Prosa aprisa
Los mexicanos ya conocemos la proclividad del presidente Andrés Manuel López Obrador a mentir. Cuando era jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, por ejemplo, el 14 de julio de 2004 proclamó: “Denme por muerto”, en su aspiración presidencial, entonces para la sucesión de 2006.
Ayer, Durante un segundo recorrido que hizo con reporteros por sus oficinas del Palacio Nacional, les confesó que ya no puede seguir más en la política, por lo que en septiembre de 2024 concluirá su encargo y se retirará de la vida pública del país. “Pero sí, ya no puedo más, cierro mi ciclo y me retiro”.
De entrada, por lo que dijo, ya tiene determinado continuar en la presidencia y retirarse pero dentro de dos años, cuando acabe su mandato constitucional. ¿Tiene, entonces, caso la consulta de revocación de mandato que él mismo promovió?
Demos por hecho que ayer dijo la verdad. Entonces le quedan en la presidencia y en el poder político solo 30 meses, si se toma en cuenta que por una reforma política-electoral publicada en el Diario Oficial de la Federación el 10 de febrero de 2014 su periodo concluirá el 30 de septiembre de 2024 y no el 30 de noviembre de ese año.
Ya poco en realidad, amén de que cómo él mismo dijo en septiembre de 2021, para 2023 el país ya va a estar “bastante caliente políticamente hablando” con los candidatos listos para sucederlo.
El 8 de septiembre pasado, durante una gira de trabajo por La Laguna, en Durango urgió a terminar todas las obras del gobierno federal en 2023.
Dijo que no pensaba reelegirse. “Además ya no tengo más tiempo, en diciembre del 23, además va a estar el país bastante caliente políticamente hablando, ya van a estar los candidatos para el 24, ya no podemos pensar en el 24, tenemos que terminar en el 23”.
Lo dijo con conocimiento de causa, con su experiencia de haber sido jefe de Gobierno de la ahora Ciudad de México, esto es, de conocer los tiempos en política, pero, además, porque ha sido testigo de muchos relevos presidenciables, e incluso fue dirigente estatal del PRI en Tabasco en 1983 y un año después maestro en el Instituto de Formación Política del tricolor, es decir, para usar un término popular, conoce bien como masca la iguana.
Descontando, pues, los nueve meses de 2024, solo le quedarían los nueve que restan de este y los doce de 2023, 21 meses en total con pleno poder, pero ya con el desgaste natural que provoca el ejercicio del mando, además de que, como hemos venido viendo, es un hombre enfermo y cada vez más irritable, que da hasta pensar que de verdad ya no puede más.
Será negocio poner una tienda de paños
Ante el futuro irremediable que se va a presentar, para los comerciantes visionarios será negocio poner tiendas de paños, porque serán muchos los huérfanos y las viudas que queden y toneles de lágrimas las que derramen cuando, de pronto, un día se queden y se vean sin su padrino o protector.
Por mandato constitucional, pero también por la ley de la vida, AMLO no solo concluirá su ciclo político, sino que entrará, si no es que ya lo hizo, en una etapa contra el tiempo que nos va desgastando y que nos va restando fuerzas, facultades, habilidades, un ciclo de la naturaleza inevitable.
De que está mal, lo reflejó mejor que nunca el día en que estuvo a punto de soltarse en lágrimas al defender a su hijo José Ramón. Anímicamente ya no anda ni está bien. La urgente hospitalización que tuvo por sus problemas cardíacos nos dijo que ya no está entero para gobernar.
La duda ahora es si tendrá la fuerza suficiente para contener a sus posibles sucesores y sus hordas, porque si no, lo van a rebasar y lo van a disminuir y con ello a quienes se han protegido bajo su sombra.
Nadie duda, o eso creo, que AMLO es Morena, aunque haya quienes digan que no, que Morena está por encima de AMLO. Ese es el problema de girar todos alrededor de un solo hombre. En 2018 miles llegaron al poder solo por su imagen, pero no tenían ningún mérito ni fuerza propia.
