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La implosión, riesgo en el PAN, en el PRI y en MORENA

Por Alfredo Bielma Villanueva

Cuando tras una seria y profunda investigación se escriba la historia de los partidos políticos de nuestros tiempos acaso se diagnosticará que el Partido de la Revolución Democrática surgido a la vida pública en 1989, treinta años después, en 2018, sufrió una incontenible sangría de sus cuadros al emigrar estos hacia el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) convirtiendo al partido del Sol Azteca en una entelequia política que en 2022 se encuentra a punto de desaparecer, como lo señalan sus síntomas: en cuatro de los seis estados donde hubo elecciones este año no alcanzó el porcentaje de votos requeridos para conservar su registro: 1.5% en Tamaulipas, donde  no pudo recuperarlo porque desde 2016 lo perdió cuando apenas obtuvo el 1,21,% de los votos.  En Hidalgo, el PRD alcanzó 26 mil 736 sufragios, solo el 2.51%; en Durango, 2.73%, 16 mil 902 votos, y en Quintana Roo está en la tablita con el 2.9%. Es decir, muy posiblemente se acerca al ocaso de su existencia porque en Oaxaca y Aguascalientes fue pírrica su cosecha electoral, 3.7% y 3.2%, respectivamente. Pero, ¿cuál será el futuro inmediato del PAN, del PRI y de MORENA? Sin ánimo de proferir conjeturas, y basados en el fundamento de la realidad de esos partidos y en vista de sus conflictos existenciales, muy lógicos y “naturales” en todo organismo viviente, podemos lucubrar algunas inferencias. Por orden de aparición (1939) empecemos con el PAN, el partido de oposición menos inestable en estos momentos, aunque ya sabemos que cuando sufre sus crisis se estremece hasta sus cimientos, al grado que en 1976 un conflicto interno le impidió presentar candidato presidencial, dejando en solaz soliloquio al candidato priista, José López Portillo con una campaña sin adversario al frente. También cuando en 1992 sufrió la escisión de los integrantes del Foro Doctrinario y Democrático en reclamo al “pragmatismo” adoptado por sus dirigentes y la participación privilegiada de empresarios en sus decisiones y candidaturas. Sin embargo, la estrategia del viraje tuvo como premio varias alcaldías de importancia, gubernaturas y la presidencia de México en el año 2000. Iba en caballo de hacienda, pero sobrevino el sunami electoral de 2018 y dejó al blanquiazul en traumático receso, del cual aún no despierta a plenitud, pese a su urgente reactivación. Se duda de la capacidad de su actual dirigencia para decidir con mesura el camino a tomar cuando las circunstancias obligan a actuar en sinergia con otras fuerzas partidistas como condición sine qua non para ser competitivos. El panismo debe actuar en consecuencia, solo que se presenta un serio inconveniente: ¿cómo ir en alianza con un partido, el PRI, cuyo dirigente enfrenta graves acusaciones provenientes de fuentes oficialistas y sobre todo de expresidentes priistas que exigen su renuncia? Y en esas anda el PRI, cuyo saldo electoral es de menos cero pues en cada elección habida ha perdido casi todo su patrimonio político territorial, es decir, Alejandro, “Alito” Moreno, no ha rendido resultados positivos, y pese a todo pretende seguir al frente de un partido cuyas difíciles circunstancias exigen dirigentes con semblante diferente. Es la ruta crítica de un partido nacido en 1946 para convertirse en la organización político-electoral más hegemónica del México moderno, categoría que empezó a perder vigencia durante la década de los años 90 del siglo pasado, perdió la presidencia en el 2000, tuvo oportunidad de restauración en 2012 pero lamentablemente la corrupción de un mal gobierno lo impidió dando paso al triunfo de una organización emergente cuyo candidato configuró el “rayo de la esperanza” para una ciudadanía desengañada de su destino como nación y confío en las propuestas de AMLO, el actual presidente de México. Así llegó MORENA a la presidencia de México, apenas nacido oficialmente en 2014, de la mano de quien ha recorrido palmo a palmo el territorio del país, conocedor de la gente de este gran mosaico sociocultural y del resorte sicológico que lo mueve. Pero MORENA es fruto de la transfusión sanguínea proveniente del PRD y por esa génesis política es portador de los males que aquejaron a aquel partido: alérgicos a la disciplina partidista, es evidente la división entre su militancia en obediencia a factores ideológicos que, semejante al Foro Doctrinario panista, exige concretar a su manera los fines para los cuales lucharon en las barricadas con plantones y marchas, dueños del poder difícilmente aceptarán la posibilidad de transmitirlo y no confían en quienes según ellos no cubren el perfil “de izquierda”. En esas anda su pastor, el líder general, ocupado en evitar se escape de su control la continuidad de su proyecto de nación, hasta ahora aún inédito. De tres “corcholatas” expuestas a la opinión pública dos principalmente cubren las expectativas para la continuidad, Sheinbaum y Adán Augusto, la tercera, Ebrard queda como el Plan C, la última instancia, que, por cierto, enfatiza su deseo de “piso parejo” en clara advertencia de que está consciente de su condición de “relleno”. En esa instancia vive MORENA actualmente, pero debe abrevar en los motivos del por qué el PAN solo gobernó 12 años y el PRI no pudo implantar la restauración. Si el fundamento sociopolítico de esos motivos consiste en el impacto que cada uno de los partidos (PAN-PRI) en el gobierno recibió debido a una mala gestión de gobierno quizás pudiéramos comprobarlo en 2024, aunque también es posible no haya sido la única causa. Ojalá haya oportunidad de comentarlas.