El último domingo del año litúrgico, celebramos en la Iglesia Católica la fiesta
de CRISTO como REY DEL UNIVERSO. Esta realeza fue prefigurada por la
coronación de David como rey del pueblo de Dios (2 Sam 2,4; 5,1-3). El himno
cristológico de la Carta a los Colosenses 1, 12-20, que se proclama en la
Liturgia de la Palabra de ese domingo nos ofrece los motivos teológicos del por
qué consideramos a Cristo como nuestro máximo soberano.
Jesucristo es el rey del universo porque ÉL ES EL HIJO DE DIOS, ÉL ES LA
IMAGEN VISIBLE DE DIOS INVISIBLE, TODO FUE CREADO POR ÉL, TODO
SUBSISTE POR MEDIO DE ÉL Y POR SU MEDIO, DIOS HA RECONCILIADO
CONSIGO A TODOS. ÉL ES LA CABEZA DE LA IGLESIA, NOSOTROS
SOMOS SU CUERPO. Por estas razones todos los bautizados lo reconocemos
como EL REY DEL UNIVERSO.
El evangelio de Lc 23, 35-43 nos presenta una escena muy significativa que
nos ayuda a comprender mejor cómo Jesús ejerce esta realeza: Jesús
aparece en el Calvario crucificado en medio de dos ladrones. Su realeza
es cuestionada y se hace objeto de burlas entre los soldados, los jefes del
pueblo y los mismos ladrones.
Jesús había revelado a Pilato que “su reino no era de este mundo” (Jn 18, 36).
Por lo tanto no puede ser valorado según criterios humanos. La naturaleza del
reino de Cristo es muy diversa a los reinos de este mundo que basan su poder
en el dominio y la sumisión de los demás.
Esta imagen de Jesús crucificado en el Calvario manifiesta que es en la cruz
donde Jesús se revela como rey auténtico porque con su sacrificio expía los
pecados de la humanidad. Ahí él vence a la muerte, en la cruz perdona a
todos; ahí promete la salvación de los pecadores que confían en él y ahí
rechaza usar el poder que tenía en beneficio propio. En la cruz se expresa
plenamente la misericordia de Dios. Por medio de su inmolación en la cruz él
muestra cómo desempeña su realeza. Lo hace a través del servicio y de la
entrega de su propia vida. Como él mismo lo había declarado “no he venido
para ser servido sino para servir y para dar mi vida en rescate por muchos (Mt
20, 28).
Por lo tanto la realeza de Jesús no se comprende desde las categorías del
dominio o del poder, sino desde el servicio y la entrega a los demás. Ser Rey
según el corazón de Jesús es convertirse en un servidor de los demás.
Todos los que hemos sido bautizados y que formamos la Iglesia, hemos
recibido la gracia de participar en la realeza de Cristo; hemos sido rescatados
del pecado para participar en la dignidad de hijos de Dios, y desde el bautismo
hemos empezado a participar del reino de Cristo. A partir del día de nuestro
bautismo Cristo se convirtió en nuestro rey y Señor. Ciertamente esta
soberanía de Cristo sobre nuestra vida disminuye, cuando el egoísmo se
apodera de nosotros y nos domina con el pecado. Cuando sucede esto, Cristo
deja de ser el Señor de nuestro corazón, de nuestra vida y de nuestros
pensamientos o sentimientos.
De ahí que debamos tomar conciencia todos los días de que nuestro soberano
es Cristo y luchar diariamente por consagrarnos y renovar con la ayuda de su
gracia, nuestra adhesión a él.
Vivimos ciertamente en un mundo donde predominan muchas formas de
egoísmo, de violencia, sed de ganancia, búsqueda de éxito y de poder.
Lamentablemente, muchas veces quienes alcanzan el poder terminan
sirviéndose de él en beneficio propio y se olvidan de los demás; renuncian a
valores éticos y corrompen sus conciencias aunque lo que hagan sea
irracional, antinatural y atente contra el bien común. Lamentablemente el abuso
del poder es una cosa cotidiana que no se ha podido erradicar. Esta forma de
ejercerlo va acompañado de corrupción e impunidad.
Los que creemos en Dios estamos llamados a construir su reino a través de la
verdad, de la justicia, el amor, y la Paz. Esta es una tarea sublime que requiere
empeño, entusiasmo, dedicación y espíritu de sacrificio, unidos a Cristo y a sus
enseñanzas se puede alcanzar.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Director
Oficina Comunicación Social
Arquidiócesis de Xalapa
¡Viva Cristo Rey!
Por: Pbro. José Manuel Suazo Reyes