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El pavimento avanza, el árbol pierde terreno

Por Alfredo Bielma Villanueva

Se incurriría en estulticia si negáramos que en los actuales tiempos la carrera entre el pavimento y las áreas verdes la va ganando el cemento, o sea, lo que se presume de “modernidad”; en otros términos, el automóvil y la banqueta avanzan en proporción directa al deterioro del medio ambiente; es la “mancha urbana” en camino a devorar el bosque. Para paliar el malhadado resultado de esa correlación anti natura tenemos autoridades a cuyo encargo delegamos la responsabilidad de, sino evitarlo, al menos remediar las consecuencias de la deforestación implementando programas útiles y efectivos de ampliación de áreas verdes al margen de la simulación y del cuento. Pero ¿cuenta la sociedad con los mecanismos necesarios y eficientes para obligar a las autoridades a asumir esa obligación? La normatividad para regular el uso del suelo es abundante, asimismo se imponen penas para evitar la tala indiscriminada de árboles pues la ley es muy estricta en este sentido, entonces ¿por qué las protestas ciudadanas caen en saco roto y difícilmente encuentran eco social?

Con motivo del derribo de árboles en un tramo del norte de la avenida Lázaro Cárdenas grupos de perfil ambientalista han manifestado su inconformidad realizando plantones para evitarlo, lo cual ha sido infructuoso porque la autoridad procedió al derribo de árboles cuarentones ubicados en el camellón de dicha avenida ¿cuenta la autoridad con los permisos correspondientes? Debe suponerse que sí, aunque se obliga a reponer esos árboles una vez concluida la obra motivo de aquella tala. De índole ambientalista o por motivaciones políticas la protesta debió ser prevista, pero por deficiencias en la comunicación surge la inconformidad. ¿Por qué no exhibir gráficamente el proyecto de la obra para así desarmar cualquier reclamo? Va un dato de referencia: cuando en tiempos del gobernador Murillo Vidal (1968- 1974), siendo alcalde el doctor Pedro Coronel Pérez, se construyó el viaducto bajo el parque Juárez, surgieron explicables protestas de quienes alegaban la destrucción de un sitio tan emblemático y de recreo familiar, pues suponían un Parque dividido por la nueva vía. El remedio consistió en colocar una mampara en la cual se mostraban los detalles de la obra: fecha de inicio y de conclusión, su costo, el constructor y cómo quedaría el parque una vez terminado el túnel, tal como ahora lo vemos. Las protestas menguaron y los hechos finalmente las desvanecieron. Luego entonces, para acallar las protestas por el proyecto del nuevo puente, en vez de salir con el cuento de los millones de árboles sembrados en este sexenio, que nadie podría contar, la prudencia señala hacia la conveniencia de colocar una maqueta detallando los pormenores del proyecto, que es de esperarse reserva espacios para atender áreas arboladas, su costo y tiempo de construcción. A propósito de gobernantes y ciudadanía, vale recordar que fue un ciudadano estadounidense avecindado en Xalapa, William K. Boone, quien en 1922 trazó y financió las rutas de subida y bajada a nuestro gran vigía, el Cerro Macuiltépetl, al que fotografías difundidas por Rafael Medina Mateos muestran sin la flora que ahora lo adorna, pues empezó a poblarse de vegetación a partir de la década de los años cuarenta. Se debe al gobernador Rafael Hernández Ochoa (1974-1980) haber evitado que la “mancha urbana” invadiera la cresta ahora arbolada del Macuiltépetl, pues circundó su base con valla metálica para impedir el avance de la mancha urbana, gracias a esa previsión ahora gozamos de un gran pulmón citadino y sitio privilegiado para el recreo familiar y deportivo. Bueno también es recordar el despropósito de los “obsecuentes”  de siempre, que en tiempos de Fidel Herrera para abonar la “gran obra” de la araucaria de Palo Verde proponían tomarla como emblema xalapeño, impresa incluso en la papelería oficial de este municipio. “¡Vaya tontería!”, escribimos entonces, porque teniendo la gran cima del majestuoso Macuiltépetl como egida de la historia Xalapeña se pretendía escoger una especie de árbol no oriunda de estas latitudes, lo cual por supuesto no demerita su belleza. El árbol es vida, el individuo debe cuidarlo, es deber del gobernante multiplicarlo y protegerlo.