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La guerra de los celulares: que José Ramón se compre otro

Por Héctor Yunes Landa

El presidente López no sólo se asume como dueño de la verdad sino también franquiciatario exclusivo de la calumnia y el encono.

“Si la compañera está preocupada porque se dio a conocer su teléfono, que cambie su teléfono, otro número y ya”, dijo un colérico López Obrador hace unos días. Se refería a Natalie Kitroeff, la reportera de The New York Times que publicó una investigación sobre supuesta financiación del narcotráfico a su campaña electoral de 2018.

Dos días después, el mismo Presidente calificó de “muy vergonzoso” la filtración en redes sociales del número de teléfono de su hijo mayor, José Ramón López Beltrán. “Realmente muy vergonzoso que actúen de esa manera”, dijo. Pero, en la lógica presidencial, ¿no bastaría con que José Ramón se compre otro celular y ya? No pasa nada.

La conducta del Presidente y de quienes filtraron los números telefónicos de su círculo más cercano es deleznable. En ambos casos, abonan al encono, la polarización y ponen en riesgo a los personajes exhibidos en su privacidad. Le aplicaron la de “el que se ríe se lleva, y el que se lleva, se aguanta”.

En el caso de la reportera, la intención presidencial no era responder con argumentos a la investigación publicada sino lanzarla a la jauría de sus seguidores, en un país donde han sido asesinados 43 periodistas en lo que va de su sexenio.

Una venganza absurda porque el reportaje de The New York Times no fue sobre el financiamiento del narcotráfico a la campaña presidencial de López Obrador –para lo cual tendría que aportar las pruebas de sus dichos-, sino sobre una investigación que habría realizado la DEA sobre este tema. Y eso es real.

Pongámoslo en términos locales: uno de los periódicos más importantes del estado, publica que el Orfis y/o la Fiscalía realiza una investigación sobre un presunto desvío de recursos. Y entonces, el personaje referido –gobernador, alcalde o quien sea-, decide emprenderla contra el periódico y no desestimar al Orfis y su investigación. Eso fue lo que pasó.

En el caso de la filtración de los contactos de su hijo José Ramón, Claudia Sheinbaum, Mario Delgado, César Yáñez, entre otros, se trata de lo mismo, de una vendetta en contra del círculo cercano del agresor. Quienes filtraron, actuaron de la misma forma, ilegal y mezquina, que el Presidente. Se convirtieron en lo que tanto aborrecen.

En su justificación, el Presidente mostró todo su autoritarismo. Dijo que ninguna ley puede estar por encima del principio de la justicia. Falso. Lo que no puede estar por encima de la ley es la interpretación personal de la justicia, porque para eso están los jueces, no el Presidente.

Todavía el fin de semana, un eufórico mandatario que parece estar a “medios chiles”, acompañado de un desconcertado pescador que no entiende bien a bien lo que pasa, tiene la perversa ocurrencia de revelar lo que él supone es el salario de los periodistas Jorge Ramos y León Krauze. Otra violación a la intimidad y la protección de datos personales.

El Presidente sigue cometiendo una serie de delitos que no serán castigados en los próximos meses que le quedan de gobierno. Muchos de ellos son en contra de personajes que trascienden fronteras y, por tanto, tendrán que resolverse en tribunales internacionales.

Acorralado en el ocaso de su administración, López Obrador está dispuesto a matar o morir políticamente. Ante el fracaso histórico de su administración, la única forma de trascender es la de un mártir.