congruencia es la armonía y el balance que existe entre nuestros pensamientos, acciones y emociones; que ser congruente es actuar acorde a lo que queremos, soñamos, anhelamos, sentimos y deseamos. Con tal cualidad o fortaleza personal tú simplemente haces aquello que necesitas llevar al cabo para cumplir con tus aspiraciones o anhelos.

En sentido opuesto, la ausencia de congruencia en un individuo supone un desequilibrio entre las cuatro áreas de su personalidad (pensar, sentir, decir y hacer), lo que origina que sus relaciones con los demás sean inadecuadas y hasta nocivas, implicando para el protagonista una vida plena de problemas y con resultados problemáticos. Es más, la carencia de congruencia es vivir en una atmósfera de falsedades y con un desenlace infeliz; por todo ello, lograr tener congruencia y estabilidad es el reto más significativo que tenemos los humanos. Alcanzar la congruencia parece algo casi imposible, pero no lo es; la congruencia se construye paso a paso, poco a poco. Esta acción o forma conductual se edifica con hechos y cada persona interesada la estructura pacientemente siendo mejor cada día, actuando con sinceridad y de forma auténtica con sus semejantes.

Sin ser una fórmula perfecta o un catálogo irrefutable, leí en un texto que para alcanzar la congruencia se tienen que llevar a efecto algunas recomendaciones, a saber: Dedícate a estudiarte, elige amistades sinceras, anota las actividades de tu día, haz un análisis cotidiano de tu manera de ser, evita hacer varias tareas simultáneamente, realiza actividades que aumenten tu autoestima, elimina labores que no se identifiquen con tus aspiraciones, busca pertenecer a grupos donde te sientas útil, haz actividades donde destines esfuerzos adicionales y sé consecuente con tus principios y valores.

En esta ocasión considero pertinente hacer referencia a la serie constante de incongruencias que se efectúan alrededor de los procesos político-electorales, donde varios candidatos de los diversos institutos se mueven en medio de  un universo de ficciones y, en su afán de captar sufragios al por mayor, prometen “las perlas de la virgen”, identificándose al final del proceso como unos farsantes, sin autoridad moral e incongruentes. A lo largo de la historia patria bien podríamos contabilizar con los dedos de nuestras dos manos a unos pocos personajes que en verdad conjuntaron sus decires con sus logros, que amalgamaron su discurso con sus acciones transformadoras. Otros la mayoría, en razón de sus flaquezas e inequidades, fueron ubicados en el desván de la historia y catalogados como traidores a sus principios reivindicadores.

Ejemplo de incongruencia es el abanderado de un partido que promete quimeras sabiendo de antemano que engañará a sus conciudadanos; también, en ese orden de ideas, opera como incongruente el individuo que ostenta virtudes o fortalezas que no posee; el supuesto ser intrépido que flaquea a las primeras de cambio. O bien esa persona engreída que engaña con títulos o documentos académicos, pero a la hora de la verdad exhibe sus estrecheces y miserias. Así ocurre en el caso del personaje sabelotodo, que al calor del debate o de análisis se caracteriza –si bien le va- como un mero almacén o bodega de contenidos culturales inconexos, mismos que de poco le auxilian para superar problemas de la vida contemporánea.

En verdad nos hacemos la existencia complicada en el ámbito sociopolítico, tan fácil que parece ser congruente: expresar lo que se quiere y se puede hacer; para nada comprometerse con cuestiones imposibles de llevar a feliz término.

Atentamente

Profr. Jorge E. Lara de la Fraga.