Revisando apuntes, artículos y archivos de documentos valiosos en particular los de Consejo Nacional de Población (CONAPO)[1], el INEGI[2], informes de los programas nacionales de la Mujer ( Alianza para la Igualdad, 1995-2000)[3] , e Instituto Nacional de la Mujer (de 2000 en adelante) , entre otros, me llama la atención los indicadores de las Transiciones Demográficas y sus efectos tanto en el mundo como en la población mexicana, particularmente en las mujeres, que han hecho que estas hayan cambiado diametralmente en sus aspectos familiares, laborales, culturales, económicos, políticos y sociales, principalmente. Pero vamos por partes.
La teoría de las Transiciones Demográficas (TD) se le atribuye al demógrafo estadounidense Warren Thompson (1929) que estudió a las sociedades industrializadas precedidas por cambios significativos en la natalidad y mortalidad de la población. Estudios que fueron continuados por otros investigadores como Frank Notestein (1953), que afirmaba que, las altas y bajas de la mortalidad y natalidad de ciertas regiones, tenían una estrecha relación con los avances o carencias en sus sistemas económicos y de salud y que dependía de la atención de los gobiernos hacia las familias, para lograr nuevamente los equilibrios poblacionales.
Pese a que la teoría tuvo puntos contradictorios, en su esencia presenta 2 principios a discusión: 1) que se continúa percibiendo, el crecimiento desmedido de la población mundial disparándose en los últimos 2 siglos, de 1000 millones a 7.9 mil millones de personas en el presente. 2) que sigue existiendo una relación en sociedades con tasas de natalidad y mortalidad altas, cambiando sus índices a la baja, especialmente cuando estas sociedades crecen económicamente a partir de la industrialización o la tecnificación.
Las transiciones demográficas, en sus análisis, descubren también otros factores colaterales, como lo son sus efectos en los comportamientos y cultura de los habitantes, pues a mayor cultura y consciencia ciudadana mayor equilibrio en los indicadores de natalidad y prevención en la salud y vida. Y a mayor preocupación de los gobiernos de implementar alta calidad en los servicios de salud y mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes, mayor equilibrio en los rubros económicos, sociales, culturales y principalmente los demográficos.
Pero, el grupo poblacional que mayormente se ha visto influenciado por las transiciones, son las mujeres, y en parte, es el resultado de la lucha por su emancipación y las conquistas obtenidas en diferentes rubros a través de las décadas, haciendo valer su participación no solo en los asuntos privados, sino también en los asuntos públicos. Pero en el tema poblacional, sin duda, estas junto con sus parejas, tienen mucho que ver en la nueva planeación de las familias mexicanas y juntamente con el Gobierno, la gran responsabilidad de impulsar los equilibrios poblacionales.
En México, en la década de los años 60 e inicios de los 70 se hablaba ya de que el país atravesaba por una fase de acelerada transición demográfica y se le puso atención al tema de la natalidad principalmente. El nacimiento del Consejo Nacional de Población (CONAPO) en 1974, hizo propicio que, como una forma de desalentar el índice poblacional del momento, se promovieran las campañas como: “vámonos haciendo menos”, “la familia pequeña vive mejor” entre otras acciones. Ello en cierta forma buscaba, que las parejas y familias -de los centros poblacionales urbanos y rurales-, tomaran consciencia del significado que representaba ofrecer una mejor atención, si se tenía un menor número de hijos, pues permitiría disponerles a ellos más tiempo y reservar espacio para el crecimiento profesional y el mejoramiento económico individual y de cada familia.
Para las siguientes dos décadas (80 y 90) se empezó a percibir una caída paulatina en los índices de la fecundidad. Si comparamos el número de hijos por pareja antes de la década de los 70 del siglo pasado, la media de fecundidad era de 6 hijos, para la última década del siglo XX el promedio era ya de 4 hijos por pareja. Igualmente, en el tema de mortalidad, antes de la década de los 60 (era de 34 a 40 años), a fines del siglo XX la esperanza de vida era de 59.9 años.
La década de los 90 se significó por nuevas e importantes transformaciones en diferentes rubros favorables para las mujeres, en los que tenían que ver también los índices poblacionales. El incremento de la natalidad femenina, su incursión en todos los niveles educativos, su presencia cada vez mayor en los espacios laborales -aunque las remuneraciones no fueran aun igualitarias- y su incursión cada vez mayor en la política, fueron marcando el valor de su presencia. Por ello los gobiernos se preocuparon por el mejoramiento del tema de la salud reproductiva, atención a la niñez, la educación sexual, y los métodos anticonceptivos. Pero la interacción de diversos e importantes procesos culturales, condujo a la multiplicación de otros problemas o eventos, vinculados con el ciclo de vida personal, familiar y comunitario.
México, estaba cambiando. Los pueblos o ciudades se fueron transformando, derivado de la migración del campo a estas e hizo que los gobiernos fijaran su atención a la dotación de más y mejores servicios básicos (agua, luz, infraestructura urbana y rural, vías de comunicación, seguridad pública, etc.), así como la atención de la salud, la calidad educativa, el cuidado del medio ambiente, entre otros. Por otra parte, la llegada de la tecnología con el uso de los medios de información y comunicación en todos los contextos: educativos, profesionales, comerciales, gubernamentales, políticos y desde luego, al interior de los hogares, establecieron un antes y después en la población mexicana.
