Panoramas de Reflexión
El día en que me iba a morir jamás estuve realmente consciente de ello. No pasó nada por mi mente, ninguna señal que me advirtiera el peligro que estaba a punto de correr. La vida siempre nos ha tomado por sorpresa frente a decisiones o acciones que pueden trascender en nuestra existencia; sin embargo, rara vez permanecemos prevenidos como debiéramos.
Y no me refiero precisamente con lo expuesto anteriormente a que si supiéramos que vamos a sufrir un accidente o una desavenencia, entonces no deberíamos salir de casa, o no deberíamos hacer nada en esos momentos, o tal o cual día; después de todo, jamás sabremos cuando va a ocurrirnos algo difícil de salir o de superar, pues además no se trata de que seamos adivinos o que tengamos una varita mágica para resolver nuestra existencia, sino de estar más atentos, de ser más esmerados y previsores en todas las cosas que emprendamos; tal vez, ello salve nuestra vida o evite que tomemos decisiones que nos afecten por algún tiempo o por el resto de nuestra vida. Los caminos de la vida son tan intrincados y tan diversos que en ocasiones optamos por seguir sus senderos como se nos presentan o como nos viene en gana, después de todo es nuestra vida y tenemos derecho a vivirla. Sin embargo, a menudo olvidamos que la misma se rige invariablemente por leyes universales que se resumen en causa y efecto. El destino, esa fuerza desconocida que concatena los sucesos y los seres humanos, llevándonos por insondables caminos, mismos que con recato y moderación podemos hacer más favorables; es nuestra eterna lucha existencial. No siempre sabemos qué hacer ante decisiones cruciales y desconocidas que pueden alterar nuestro sendero, pero si nos detuviéramos, cuando se nos permitiera, a considerar un poco sus efectos; es decir, tratando de ser más esmerados y previsores, tal vez en la mayoría de las veces obtendríamos buenos o mejores resultados. Sin aseverar con esto, por supuesto, que tales afirmaciones son una garantía plenamente segura, pero si con mayores probabilidades de éxito y tranquilidad para nosotros; al menos, es lo que miles en miles de personas han observado y nos han trasmitido a través del lento paso de los siglos, y lo que padres a hijos se han esmerado en hacernos notar.
Algunos padres han tenido éxito, tal vez los más esmerados y previsores, pero otros no. La vida definitivamente no es justa para nadie, pero aún así es bella y resulta grato y placentero vivirla, y cada quien lo hace como prefiere, como le viene en gana; pero, en muchas ocasiones, es necesaria una catarsis, una ruptura, un cambio que promueva una experiencia vital profunda, que modifique completamente nuestra conducta y nos permita vivir en paz con los demás y con nosotros mismos. Practiquemos juntos la misericordia, la compasión, la caridad, con quienes más nos necesiten. Valoremos profundamente todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos, para que podamos compartirlo, ofrecerlo, darlo, a nuestros hermanos. Nada es nuestro. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.