Sin embargo, muchos de los favorecidos han tratado de aprovechar la oportunidad para aprender, para consolidarse, y otros se encerraron en sus castillos de poder atenidos a su respaldo, a su apoyo, sin pensar, seguramente, en que López Obrador es mortal, que del polvo vino y al polvo ha de volver y que un día estarán y se verán solos y con muchas cuentas pendientes por saldar.
Pocos, pero algunos construyen salvavidas
Pero hay quienes sí se dan cuenta de la situación y sí han empezado a prepararse para enfrentar el futuro, ya no muy lejano, de la mejor forma.
Cabe comentar que no todos los que integran el gobierno están de acuerdo en la forma en que se está manejando o en la manera como se conducen los responsables, pero saben que tienen que disciplinarse si desean permanecer dentro de la estructura.
Cumplen, es cierto, lo que se les encomienda, pero se dan tiempo para ver más allá y en ello incluyen la construcción de sus propios proyectos personales gestionando una relación con todos, propios y extraños, que seguramente los mantendrá vigentes políticamente después de 2024.
Creo que algunos, o un buen número, sabe perfectamente bien que, como el mismo AMLO lo dice, su vigencia tiene fecha de caducidad y que la sucesión presidencial pero también la de la gubernatura la manejarán ya los respectivos candidatos al palacio nacional y al palacio de gobierno.
Con esto también quiero decir que, hasta donde alcanzo a percibir, no todos están de acuerdo con la posible candidatura de la señora Rocío Nahle para la gubernatura, que tienen sus propias simpatías por otros aspirantes e incluso algunos bajo el agua trabajan o suman para otras opciones.
El sello del beso del diablo
Desde ahora, trabajadores del Gobierno del Estado muestran preocupación por un fenómeno que se viene dando desde que hubo alternancia en el poder: el sello con el que, injustamente, se les marca por haber trabajado en determinada administración o bajo determinados jefes.
Saben que equivale a un beso del diablo. Por ejemplo, muchos que trabajaron en el gobierno de Javier Duarte quedaron señalados como duartistas aunque solo hubieran cumplido con su deber, trabajar, hacer lo que les ordenaban para poder tener un sueldo y sobrevivir.
Cuando llegó Miguel Ángel Yunes Linares a la administración muchos “duartistas” pagaron las consecuencias sin haber tenido ninguna culpa, y lo mismo sucedió con el arribo de Cuitláhuac García Jiménez, que actuó contra los “yunistas”.
Pero si eso vale para los trabajadores, peor es para quienes han ocupado y ocupan cargos de jefes. ¿Alguien en su sano juicio se atrevería a ofrecerle hoy un cargo a quien fue funcionario en la administración de Duarte? Ni aunque el próximo gobernador fuera priista.
Lo mismo va a suceder con casi todos los actuales. Además, porque el actual no es un gobierno brillante, ha dejado mucho que desear, ha cometido muchas tropelías e injusticias, se comporta en forma sectaria y ha privilegiado la inexperiencia e incluso el nepotismo, negativos que les van a pesar mucho. Ya falta relativamente poco para ver cómo en los hechos se hace realidad aquello de que los carniceros de hoy serán las reses de mañana.
Es un ciclo que se repite cada sexenio y no se ve cómo se va a evitar con un nuevo gobernador, aun si es de Morena.
López Obrador, pues, pintó ayer la raya de su meta de llegada… y de salida. ¿Dice lo que dice al tanteo? ¿O porque se le ocurre? ¿O porque dentro de los arranques de alucinaciones que tiene se le impone el estado de cordura y con ello el de la realidad basado en la experiencia?
Apenas el pasado 6 de febrero hizo tierra. Mostró su fragilidad. Dieciséis días después de que fue sometido a un cateterismo cardíaco advirtió en un video: “Me puedo caer, pero me voy a levantar”. Para quienes lo veían, o lo ven, como un Dios, les recordó su condición de mortal, un mortal que se puede caer, como todos. La pregunta es: ¿se podrán levantar también los huérfanos y las viudas que queden?