Transcurridas ya las primeras décadas del siglo XXI, las transiciones demográficas y sus impactos en la natalidad y mortalidad poblacional, continuaron presentando nuevos cambios en los indicadores, respondiendo a su vez a las transformaciones en las relaciones de las parejas, familias y particularmente, en las nuevas formas de asumir las mujeres, su propia vida, independientemente de su condición edad, etnia, o condición social o económica. Entre ellos se pueden anotar los siguientes:
- La tendencia ya en el presente siglo, del descenso en los índices de fecundidad en las parejas y el incremento de la esperanza de vida, ofreció efectos en la proyección del crecimiento económico, pero también exigió atención hacia una población que había envejecido y que acaparaba un alto porcentaje poblacional.
Si observamos la ampliación de la esperanza de vida que se dio a partir de los 90s, se debió a que los gobiernos se preocuparon por el mejoramiento constante del sistema de salud, los programas de alimentación, la prevención de enfermedades, la educación sexual y la atención al medio ambiente, para incidir en el control de la población y en su calidad de vida. El objetivo era dotar a la población de elementos para promover el autocuidado de la salud y hacer consciencia en la responsabilidad de las parejas en la toma de decisiones.
Hoy los altos índices de fecundidad y el alargamiento de la edad de morir están siendo cambiados nuevamente. Hasta 2020, la fecundidad era de 2.7 % hijos por pareja, lo que representa un cambio significativo. Y en el caso de la mortalidad, si en 1990 el promedio de vida era de 61 años, hasta 2020 se calculaba que ésta había aumentado a 76 años, sin embargo, existen factores que hacen percibir un cambio significativo en adelante.
A raíz de la pandemia (2020) y del incremento de los índices de inseguridad en el país, México perdió 4 años en su esperanza de vida. De la proyección estimada para 2030 de llegar a 77 años, hoy los índices se redujeron a 72 o 73 años, agregándose ya otros indicadores como las muertes en niños y jóvenes (principalmente mujeres) y no necesariamente por determinación de la edad, sino por temas como: proliferación de enfermedades relacionados con los hábitos de consumo, vida sedentaria. alcoholismo, drogadicción, feminicidios, delincuencia, etc. [4]
- Debido a los indicadores por edad, las mujeres en nuestro país han experimentado, en ese tema, fuertes cambios durante estas últimas décadas (siglo XXI), y ello ha dependido de las historias de vida de cada una. Pero hay ciertos factores que seguramente seguirán impactando en el presente y en las próximas transiciones demográficas. Por ejemplo:
a) La condición de unirse en matrimonio o en unión libre. Antes de concluir el siglo XX, solo el 3% de mujeres permanecían solteras a la edad de 50 años, pero en las primeras décadas ya de este siglo, una vez que la transición demográfica pasó de lenta a avanzada, se incrementó 7 u 8 %. Las parejas hoy optan de inicio, por la unión libre, y en caso de funcionar formalizan su relación.
b) La edad matrimonial o de unirse en pareja. El matrimonio a temprana edad que era la norma antes de concluir el siglo XX, ha cambiado, pues la postergación de esta condición es casi natural. Las edades para formalizar una relación y de unirse o casarse, se han incrementado. Y esto se debe, entre otras cosas, a las nuevas dinámicas educativas, laborales y de desarrollo tanto del hombre como de la mujer, que buscan primero cubrir expectativas antes de tomar la decisión de formalizar una unión u optar por el matrimonio.
Este fenómeno, tiene sus aspectos positivos, por una parte, porque el casarse (o unirse) o no, o, el tener hijos o no, son parte de las conquistas de las mujeres en el respeto a sus decisiones; pero, los nuevos análisis revelan que, entre más madura es la pareja en edad, la decisión de formar una relación de pareja o matrimonio, es más segura y ofrece una alta probabilidad de que esta valore más la relación y por ende la paternidad; la parte preocupante, se centra en la relación del aumento de la edad de las parejas y el retraso de la decisión de tener hijos (o no tenerlos), lo que ha afectado en los índices de natalidad.
c) Las separaciones o divorcios. Conforme la mujer ha logrado mayor seguridad profesional y laboral, a partir del siglo XXI, paradójicamente se ha incrementado el índice de separaciones y divorcios. Y las edades fluctúan entre los 25 y 50 años. Es decir, las mujeres mexicanas, buscan la formalidad de su relación casándose o haciendo vida en pareja, pero en el caso de no funcionar, también se sienten seguras de decidirse por el divorcio o la separación definitiva, asumiendo las implicaciones de ello, como el de adoptar la jefatura de la familia o la maternidad en soltería, aun en casos de no recibir apoyo.
