Uncategorized

La mentira en política

Por Alfredo Bielma Villanueva

CAMALEÓN

Quizás no haya mucho tramo entre mitología y política, pues a través de los años se ha venido complicando hacer la distinción entre ambas creaciones humanas, saber dónde empieza una y donde la otra. Porque, por ejemplo, se percibe muy difícil creer que en verdad Calígula haya nombrado cónsul a su caballo, y más bien ese episodio historiográfico se entiende como una forma de transmitir la muy posible extravagancia del poderoso al nombrar en un cargo público importante a alguien ni medianamente capacitado para desempeñarlo, de eso antes y ahora encontramos una amplia gama de testimonios. Cuando el ejército aliado desembarcó en las costas de Europa y la milicia rusa avanzaba victorioso hacia Alemania, Hitler aún proclamaba la victoria de su ejército (compuesto ya por imberbes adolescentes), pese a la capital en ruinas, ¡no pocos alemanes aún daban crédito a su palabra! Nicolás Maduro, el dictador venezolano, haciendo eco de los largos discursos de su padrino Hugo Chávez, en multitudinarias concentraciones humanas prometía la felicidad al pueblo, que arrobado por la retórica engañosa realmente creía en la bienaventuranza de su futuro, la dramática decepción se refleja ahora en los millones de exiliados venezolanos buscando angustiosamente el pan fuera de su país. Para quienes fuimos testigos de la histórica campaña que llevó a Fidel Castro Ruz, a su hermano Raúl, al Che Guevara, a Cienfuegos, etc., a coronar con éxito el derrocamiento de Batista en Cuba y el triunfo de la Revolución Cubana, aún no alcanzamos a comprender el por qué de la permanencia de una extensión de aquel grupo de rebeldes enquistados en el poder de esa república hermana, formando un gobierno al cual es posible catalogarlo como dé la gana, pero nunca de demócrata. Testigos igualmente de la Revolución nicaragüense que derrocó al dictador Anastasio Somoza, sufrimos pena ajena al observar cómo uno de aquellos entonces jóvenes se ha convertido en desalmado y sanguinario dictador de esa nación centroamericana. Trump ha dicho cientos o miles de mentiras, todas comprobadas como tales, y sin embargo encuentra oídos prestos a creerle entre acaso millones de supremacistas en su país, del “primer mundo”. Aunque no son casos aislados porque en otros lugares ocurre fenómeno semejante, destaca el inefable Bolsonaro, quien a punto estuvo de refrendar su presidencia por el increíble apoyo de sus conciudadanos, muy a pesar de su lamentable desempeño como presidente y desastroso manejo de la lucha contra el coovid-19, reflejado en el tercer lugar mundial de decesos ocasionados durante la pandemia. Más cerca de nosotros, está el caso de la Comisión de la Verdad y Acceso a la Justicia para el caso Ayotzinapa, recientemente puesto en la agenda pública por las declaraciones de Alejando Encinas a un Diario neoyorkino reconociendo el dislate de presentar como pruebas testimonios de cuya veracidad no tuvo cuidado en verificar. Pasado el ojo de la tormenta, quizás confiado en que la porosa mente colectiva no alcanza a almacenar mucha información y pronto olvida, Encinas declaró ayer que se pretende desacreditar el resultado de la investigación ya presentada a la opinión pública mexicana, debido a que se está “sacudiendo viejas estructuras del poder”. No explica, sin embargo, que ya había dado por concluida su investigación y en cambio asegura que continuarán porque el objetivo central es “conocer la verdad de los hechos, encontrar a los muchachos y que haya justicia”.  Ya sin argumentos consistentes, apela al golpe retórico: “Hay reacción porque hay acciones concretas y se dejó atrás la simulación”. Peor aún, olvidando que ya presentó sus conclusiones y dio por definitivamente desaparecidos a los 43 normalistas de Ayotzinapa, ahora insiste en que el objetivo es “conocer la verdad de los hechos, encontrar a los muchachos y que haya justicia”. Este breve sumario podría explicar por qué ya no sabemos o no estemos seguros de discernir dónde termina el mito y dónde empieza la historia, o peor, quizás en toda esa maraña de acontecimientos ya no podemos distinguir entre uno y la otra.