Pienso, luego escribo
Por Akiles Boy*
Era un martes, salía Agustín a las seis treinta de la mañana rumbo a la secundaria, recorría siete cuadras caminando con su alegría por aprender y los libros y cuadernos pegados al brazo izquierdo. Al cerrar el zaguán, siempre su mirada encontraba la imponente figura de Don Pedro, un hombre sesentón alto y corpulento, dueño del enorme predio de enfrente, adentro una pequeña casa y lo demás una inmensa huerta de árboles frutales endémicos de la región, tamarindo, naranja, ciruela, jobo, plátano, mango y toronja.
A esa hora, el vecino agricultor y pequeño terrateniente, ya estaba en la faena diaria de limpiar ese extenso terreno, con calma y cuidado arrancaba la maleza nociva y recogía la basura que encontraba a su paso. A lo lejos se veía con su sombrero de palma, obra de los artesanos huastecos. En la mano derecha su bien afilado machete, además el azadón y la pala arriba de la vieja pero útil carretilla en la que cargaba los deshechos.
De inmediato se notaba la seriedad y carácter fuerte de aquel curtido labriego, que sin saber nada de conciencia ecológica y protección del medio ambiente, se entregaba en cuerpo y alma al cuidado de la tierra y la naturaleza. Sin embargo, Agustín lo recuerda como un señor amigable y lo mejor, en temporadas de cosecha, siempre lo llamaba a él y sus hermanos para ayudar en el corte y recolección, a cambio de un simbólico pago y la fruta que pudieran llevar a su casa. Eran los buenos días del final de la primavera y los inicios del cálido verano.
Han transcurrido varias décadas, es más, ya situados en otro siglo, reaparece la imagen de Don Pedro, hombre de campo, que amaba sus tierras y sus árboles, porque desde hace algunos años, fueron aumentando el número y la intensidad de las voces de alerta y emergencia sobre la paulatina pero constante depredación del planeta.
Los enérgicos y desesperados llamados a detener la deforestación y contaminación suceden todos los días. Las organizaciones y grupos ecologistas y ambientalistas se han multiplicado y están aumentando su activismo, ante la poca efectividad de las acciones institucionales y gubernamentales, mientras las sociedades continúan obsesionadas con el progreso y consumismo.
En ese sentido, no es casual, que la comunidad de las artes, con mayor frecuencia asuma roles protagónicos en ese tema, para contribuir con su talento y sensibilidad, en tareas de protección, conservación y remediación del medio ambiente. Es mejor hacer el esfuerzo, que quedarse con los brazos cruzados y esperar la catástrofe.
Este pasado viernes lluvioso en Coatepec, pueblo mágico de Veracruz, en el espacio acogedor y creativo Farolito Arte, ubicado en el centro histórico, se presentó el Poemario Dentro, Una Voz, de la artista plástica y escritora Renatta Vega Arias. El libro nos presenta dos peculiaridades, la primera, está elaborado con materiales reciclados y utilizando una técnica manual, y la segunda, contiene letras originales de la autora, que tienen íntima relación con su amor por la naturaleza, siendo la misma, su principal fuente de inspiración literaria y fundamental en la pintura.
En ese refugio de creadores, locales y adoptivos, se confirmaron dos ideas que flotaron en el aire fresco del sitio: el arte no tiene fronteras y se debe practicar en plena libertad; y que el artista, es un ciudadano con el compromiso de participar en las mejores causas sociales, tal es el caso, de la lucha por la defensa y preservación de los últimos ecosistemas del planeta y los reductos naturales que nos rodean. Apostando por la naturaleza, aseguramos la viabilidad de la vida en el presente y el futuro. Hasta la próxima.
- Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.
- Miembro de la Red de Escritores por el Arte y la Literatura, A.C.