Dentro de siete años, en 2029, se conmemoran los cien años de la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), nacido en Querétaro el 4 de marzo de aquel año; pero solo permaneció en el escenario político 9 años, porque en 1938 fue sustituido como partido de estado por el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), cuya creación fue impulsada por el presidente Cárdenas para deslindarse totalmente de la influencia del llamado Maximato. A su vez, este partido llegó a su fin en 1946, siendo presidente Manuel Ávila Camacho, y en enero de ese año postuló a su primer candidato a la presidencia, Miguel Alemán Valdés, su lema fue la Justicia Social, entonces sus promotores difundieron la idea de que “la Revolución se había bajado del caballo para subirse a un Cadillac”, en simbólico aserto para significar el nuevo rumbo de México orientado hacia la modernidad. Pese a estos hechos incontrastables, con frecuencia inaudita hemos escuchado la versión miles de veces repetida que sitúa la creación del PRI en 1929, cuando no fue sino una argucia política de los ideólogos del priismo para ubicarlo como el sucesor y continuador de los principios de la Revolución Mexicana. De cualquier modo, nadie puede negar que el truco funcionó y que entre otros elementos forma parte del éxito del PRI desde su creación en 1946 hasta el 2000, año de la gran alternancia. Muchos años en el poder sirvieron para acumular una gran reserva de experiencias, útiles para cualquier otro partido y para quienes incursionan en política, no por cierto evadidas por MoReNa, en cuyas prácticas se vislumbra ese aprendizaje y sus acciones guardan los vestigios del rancio bouquet priista. No es difícil comprobarlo: es ejemplar la forma en cómo han aprendido a aplicar la disciplina de grupos, extrañamente raro en un partido alimentado fundamentalmente por cuadros provenientes del PRD en donde se agruparon en “tribus” permanentemente en pugna, pero ahora entonan al unísono la cantaleta de “presidenta” “presidenta” o presidente”, “presidente” en cada ocasión que se les ordena. Este fenómeno se avizora lo mismo en las cámaras legisladoras, donde diputados y senadores votan en automático la consigna que se les “tira”, todo al viejo estilo priista. Por otro lado, los gobernadores han asumido la misma disposición priista de someterse al dictado del presidente de la república, y de su partido. De igual forma, se ha restaurado la metodología que pone a la cabeza de todas las decisiones al presidente de la república y el mando en el Partido es vertical: Presidente- Secretario de Gobernación- presidente del partido; de igual forma, se ha restaurado el procedimiento para designar candidaturas, matizado ahora con el sutil método de las “consultas”. Aparecerán otras semejanzas, que sin duda auspician la tentación de sugerir un renacimiento partidista en México, que parte de la fundación del PNR en 1929, transita hacia el PRM en 1938 y muta a PRI en 1946. Después, como ocurre en cualquier familia, los hermanos se distancian y ponen negocio político aparte, así nació el PRD de cuya sangre y ya bien nutrido renace reactivado en 2014 convertido en MoReNa. La pregunta es válida: ¿estamos siendo testigos del nacimiento de un nuevo partido hegemónico? Si es la misma gata, pero más revolcada solo el tiempo y los acontecimientos lo pondrán en claro. Por ahora es lo que se ve.
MoReNa ¿un avatar priista?
Por: Alfredo Bielma Villanueva