El 18 de marzo es el día de los trabajadores de Pemex, de la soberanía de México de la riqueza natural del país. Por muchos años la conmemoración fue un requisito burocrático que se realizaba con más rutina que convencimiento. Se exaltaba el nombre de Lázaro Cárdenas y su valentía por enfrentarse con el poderoso vecino del norte.
En cada aniversario el centro de los reflectores era Cuauhtémoc Cárdenas sin más atributos que ser hijo de su padre. Un gran hombre sin duda, pero la grandeza no se hereda en las democracias; sin embargo, como si se tratara de una monarquía la celebración de la expropiación petrolera tenía un monarca, un líder: Cuauhtémoc Cárdenas, quien de tanto presidir esa fiesta nacionalista se convirtió en nacionalista, de tanto encabezarla se volvió, líder y de tanto repetir su nombre junto al de su padre, se creó un buen político.
Los héroes anónimos de la expropiación petrolera son las trabajadoras y trabajadores de Petróleos Mexicanos, quienes entregan su vida a la riqueza del país. No hay un año sin que un petrolero no muera en cumplimiento de su deber. Lo vemos siempre.
Sin embargo, la más recientes conmemoración de la expropiación de 1938 se convirtió en la consolidación de un líder que tiene una capacidad de convocatoria como nadie la había tenido, de manera espontánea en la historia de México. Pero en el pasado la conmemoración de esta fiesta nunca reivindicó, ni siquiera en el discurso, Cuauhtémoc Cárdenas.
Es decir, históricamente la conmemoración del 18 de marzo ha servido para fortalecer figuras particulares, primero Lázaro Cárdenas, luego Cuauhtémoc y ahora Andrés Manuel López Obrador, cuando en realidad el héroe de estas batallas es el trabajador de Pemex.