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El secuestro de la justicia

Por Akiles Boy

PIENSO, LUEGO ESCRIBO

Por Akiles Boy*

Tres años atrás, Inés quedó sola con sus dos hijos, María Inés, de diez años y José Carlos, de ocho. La vida le cambió de súbito. Ese viernes se apuró a dar el desayuno y preparar unas viandas para llevar. Al mismo tiempo que los arengó para darse prisa, los revisó con la vista y comprobó que llevaran su mochila escolar. Tendría que pasar primero a dejarlos en la escuela y después a la empresa maquiladora, en la cual trabajaba como costurera, confeccionando prendas para exportación.

A su esposo José Juan, solo lo veía los sábados, en el día de visita. Estaba internado en el Centro de Readaptación Social de La Soledad, acusado de un delito, el cual circunstancialmente había presenciado, pero no cometido. Anochecía un lunes en el pueblo de Santiago, José Juan regresaba a su casa, después de atender su local de venta de abarrotes en el mercado La Providencia. Al atravesar la calle principal escuchó el sonido de la alarma que salía de El Rubí, una prestigiosa joyería.

En ese momento también observó la movilización policiaca hacía el lugar, así como a los dos asaltantes, que huían despavoridos en una motocicleta con el botín en una maleta deportiva. El caos se apoderó del sitio y en medio de la confusión, un despistado vendedor de comida callejera, estacionado cerca de los hechos, gritó a los policías ¡¡ Agarren al ladrón!!, señalando a José Juan, el cual desconcertado intentó correr del lugar, pero enseguida fue sometido y llevado a la comandancia.

Ya esposado, José Juan, con el rostro desencajado por el desconcierto y la acción intimidatoria de sus captores, cruzó la puerta de la fiscalía para iniciar su calvario. A la autoridad, le apuraba dar resultados a la opinión pública y al acaudalado dueño del establecimiento, Don Serafín, quien exigía el pronto esclarecimiento del caso y la aplicación a los delincuentes de todo el peso de la Ley.

Iniciada la investigación de rigor, el acusado y presunto inocente, por trámite hizo su declaración, negando los hechos que le imputaban, alegando que su presencia en el lugar había sido eventual, porque estaba en camino hacia su vivienda, que nunca había estado cerca de la joyería y menos participado en el asalto, además desconocía a los malhechores que habían escapado.

En cambio la autoridad daría crédito a la versión del vendedor ambulante, que lo señalaba directamente de haberlo visto salir del establecimiento junto a los otros dos sujetos, no identificados, que se habían fugado. Con el carácter de acusado y la presunción de inocencia a su favor, José Juan sería presentado, fichado y encarcelado.

Hasta entonces, habían transcurrido tres años. A pesar de los esfuerzos y cuantiosos gastos causados por el proceso en contra de su esposo, había vendido el local del mercado y dispuesto para su defensa, de pequeños ahorros de ella para un viaje familiar. A Inés la invadía el desaliento y coraje por los magros y adversos resultados en el juicio.  Seguían en la búsqueda de los prófugos, las joyas hurtadas nunca se recuperaron ni aparecieron en alguna casa de empeño, según la información de la policía y el fiscal encargado de la indagatoria.

Mientras, el procedimiento judicial avanzaba con gran lentitud y el juzgador mantenía en prisión al indiciado, con la débil declaración de un testigo. No había más que hacer, el abogado defensor había presentado las pruebas de inocencia suficientes. Por su parte la fiscalía, sostenía el valor del testimonio ofrecido en la etapa procesal correspondiente. Solo era cuestión de esperar a que el juez dictara sentencia. En tanto, José Juan permanecía internado injustamente en el reclusorio, soportando la dolorosa separación de su familia y el infausto juicio penal en su contra.

La historia referida es ficción, pero bien puede ser una radiografía del Sistema de Justicia en México, en el pasado y el presente. La justicia pronta y expedita, precepto constitucional yace sepultado y en el olvido, solo es resucitado cuando existe un interés económico o político, o en el más recurrente de los casos, cuando la maquinaria de la procuración e impartición de justicia es movida por el dinero, es decir, puesta vulgarmente al mejor postor.

No es invento o exageración que la inmensa mayoría de los mexicanos y  familias de este País, alguna vez, han padecido los estragos y abusos en su eventual paso por los laberintos y zonas de riesgo de las fiscalías, juzgados y tribunales, permeados por una escandalosa corrupción, operada a cielo abierto, sin el menor recato o consideración a los presuntos implicados en juicios de diversa índole. Quienes tienen que tolerar malas prácticas, inercias y vicios, que dilatan o entorpecen los procesos en forma deliberada, abriéndose descaradamente los tiempos y espacios para la negociación de pagos y dadivas fuera de la Ley, es la vox populi.

Ante una inminente reforma judicial, posterior a la victoria en las urnas del oficialismo, se desató la controversia por su sentido y profundidad, centrándose la resistencia y los opositores, que no han digerido la derrota en la jornada electoral, en la propuesta de elección de los miembros de la judicatura (Ministros, Magistrados y Jueces). Además de ese argumento, el viejo cuento de la sumisión del Poder Judicial al Ejecutivo. Los ciudadanos ahora tienen claro, que es la gran oportunidad de saneamiento del anquilosado y decadente sistema de justicia, de abatir la corrupción en los tribunales y reducir el índice de impunidad. El objetivo es proteger un bien mayor para el pueblo. Sin Justicia no hay paz social perdurable. Hasta la próxima.  

Junio 23 de 2024

*Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.

*Miembro de la Red de Escritores por el Arte y la Literatura, A.C.