Es decir, el problema en las parejas mexicanas sigue siendo – a diferencia de las épocas pasadas-, no solo la estabilidad marital, sino el de encontrar la estabilidad emocional para hacer duradera una relación. Pero en la búsqueda de lograr esa estabilidad las mujeres se someten a una constante presión emocional y física en su vida, lo que tiene sus efectos en su salud. En 2010 el indicador de mortalidad de las mujeres era de 77 años y 71 los varones, para 2020 era ya de 78 para las mujeres y 72 para los varones. Pero este indicador se está invirtiendo en la actualidad, derivado de que las mujeres pueden llegar a vivir menos por el tipo y cantidad de responsabilidades que asumen en su vida.
d) La proporción de mujeres viudas. Por la declinación de la mortalidad, la proporción de las mujeres viudas sufrió una disminución significativa en las últimas décadas del siglo XX, sin embargo, la prevalencia de nuevas enfermedades y el tipo de vida de las nuevas generaciones, hace que tanto mujeres u hombres, puedan quedar en estado de viudez en edades jóvenes.
e) El aumento de personas mayores en México. En este aspecto no se puede evitar reconocer que la obligación de responder por la atención de los adultos mayores generalmente recae en las mujeres, mismas que suman este compromiso a otros aspectos como, la educación de los hijos, la atención de la pareja, y demás obligaciones propias de su preparación personal y su trabajo. En ocasiones estas responsabilidades se comparten con el esposo, los hijos o la familia, pero en la mayoría de los casos, estas tienen que responder por lo que sucede en su propia vida y además, por la vida de todos los demás miembros.
Por otra parte, el hecho de que las personas vivan más, no quiere decir que estas tengan calidad de vida hasta la edad mayor, por lo que requiere también de mejor atención del núcleo familiar hacia ellos, pero también la acción del Estado para dotar de servicios para ofrecerles calidad de vida. Las personas mayores -en su mejor condición mental y física- aún tienen la voluntad y disposición de dedicar más tiempo a su función de madre o padre, abuela o abuelo, cónyuge o colaborador de la comunidad, pero eso no implica que no requieran atención en lo que hacen. Cuando el adulto mayor pierde su rol social o no logra adaptarse a la vida inactiva o de jubilado, constituye en factor de riesgo de discapacidad, lo que requerirá atención especial hacia ellos.
C) El problema del incremento de los índices de natalidad en familias en pobreza. El rezago en los núcleos poblacionales derivado de los países no desarrollados, entre ellos el nuestro, hace que estos grupos no puedan salir de la marginación y quedan exentos de los beneficios sociales y económicos. Y está probado que, quienes recienten más severamente los estragos de la pobreza son los grupos femeninos. Grupos que son vulnerables en todos los aspectos porque en estos, tanto los embarazos como la mortalidad femenina se incrementa. Por eso estos grupos deben ser prioridad de la acción de gobierno, porque es injusto que no se vean cambios positivos, que reflejen la disminución real de la pobreza y el mejoramiento en su calidad de vida.
D) Los riesgos en la población infantil y adolescente. La alta incidencia de adolescentes y jóvenes de tener una relación sexual antes de los 13 años aumenta la probabilidad de los embarazos y nacimientos no deseados, lo que es preocupante porque quienes asumen generalmente el compromiso, en caso de no abortar, son las mujeres, con el agravante de que en esas edades no hay autosuficiencia económica y menos capacidad para atender responsabilidades de esa índole, compromiso que es delegado a las madres y abuelas.
En resumen, lo anterior son solo algunos de los aspectos que aceleran las transiciones demográficas, y que se pueden medir por sus efectos en la vida de las poblaciones, y en los cambios en los índices de natalidad y mortalidad como consecuencia de los avances en el desarrollo individual, social y comunitario.
Igualmente permite entender el valor de rescatar la importancia de las mujeres en la transmisión de los valores y factor de equilibrio dentro de las familias mexicanas, que hoy adquiere relevancia, porque los núcleos han cambiado en diferentes aspectos: su tamaño ampliado (convivencia entre cónyuges, hijos, abuelos, nietos, a veces viviendo en el mismo espacio) , su nueva organización, los nuevos roles y normas que definen el comportamiento de sus integrantes, las formas de comunicarse, de sostenerse, de defenderse en su interrelación con el mundo fuera del núcleo, debiendo hacerse un esfuerzo conjunto, para que estas dinámicas no sean un factor que desaliente su evolución o provoque infelicidad en las mismas, si no que por lo contrario, permita que se perfeccionen , haciendo su parte el Estado, y se les dote lo necesario en oportunidades de desarrollo y empoderamiento. Ello, sin duda, se reflejará en el presente y futuro en una población mexicana equilibrada, con calidad de vida, sana, productiva y generosa.
Gracias y hasta la próxima.
[1] https://www.gob.mx/conapo/prensa/la-mujer-en-la-transicion-demografica?idiom=es
[2] https://cuentame.inegi.org.mx/poblacion/esperanza.aspx
[3] https://dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=4896474&fecha=21/08/1996#gsc.tab=0
[4] https://elpais.com/mexico/2022-05-29/mexico-ha-perdido-cuatro-anos-en-esperanza-de-vida-por-la-pandemia-segun-un-estudio-de-la-universidad-de-california.html