CAMALEÓN
Wikipedia define la purga política como “la remoción de personas consideradas peligrosas o indeseables por parte de los líderes de un gobierno u otra organización política o religiosa”, y a continuación enumera algunas de las que ha habido en la historia universal: las ocasionadas a la muerte de Napoleón, “la noche de los cuchillos largos”, en Alemania, las clásicas durante el estalinismo en Rusia, la “Revolución Cultural”, en China, las implementadas en la Italia de Mussolini, la expulsión sistemática de jesuitas, etc. En el México posrevolucionario, en los años 20, se produjo una “purga” de generales extrañamente muertos después de ingerir alimentos, o emboscados y fusilados como los de Huitzilac, donde en octubre de 1927 el general Fox ejecutó al general Francisco R. Serrano y sus acompañantes. Pero no es a esa clase de purgas a la que nos referimos en este comentario, sino a la práctica médica para depurar el organismo humano de patologías nocivas. Concretamente a la experiencia de quien esto escribe en esa materia, que es muy añeja, por cierto, setenta años, por lo menos. Se remonta a los años cuarenta del siglo pasado, en un lugar conocido como San Juan Sugar, hoy Juan Díaz Covarrubias, Congregación del municipio de Hueyapan de Ocampo, situado al pie de la sierra “de los mangos”, bajando de Los Tuxtlas después de Catemaco, como empotrado en esa sierra mira hacia la gran llanura sotaventina casi frente a Isla, Rodríguez Clara y Acayucan. En aquellos años era San Juan Sugar propiamente un campamento cuya población se componía de trabajadores del ingenio azucarero, y campesinos, agricultores, cortadores y sembradores de caña; estaba completamente aislado porque la carretera de Veracruz llegaba hasta San Andrés Tuxtla, de allí en adelante era brecha de terracería, hacia Acayucan llegábamos solo en tren después de un penoso rodeo. Lagunas y un arroyo formaban su espejo de agua, rico en flora y fauna, crustáceos, lagartos y víboras por doquier, charcos y lodo, se vivía en pleno contacto con la naturaleza plena de bosques nutridos de cedros, primaveras, ébanos, palo mulato y la infaltable y misteriosa ceiba. Un médico proveniente de Catemaco, el doctor Marote, atendía los sábados un rustico centro de salud apoyándose con mejoral, alcohol, algodón y sulfatiazol. Los sábados, días de raya, los pleitos entre alcoholizados cortadores de caña se escenificaban a machete limpio, por lo que era usual ver llegar desde las rancherías del campo cañero a los heridos con las vísceras al aire, en sábanas colgando de dos palos horizontales; tiempos aquellos cuya nostalgia inspira un romanticismo bucólico ya desaparecido. Pero ¿y qué de las purgas? Va a sonar escatológico, pero se narra tal cual fue: los niños levantábamos las frutas del suelo dirigidas directamente a la boca: mango, ciruelas, nanche, guayaba, y agua de rio tragada en sorbos cuando se jugaba en la “poza de los soldados” del arroyo de respuesta rápida que atraviesa el pueblo, de no ancho cauce, pero en “tiempos de aguas” se convertía en un mar café movilizándose en vertiginosa corriente acompañada de peligrosos remolinos. Con aquella ingesta, los dolores de estómago y las diarreas eran una rutina constante, como la tradicional receta para curarlos, que consistía en purgas con aceite de ricino o Sal de Higuera, la primera se tomaba acompañado de una cerveza para diluir un poco el espeso aceite, con jugo de naranja se ingería la segunda, ambas de una efectividad extraordinaria porque durante el día las carreras “al patio” o al cañal se hacían frecuentes, y como el depósito se hacía al aire libre era común ver las enormes lombrices y “solitarias” expulsadas del organismo enfermo; después, para aliviar el ayuno de 24 horas un caldo de gallina completaba el tratamiento. Y aún con todo ese medio ambiente de perfil cuaternario, la nostalgia por vivirlos persiste como un recuerdo de ensueño, compendiado en lo que el tiempo se llevó, no desaparece de la ya brumosa memoria porque es inmarcesible, increíble, pero cierto.