Con el cuarto domingo de Adviento llegamos a la última etapa de preparación
para la navidad. La liturgia de la Palabra de este domingo (Lc 1, 39-48) destaca
la figura de María de Nazareth. Ella es quien nos ha dado al mesías, ella lo ha
esperado con un ferviente deseo y se ha preparado del mejor modo posible
para recibir a su hijo Jesús, por eso la Iglesia católica nos la presenta como la
gran figura y la corona del Adviento.
Nuestro salvador ya vino, pero las promesas de salvación no se han alcanzado
satisfactoriamente por falta principalmente de la colaboración humana; el reino
de justicia y de paz inaugurado por Jesús sigue estando incompleto, el ideal de
la paz es todavía una meta que no hemos alcanzado baste ver los
comportamientos humanos y las formas como se vive en la actualidad.
El 24 de diciembre celebramos la natividad de Jesús. Delante del nacimiento
del hijo de Dios estamos llamados a contemplar el amor divino hecho realidad.
Con el nacimiento de Jesús se nos revela el amor, la ternura, la misericordia y
la gloria de Dios. La Sagrada Escritura nos dice: “La Palabra se hizo carne y
puso su morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria” (Jn 1, 14).
Contemplando el nacimiento de Jesús reconocemos cómo Dios se acerca a la
humanidad desde lo pequeño. Él se aproxima a nosotros a través de un niño
recién nacido para que también nosotros nos acerquemos a él, con humildad y
desde nuestra fragilidad. El hecho de que Dios se acerque a nosotros de esta
manera nos revela también cómo “lo pequeño” es un lugar teológico. Dios se
manifiesta en la humildad de la carne; los pequeños y los indefensos revelan el
rostro de Dios. Los pequeños son la vía más segura para llegar a Dios.
De esta manera la navidad nos mueve también a solidarizarnos con quienes
sufren situaciones de dolor, miseria o hambre, así como con los más
vulnerables, entre ellos los niños no nacidos, los enfermos, los adultos
mayores, los migrantes y los desocupados.
Nadie viene a este mundo por casualidad, la vida humana es un regalo
maravilloso de Dios y por lo tanto toda vida es amada y dignificada por el
creador. Para Dios no existen niños no deseados, él ama a toda vida que viene
a este mundo. La concepción y el nacimiento de Jesús dan dignidad a toda
vida humana, desde que se concibe hasta que llega a su desenlace natural. La
navidad es el sí de Dios a la vida humana; Dios se hace uno de nosotros para
darnos la vida en plenitud.
Lamentablemente vivimos en una sociedad fragmentada, lastimada y dividida.
El nacimiento de Jesús por su parte nos trae la concordia, con su nacimiento se
han encontrado el cielo y la tierra; en el portal de Belén cabemos todos. La
vivencia de la navidad debe ayudarnos a superar todo aquello que nos divide
como para buscar juntos el bien común, ayudarnos unos a otros creando
mejores condiciones para vivir. Necesitamos cultivar la concordia.
Un rasgo de este mundo contemporáneo es que vivimos muy ocupados y
distraídos en nosotros mismos o en nuestras cosas, con el riesgo de descuidar
lo que da sentido a nuestra vida. Con la navidad Dios eterno dedica tiempo
para nosotros. Esto nos enseña que nosotros también debemos dedicar un
poco de tiempo a los demás: a la familia, a los hijos, a los pobres, los
inmigrantes, los descartados… Necesitamos salir de nosotros y acercarnos
también a los demás.
En la navidad se escucha el canto de los ángeles: “Gloria a Dios en el cielo y
en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14). Este
reconocimiento de la gloria de Dios lleva también un compromiso de paz. Quien
celebra la navidad debe también promover la paz.
Que la celebración de la navidad nos lleve a dar un lugar a Dios y a los
hermanos. Nuestra vida se hace más difícil cuando uno se olvida de Dios. Que
con esta navidad dejemos entrar a Dios en nuestra vida y al mismo tiempo
seamos constructores de paz.
¡FELIZ NAVIDAD!
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Director
Oficina Comunicación Social
Arquidiócesis de Xalapa
Dios se revela desde los pequeños
Por Pbro. José Manuel Suazo Reyes