Este domingo 25 de diciembre de 2022, resuena en todos los rincones de la
tierra aquel hermoso e inédito mensaje que proclamó por vez primera el Ángel
del Señor a los pastorcillos: ¡HOY, EN LA CIUDAD DE DAVID, ¡HA NACIDO
UN SALVADOR, QUE ES EL MESÍAS, EL SEÑOR! (Lc 2, 11). Se trata del
jubiloso anuncio del nacimiento de Jesús, centro de estas fiestas de Navidad
para las que nos hemos preparado.
La liturgia Católica que se vive en estos días, contiene muchos pasajes bíblicos
que hacen alusión a la fiesta de la Natividad de Jesús: “Al llegar la plenitud de
los tiempos, Dios envió a su hijo a la tierra nacido de una mujer” (Gal 4, 4), “El
pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz… un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado, consejero admirable, Dios poderoso, Príncipe de la
paz”, (Is 9, 1-3.5-6) “Ya llega tu Salvador” (Is 62,11-12), “Gloria a Dios en las
alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
La alegría de la Navidad se expresa en los cánticos, las luces de múltiples
colores, los buenos deseos de paz, alegría y felicidad y las reuniones de familia
o convivencia de amigos; los que están lejos regresan a sus lugares de origen
para estar con sus familiares y los que no pueden hacerlo buscan mostrar su
cercanía de muchas maneras.
Desde el punto de vista teológico, la Navidad es la celebración del misterio de
la Encarnación del Hijo de Dios. El evangelista San Juan identifica al Hijo de
Dios con el verbo eterno del Padre, la Palabra creadora del mundo que ha
puesto su morada en medio de nosotros: “El verbo se hizo carne y puso su
morada entre nosotros, y hemos visto su gloria” (Jn 1, 14).
Los relatos evangélicos además de contarnos esta hermosa noticia que ha
cambiado la historia de la humanidad y el destino del ser humano, nos revelan
otro dato. Se trata de la experiencia de rechazo o indiferencia que enfrentó el
hijo de Dios. La narrativa bíblica lo dice de esta manera: “no encontraron lugar
en la posada” o “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”.
Este dato bíblico de que “no había lugar en la posada” para María y José (Lc 2,
7) o lo que dice San Juan en su prólogo de que la Palabra “vino a los suyos, y
los suyos no la recibieron” (Jn 1,11) nos permite reflexionar también en una
realidad desafiante que vive el hombre contemporáneo. El hombre moderno
está muy ocupado o muy distraído en tantas banalidades. No tiene tiempo para
los demás; no tiene tiempo para lo que es fundamental, tampoco tiene tiempo
para Dios. Su pequeño mundo, son sus ocupaciones, sus intereses o sus
distracciones.
El drama que presentan los textos bíblicos mencionados, es también una
realidad del presente. No se tiene tiempo ni lugar para Dios. Lo que se refiere a
Dios, nunca parece urgente ni tan necesario. La agenda del hombre moderno
está completamente ocupada. El hombre contemporáneo se ha llenado tanto
de sí mismo que ya no le queda espacio para Dios. Y, si no existe espacio ni
tiempo para Dios, tampoco queda espacio para los demás, para los niños, los
pobres, los inmigrantes, los excluidos.
Cuando el ser humano adopta esta conducta de olvido de lo divino o negación
de lo trascendente lamentablemente aparecen los antivalores del reino de Dios,
son todas aquellas cosas o actitudes que destruyen a las mismas personas y a
la sociedad. El olvido de Dios trae los signos de la muerte como son las
injusticias, el desprecio por la vida, el asesinato, el secuestro y todo tipo de
expresiones de maldad.
Celebrar la Navidad es entonces una bella oportunidad para renovar el modo
como vemos el mundo y el modo como nos vemos a nosotros mismos.
Necesitamos abrir las puertas a Dios y a lo trascendente, dejar el egoísmo y el
individualismo para dar un espacio a los demás y permitir que Dios entre en
nuestro interior y lo purifique.
¡FELIZ NAVIDAD!
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Director
Oficina Comunicación Social
Arquidiócesis de Xalapa