Mientras Acapulco llora, en Palacio ríen.
Más de un millón de cuerpos llenos de pánico, devastados por el huracán OTIS, y el Presidente Andrés Manuel López Obrador, presumiendo que es el segundo Presidente más popular del mundo.
“Nos fue bien”, afirma desafanado, cuando se refiere al número de muertos (46) registrados oficialmente.
¡Qué infame… cuando con un muerto bastaría para declarar luto nacional!
El Presidente viaja -a Acapulco- vistiendo traje, en un jeep atascado en el lodo para la foto.
Acapulco ya no está por ahora, en el mapa de los destinos turísticos de playa, favoritos de mexicanos y extranjeros.
López Obrador que se cobija con “el pueblo bueno que lo cuida”, hoy le ha fallado a ese pueblo. Hoy no camina entre los que le aplauden cuando se mezcla para que le tomen selfis.
No, ahora ve desde arriba, desde un helicóptero para no ensuciarse los zapatos
-importados-, para no asolearse, para que no le griten” auxilio” o para que no le chiflen y le reclamen su ausencia.
Los muertos no son los que tendrán entierro, los muertos son, quienes ven sepultadas sus pertenencias, su trabajo, sus esperanzas y su futuro.
¡Agua y comida!, claman los damnificados por el huracán, mientras desde el púlpito de Palacio, brotan reclamos y descalificaciones a los comunicadores que informan con objetividad la dimensión de la tragedia. Pero claro, en la democracia, la prensa es anti política.
En la capital de la República el Presidente se resiste a dejar la palestra, pues su obsesión por polarizar a la sociedad, lo lleva a lanzar consejas, patrañas contra “sus fantasmas” que son nada menos que sus oponentes a cuanta ocurrencia lanza cada desmañanada.
Sólo él tiene la razón y el poder de la palabra que dispara como flecha envenenada.
Ahora, ya expuso su plan para la reconstrucción de Acapulco; se invertirán 61 mil millones de pesos.
¿Cómo definir el monto de la inversión para tal cosa, si aún no se cuenta con el levantamiento puntual del desastre?
De entrada, no le salen las cuentas, pues los que sí saben de esto, afirman que, se queda muy corto en los números y los tiempos que requiere Acapulco, para ponerse de pie.
¿Porqué contratar a 10 mil de los llamados “jóvenes construyendo el futuro”, cuando más de 10 mil desempleados acapulqueños demandan trabajo?
¿Porqué omitir las medidas urgentes a tomar para evitar una crisis sanitaria que se avecina, por la ingesta de agua contaminada y habitar en medio de charcos plagados de mosquitos y animales en descomposición?
No dejemos de lado que, ¡el Estado de Guerrero es de ya!, un Estado donde se expande el crimen organizado -la Nueva Familia michoacana-, que tenderá sus redes para engrosar sus filas, a través de la contratación de trabajadores para la reconstrucción o para la venta de materiales diversos y montar cadenas de distribución de cemento, lámina, aluminio, vidrio, etc., ¿luego cobrar derecho de piso y después extorsionar?
Colonias enteras han puesto ya barricadas para protegerse, pues la inseguridad cunde en Acapulco.
Si esta situación crece, tal vez surjan las autodefensas y si es así, no se auguran tiempos de calma.
Acapulco merece atención puntual en muchos flancos al mismo tiempo pero, con una planeación seria: técnica, financiera, de salud y seguridad, hecha por especialistas experimentados en cada tema, no un programa hecho sobre las rodillas y con propósitos absolutamente político-electorales como hasta hoy se están elaborando.
La ambición política está por encima de la tragedia de Acapulco, en otras palabras: “ambición, mata tragedia”!
¡Digamos la Verdad!