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El mejor regalo

Por Luis Humberto Muñoz Vazquez

Panoramas de Reflexión

            Cuenta este cuento la historia de Juan, un afortunado hombre al que su acaudalado hermano le regaló un coche nuevo increíble para navidad. –No puede haber un regalo mejor que este, murmuró Juan. Pero el destino le tenía preparada una sorpresa a la vuelta de la esquina. Cuando Juan fue a trabajar, estacionó su nuevo coche en un lugar donde todos lo pudieran ver. Quería compartir su felicidad con sus compañeros, pensó mientras lo estacionaba.

            Pero a veces nuestra cabeza no nos dice toda la verdad. En realidad el ego de Juan, escondido internamente, solamente quería hacerse notar y sobresalir. Para él, tener un buen coche nuevo cobraba más sentido si los demás podían también verlo y apreciarlo. Cuando salió del trabajo, vio que un niño de los que se suele decir “de la calle” se encontraba frente a su coche, con mirada embelesada. – ¿Este es su auto, señor?, preguntó el niño extasiado. Juan contestó con el pecho erguido y la frente bien en alto: –Así es pequeño, y si quieres sorprenderte un poco más te puedo decir que no pagué nada por él ya que mi hermano me lo regaló para Navidad. – ¿Su hermano se lo regaló y no pagó nada por él?, repitió el pequeño que no salía de su asombro. Un suspiro en forma de palabra salió de la boca del pequeño: – Guaauuuuuuu, como me gustaría…  –Sí, sí, es claro niño que te gustaría tener un hermano así que te hiciera estos regalos. Ya me lo han dicho varias veces en los últimos días, interrumpió Juan mientras su ego tomaba un tamaño tal que parecía explotarle en el pecho. Y el niño, sin poder escuchar las palabras de Juan ya que se encontraba viviendo en su imaginación una escena que solo él podía presenciar, terminó la frase que ya había comenzado: –Como me gustaría ser un hermano así. En ese momento la cara de Juan se desfiguró por la respuesta y su ego explotó en mil pedazos. Y en tan solo un instante Juan experimentó la sensación de ser la persona más admirable, a ser la persona más pequeña e insignificante del planeta. Luego Juan sintió admiración por semejante respuesta inesperada, la cual mágicamente había logrado transmutar su egocentrismo en profunda bondad. – ¿Te gustaría dar una vuelta en mi auto, pequeño? – ¡Oh sí, eso me encantaría! Y así fue como los dos salieron juntos a recorrer la ciudad en auto. Pero lo increíble era que los dos iban igualmente alegres, pero fuentes muy diferentes alimentaban esa alegría en cada uno. A Juan le alegraba ver la mirada de admiración de los transeúntes que daban vuelta la cabeza para verlo pasar (aunque en realidad la gente solo veía el auto y no prestaba atención a quien iba dentro). Pero al pequeño lo alegraba toda la escena que nuevamente soñaba en su interior mientras viajaba en ese auto. De repente el pequeño preguntó: –Señor, ¿no le importaría que pasáramos frente a mi casa? Juan río a carcajadas mientras pensaba que el niño quería mostrar a todos sus vecinos que era capaz de llegar a casa montado en un increíble automóvil como el suyo. Pero Juan no tenía la menor idea de lo diferente a él que era el pequeño gran hombrecito que transportaba. Nuevamente el destino le tenía preparado otra sorpresa más, a tan solo unas pocas calles de distancia. –Aquí es, ¿podría ser tan amable de detenerse en esa puerta?, preguntó el niño que parecía explotar de la alegría anticipando lo que estaba por suceder. El auto detuvo su silencioso motor, y el niño bajo corriendo y se perdió por un pasillo. Al rato Juan lo vio volver, pero esta vez venía mucho más despacio y acompañado. Traía en brazos a un niño aún más pequeño, que luego descubriría que era su hermanito, y también descubriría que era un niño con discapacidad y que sus piernitas nunca habían logrado caminar por tener una enfermedad desde su nacimiento. Y en ese profundo silencio, se escuchó que el pequeño le susurraba a su hermanito al oído: –Ves, allí está Juan y su auto tal como te lo dije. Su hermano se lo regaló para Navidad y a él no le costó ni un centavo. Algún día yo te voy a regalar uno. Y juntos vamos a recorrer en él, las diferentes ciudades del mundo. Sin lugar a dudas, Juan había recibido en esas navidades el mejor regalo, un regalo que transformó por completo su forma de ser y de ver el mundo.

            Este cuento anónimo enfrenta en su relato a dos formas de ser, diametralmente opuestas entre sí. Por un lado tenemos a Juan: Para él, ser es tener. Cuanto más tiene más es. Compite con su entorno. Busca sobresalir y hacerse notar. Para él tener un buen auto nuevo, cobraba más sentido si los demás podían también percibir esto. Busca recibir. Cuanto más recibe, más feliz es. Por el otro lado tenemos al pequeño: Simplemente es, y el tener tiene sentido no por lo que representa para los demás sino por su mera utilidad. Coopera con su entorno. Busca ayudar a los demás. Busca dar. Cuanto más da, más feliz es. No es casualidad que el pequeño de la historia tenga una forma de ser de gran profundidad, con una historia de vida sufrida. Muchas veces el sufrimiento es la puerta de acceso al conocimiento profundo. No es la única puerta de acceso, pero es la que la vida utiliza como maestro cuando las formas de aprendizaje menos dolorosas han fracasado. Y por lo general suelen fracasar, es que los seres humanos somos difíciles en el arte de cambiar. Es verdad que la idea de dar, esperando recibir esta muy instalada en nosotros. La idea de dar sin importar si se recibe, si bien suena atractiva, parece utópica. Seguramente estaríamos dispuestos a dar sin esperar recibir, si tuviéramos la garantía de que el resto de la gente hiciera lo mismo (lo cual en el fondo significa que queremos dar esperando recibir). El que aún no sintamos en nuestro interior la certeza de que queremos dar sin esperar recibir, no significa que esta no sea la dirección a la cual dirigirse. Simplemente muestra que aún estamos lejos de llegar a ese destino. Así como aprendimos a hablar hablando, a caminar caminando, se aprende a dar sin esperar recibir, simplemente dando. Hagámoslo, busquemos hacerlo, pero sin aspavientos, sin bulla, sin decir: – ¡Mira, yo le di a fulano, o mengano!, simplemente, haciéndolo. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

Luis Humberto.