La confrontación política entre Clara Brugada y Omar García Harfuch ya alcanzó elevados decibeles, un ruido provocado más por la trascendencia de sus efectos que por los personajes en cuestión, y porque la forma en cómo se resuelva traerá consecuencias que impactarán en el decurso de la campaña presidencial de Morena. En esa pugna se refleja la ausencia de disciplina partidista de los grupos que integran Morena y la acentuada herencia tribal que mucho caracterizó al PRD, por efectos de la transfusión sanguínea trasladada ahora al partido en el gobierno. Perdida en ese espacio figura la intrascendente candidatura de Hugo López Gattel, de quien nadie hace mención pese a también ser “aspirante” a la Jefatura de Gobierno de la CDMX, gran paradoja porque pese a ser un personaje muy conocido de la población mexicana no alcanza a ser considerado como un buen prospecto para competir por Morena en la justa electoral que se avecina. Todo porque en realidad, no participa para competir sino para obtener un cargo de elección popular que lo revista con la carga inherente del fuero. Motivos sobran.Este señor López Gatell es un científico ideologizado y cuando esto ocurre aquella calidad se pierde para dar lugar al fanatismo, o como ocurre con López Gatell a la obsecuencia ciega y a la genuflexión servil ante el poderoso, en esa circunstancia ya no hay ciencia que valga. Podemos entender el desempeño de este “servidor público” si volvemos la vista hacia los dramáticos años del azote pandémico, cuando horrorizados observábamos las largas filas de contagiados de Covid-19 esperando a ser atendidos en hospitales ya saturados; recordar cuán dramáticas fueron las escenas donde formando largas filas familiares de los contagiados por el virulento virus penaban por conseguir un tanque de oxígeno para llevárselo a casa al ser querido ¿cuántos llegaron tarde, solo para enterarse que ese oxígeno ya no hacía falta? Hugo López-Gatell, fue el encargado gubernamental de la estrategia contra la pandemia, ese personaje a quién veíamos en la mañanera hablando de curvas aplanadas, de picos alcanzados, y cuando para aliviar la preocupación de la gente un día de junio de 2020 dijo que las estimaciones apuntaban que “un escenario muy catastrófico” sería llegar a las 60 mil muertes, con tan buen “tino” que la cifra fue rebasada apenas cinco meses después de que el gobierno federal decretara la Emergencia Sanitaria por el Covid-19. El 22 de agosto de aquel año la Secretaría de Salud dio a conocer que para para esa fecha habían muerto 60 mil 254 personas a causa de la enfermedad. Mientras la Organización Mundial de la Salud recomendaba el uso del cubrebocas como medida preventiva, el “científico” López Gatell alegaba que el cubrebocas “sirve para lo que sirve y no sirve para lo que no sirve”. Mientras la OMS recomendaba a los gobiernos realizar campañas para hacerse la prueba, aquí López Gattel desalentaba: “Hacerse la prueba no va a modificar nuestra decisión de aislarnos para proteger a otras personas de contagiarse, en lugar de correr al quiosco para hacerse una prueba lo que hay que hacer es quedarse en casa”. Y así nos fue, púes al finalizar el dramático periodo pandémico México ocupó el cuarto lugar en defunciones, apenas detrás de India un país con población diez veces mayor a la de México. Y ahora, quien se encargó de la gestión de la pandemia pretende ser tomado en cuenta como candidato al gobierno de la Ciudad de México, el foco de la pandemia que aportó cerca del 18 por ciento de todos los decesos a nivel nacional. Y así quiere presentarse ante los habitantes de esa gran metrópoli; tan ideologizado está que pasa por alto la Tercera Ley de Newton, uno de cuyos postulados precisa: a una acción sobreviene una reacción “pero en sentido contrario”. Al presidente López Obrador le interesa que Morena obtenga la mayoría calificada en el Congreso para llevar a cabo las reformas constitucionales pendientes, pero, por aquello de la rendición de cuentas, también debe ser del interés del inefable doctor López Gatell.
Clara Brugada y García Harfuch ¿y López Gatell?
Por Alfredo Bielma Villanueva