Columnistas

Una carta al presidente chino

Por Sergio González Levet

Si usted fuera la o el presidente de algún país y quisiera escribir una carta a alguno de sus colegas en el mundo -digamos por decir algo, al Presidente de China- hay dos elementos muy importantes que tendría que tomar en cuenta.
     Primero, que en el campo de la diplomacia mundial hay reglas establecidas de manera muy precisa para normar las relaciones entre naciones y entre mandatarios. Existe una normatividad que se define como el protocolo, y que establece con precisión qué se puede decir y qué no, cómo se deben comportar los dignatarios al participar en eventos, reuniones y negociaciones, y llegan hasta a determinar cosas tan precisas y aparentemente anodinas como el tipo de vestimenta.
     Segundo, que existe un juicio de apreciación, eso que los franceses denominan bon goût, que determina lo que se puede y se debe decir para no salirse de los límites de la decencia y de lo que yo llamo la inteligencia social (así como hay una inteligencia racional y otra emocional, la IS se corresponde con las capacidades que desarrolla cada individuo para manejarse debidamente en la relación cotidiana con sus semejantes; de alguna manera, es lo que algunos llaman “urbanidad” o “buenas costumbres”).
     Pensemos que usted le va a pedir al mandatario oriental que lo ayude para evitar el contrabando de fentanilo hacia el país que usted gobierna. Bueno, le recomendaría de entrada que evitara insultar la inteligencia del destinatario al tratar de explicarle, por ejemplo, qué es el fentanilo, y menos usando información superficial que haya copiado y pegado de la Wikipedia.
     Después, le pediría que evitara tratar de apantallar a su destinatario diciéndole que usted y su gobierno han tenido grandes logros en el ataque al contrabando de esa sustancia. Y es que si así fuera, pues no tendría que estarle pidiendo el favor a don Jinping (le pongo así porque los chinos ponen primero el apellido y después del nombre de pila, así que el señor se llama Jinping y se apellida Xi).
     Tampoco se quiera hacer el ladino y menos cometa el error de afirmar que la droga se produce en Asia (¡en donde está China!) y después le presuma que ha destruido 1,383 laboratorios clandestinos en el país que usted gobierna. Le puedo asegurar que los chinos no son como la policía japonesa y se van a dar cuenta de la burda mentira.
     Menos, menos, menos aún quiera impresionar al señor Xi con el cuento de que usted le está ayudando a los pobres norteamericanos a combatir ese flagelo, como si aquellos solos no pudieran.
     Otra más, si usted le está solicitando su apoyo, espere a que él se manifieste de acuerdo y ya después, en una segunda carta, ¡válgame Dios!, le podría proponer a un funcionario para que mantenga el contacto con la autoridad china y reciba la información pertinente.
     Ya no le diría que se busque un buen redactor que le escriba un texto decoroso en la sintaxis y la prosodia, y menos que revise antes la manera en que se debe dirigir a un mandatario de otro país.
     La verdad, lo que le recomendaría es que mejor no tratara de escribir cartitas mafufas, porque nomás quedaría mal usted, y haría quedar muy mal a sus gobernados.
     Es lo que se llama vergüenza ajena.

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