Panoramas de Reflexión
Cuando la muerte nos mira de frente nos sonríe, diciéndonos “ya es hora”. Nosotros debemos hacer lo mismo, sonreírle y decirle “estoy listo”. La vida, todo lo que conocemos, todo lo que hemos visto y sabido se esfumará, partirá con nosotros ¿A dónde? ¿Usted lo sabe? Así yo. La memoria el recuerdo, el ejemplo plasmado por usted en los demás pervivirá quizá por siempre, trasmitiéndose de generación en generación.
Si deja un libro, un anecdotario, algunas memorias escritas, tal vez alcancen mayor tiempo reflejando su recuerdo pero cuando nos vamos, nos vamos. Existen muchas teorías religiosas, científicas, esotéricas, y de más al respecto, pero todas se resumen en dos. Dos respuestas: la existencia de un más allá y la negación del mismo. En conclusión, nadie, absolutamente nadie, lo sabe con certeza, y hablar de ello es causa de polémica y hasta agravio en quienes podrían no estar de acuerdo con lo que se exponga, pues los dogmas de fe impuestos son muy fuertes en algunas personas y trasmitidos de manera casi ancestral en muchos de nosotros. De cualquier manera, el nacimiento y la muerte son temas demasiado filosóficos, místicos y científicos, demasiado profundos y maravillosos; sin embargo, el lapso que media entre los dos, algunas veces breves, otras veces largos, es el más significativo, porque de él se desprende el conocimiento y el discernimiento, las emociones y las pasiones, los sentimientos y la esperanza, la vida. La vida es un cúmulo de enseñanzas, sorpresas, oportunidades, vicisitudes, dulzuras y amarguras; una perenne dualidad que incita siempre a la elección de la mejor opción, aunque nunca la vida nos dice cuál es la mejor, cuál es el mejor camino a seguir. La elección es siempre nuestra, expuestas las circunstancias y condiciones que si podemos vislumbrar y quizá prever los efectos de cada elección. Sólo tenemos una oportunidad, una maravillosa oportunidad de crecer y trascender y el tiempo es un factor decisivo en nuestra vida. Si lo empleamos y aplicamos con constancia e inteligencia, los resultados de sus consecuencias podrían ser más productivos. Una vida de vagancia, holgazanería e infecundidad, no produce nada, al menos que el destino ponga en su camino en el momento preciso, una oportunidad y la siga adecuadamente, ayudándole a salir del marasmo en que se encuentre. Son casos muy raros, pero a veces suceden.
Nadie conoce el inframundo y tampoco se sabe quién somos antes de nacer o quién seremos después de la muerte. Ni siquiera si ello se da. Fantasiosas teorías de toda índole abundan en la cosmogonía universal; sin embargo, estamos aquí, existimos y es nuestro deber trascender y crecer, cultivar nuestro espíritu y compartir experiencias productivas. No buscar culpables de desgracias propias o ajenas. Tampoco echarle la culpa a nadie de nuestra inmadurez. Nosotros somos los propios constructores de la vida que anhelamos, que deseamos, que queremos para nosotros mismos, y no nos la va a dar nadie. Trabajemos, eduquemos, compartamos, luchemos por crear las condiciones necesarias de una vida mejor, por el bien de las generaciones venideras. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.
Integrante de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A. C. (REVECO).