Cuando en mayo de 1993 asesinaron en el estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara al Cardenal Juan José Posadas Ocampo una de las versiones especulaba que había sido confundido con el Chapo Guzmán, es decir, no fue un ataque directo por su condición religiosa, pero también se filtró que los hermanos Arellano se habían entrevistado con el nuncio apostólico Monseñor Prigione para confesarse ajenos a la autoría de ese crimen. No faltaron comentarios adversos a una entrevista entre personajes dedicados a actividades tan contrastantes. La condición de poder fáctico propio de una entidad tan poderosa como la Iglesia Católica en México obliga a cualquier gobierno a llevar una relación lo más tersa posible, evitando la aparición de elementos disruptivos que la altere, aunque, cómo es posible constatar en el decurso de los acontecimientos, no siempre ha sido posible evadirlos. El asesinato de dos sacerdotes en junio de 2022 en la comunidad de Cerocahui en la sierra Tarahumara tensó las relaciones con el gobierno federal en un contexto en el cual la inseguridad es el denominador común y soslayar como expediente de muy tozuda vigencia. Porque, por otro lado, en verdad es difícil eludir que al interior de una institución de la dimensiones de la iglesia católica se produzcan situaciones embarazosas, como actualmente lo ilustran las declaraciones del obispo emérito de Chilpancingo, Salvador Rangel Mendoza, quien acepta abiertamente una estrecha relación con uno de los bandos que se disputan el trasiego de las drogas y el dominio en esa región al margen de las instituciones del Estado Mexicano ¿Cómo calificar tan inusitada actitud? La muy precisa narrativa del columnista Héctor de Mauleón relativa a este caso es impresionante, causa estupor y expone públicamente un estado de descomposición social que exhibe la impotencia gubernamental para enfrentarla. Peor aún, porque el actual gobierno ya transcurre en su quinto año de ejercicio y es obvio el declive de su poder hacer, pues en la cercanía del ocaso habrá de ocuparse más en su autodefensa y en impulsar la continuidad de su proyecto que en atender la problemática social. La doble tarea se dificulta porque ambos elementos caminan en direcciones opuestas, es decir, la atención a una distrae el esfuerzo para la otra. ¡ Ay, qué tiempos señor don Simón!
Pero ¿Qué nos pasa?
Por Alfredo Bielma Villanueva