CAMALEÓN
Le asiste la razón al presidente López obrador en su reiterada insistencia de no ser igual a sus antecesores, de eso ya es posible referir no pocas constancias. Al margen del perfil personal de cada uno de nuestros gobernantes, capítulo en el cual las diferencias son obvias por cuanto al diferente nivel cultural, capacidad operativa, lenguaje utilizado y forma de leer el librito de la gobernanza, no sería razonable establecer un parangón entre López Obrador y, por ejemplo, Díaz Ordaz o López Portillo. Si ponemos en el tapete de la discusión el grado de conocimiento sobre asuntos de economía y administración pública, llegaría a la audacia comparar al actual primer mandatario con Miguel de la Madrid o Carlos Salinas de Gortari; mucho menos pensar en un paralelo de conocimientos sobre el Estado Moderno entre López Portillo y López Obrador. Ahora, respecto al ejercicio del poder podemos hacer énfasis en una diferencia sustantiva: es la referente al uso de la información de inteligencia en poder del gobierno cuando se trata de sus adversarios políticos. Porque antaño, cada gobierno acopiaba, como ahora, información confidencial de sus adversarios y solo la utilizaba cuando era conveniente enviándoles mensajes por interfecta persona para advertirles del riesgo de darla a conocer, entonces todo quedaba en petit comité. Sin embargo, ahora se hace pública esa información como tirando la piedra escondiendo la mano, solo para aclarar la inexistencia de alguna persecución, aunque con la clara y subliminal advertencia de hacer efectivo el procedimiento adjunto a la información publicada. No existe persecución de los adversarios, se insiste, pero todo mundo sabe del uso del SAT, de la UIF y la Fiscalía General como espada de Damocles suspendida sobre quienes intenten una oposición efectiva al gobierno. ¿Es recriminable tal procedimiento? La respuesta depende de la relación entre moral y política, o sea, entre Platón y Maquiavelo, si esto último prevalece entonces ya sabemos la respuesta, porque debemos admitir o solo recordar que en este país la cola de los políticos es muy larga y no cuesta mucho trabajo pisarla. O ¿por qué no observamos la beligerancia política que antaño demostraba Manlio Fabio Beltrones, Emili Gamboa Patrón, o Pedro Joaquín Coldwel o Miguel Osorio Chong, entre otras “estrellas” relumbrantes del pasado? No es tullido político el actual presidente de México, pues sus largos años en la brega político electoral lo han avituallado de basta información y experiencia que, combinados con tener la surten por el mango, constituyen elementos de invaluable valor en el ejercicio del poder. Entonces, ¿en dónde radica la diferencia? Cuestión de estilo diría don Daniel Cossio Villegas.