Sobran razones para no ir a votar el próximo 10 de abril. La primera de ellas y tal vez la más importante, es que marcará el inicio de un autogolpe de Estado que el Presidente ha venido fraguando, paradójicamente, desde el mismo día en que ganó la elección presidencial.
La consulta para la revocación de mandato no es algo tan superficial como lo han interpretado algunos críticos de López Obrador. No se trata de una megalomanía crónica que lo obliga a estar siempre en una boleta electoral; tampoco hablamos de un ejercicio costoso e inútil por lo anticipado del resultado, menos aún de un acto desesperado por la notoria caída en las encuestas y la aceptación de la gente. Eso pretenden hacernos creer.
La realidad es que se trata de cancelar todo un proceso democrático que nos ha llevado al menos tres décadas construir; de desconocer la lucha de millones de mexicanos –incluso de él mismo- por garantizar elecciones libres y auténticas. Del desprecio al sistema de partidos que lo llevó al poder…
De tirar por la borda la construcción de instituciones verdaderamente democráticas que sirven de contrapeso al poder presidencial, y peor aún, despreciar las miles de vidas que se perdieron en esta transición democrática.
En la democracia, el pueblo manda ha dicho una y otra vez el Presidente. Y tiene razón. Pero resulta que la revocación de mandato no es algo que hayan pedido el pueblo; es más, ni siquiera algo que sea de su interés, como lo comprobaremos el próximo domingo, cuando una minoría de militantes sumará apenas un puñado de votos para entronizar a su mesías.
Es una idea del Presidente y Morena para ganar una elección donde no hay otro competidor. Es un ensayo para volver al pasado del candidato único y el partido de Estado. Es el pase de abordar para iniciar el desmantelamiento del sistema electoral y de partidos. Es una prueba para la frágil democracia que hoy tenemos.
¿Hay las condiciones para un autogolpe de Estado? Sí. ¿Se está preparando desde el palacio nacional? También. Y lo explico:
Un autogolpe es una forma de golpe de Estado que ocurre cuando el líder de un país –en este caso el Presidente-, a pesar de haber llegado al poder por medios legales, disuelve o desconoce al poder legislativo y prohíbe a sus miembros ejercer sus funciones (RAE).
De forma ilegal y arbitrariamente, señala la doctrina, asume poderes extraordinarios que no se conceden en circunstancias normales. Otras medidas tomadas pueden incluir la anulación de la Constitución del país y la suspensión de los tribunales, como es el caso del TEPJF. En la mayoría de los casos, al jefe de Estado se le otorgan poderes dictatoriales, es decir, es la ruta necesaria para convertirse en dictador.
En el caso de México, la mayoría legislativa de Morena hace innecesaria la disolución del Congreso, convertido acaso en un apéndice de su proyecto de gobierno y dispuesto incluso a pasar por encima de la Constitución para satisfacer al emperador.
Sin embargo, lo que sí pretende el Presidente y su partido con esta revocación de mandato, es generar las condiciones necesarias para justificar la asonada que significará la disolución del Instituto Nacional Electoral (INE), los organismos electorales locales y los tribunales electorales.
Y se cumple la segunda hipótesis. Pretende asumir poderes extraordinarios que no están establecidas en la ley, como el hecho de que sea él quien proponga a los consejeros el INE y magistrados electorales m para que sea el pueblo quien los elija. Dueño del INE y el TEPJF, el Presidente podrá decidir libremente quienes serán los candidatos, pero también quien gana y quien pierde.
De esta forma, para el 2024 podríamos tener un INE encabezado por Gerardo Fernández Noroña, un Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación presidido por John Ackerman y un Comité de financiamiento de Morena a cargo del hermano Pío. El Presidente no tendría dificultad alguna para imponer como Presidenta a Claudia Sheinbaum, quien gobernaría sobre las ruinas que dejará la 4T.
Por lo pronto, ya sabemos que sucederá el próximo domingo: Morena gastará cientos de millones de pesos en movilizar a sus militantes. Con un puñado de votos, López Obrador obtendrá una ratificación superior al 90 por ciento –lo que presumirán que es algo único en el mundo-, pero acusarán al INE del fracaso de la jornada.
Por ello, difiero de quienes aseguran que la revocación de mandato del próximo domingo es un engaño. Por el contrario, López Obrador no ha engañado a nadie. Ha cumplido todas las amenazas que profirió como candidato y ha hecho todo a su alcance por reinstaurar el presidencialismo imperial.
El 10 de abril estaremos ante la más seria advertencia a nuestra democracia y al futuro del país. Que nadie se diga sorprendido después.
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