Columnistas

Lo castigó la virgencita…

Por Alfonso Mora Chama

Espacio 13

Lo castigó la virgencita…

*En un Macondo real que penetra en cada mente de los

habitantes, agradecido por las bondades de su líder…

    El dirigente, amado y venerado, sacó de la bolsa izquierda de su blanca y perfumada guayabera, la estampa enmicada de una virgen que, en esta sintonía de reuniones maratónicas de cinco o seis horas, en donde se negociaba el aumento salarial de más de 20 mil obreros, de los complejos petroleros más importantes del país, en ese Macondo que para Gabriel García Márquez, ficticio e imaginable como lo describe en Cien Años de Soledad, de José Arcadio Buendía y Ursula, y que aquí en la gigantesca y descomunal zona petrolera del sur de México, también se había formado el nuevo Macondo en un corto plazo que para la misma gente fue sorpresivo pero aceptable…

     Así fue, en esta llamativa estampa se notaba la mexicana imagen de la guadalupana, la virgen morena que cada mes de diciembre logra reunir a millones de sus creyentes no solamente de México, también de América Latina y católicos de las “europas”. Le gente de Macondo asistía dos días antes del 12 de diciembre hasta la Basílica de Guadalupe, en autobuses de lujo con todos los gastos pagados para venerarla.  A la cabeza del uniformado grupo, el dirigente devoto y piadoso a quien se le seguía todos de rodillas, desde la entrada hasta el altar de la morena. No aparecía pretexto alguno.                

   Esa madrugada de viernes de un año del cual pudo haber sido cualquier otro, los representantes del sindicato, la parte empresarial que seguía al pie de la letra las indicaciones del director de PEMEX, Julio Rodolfo Moctezuma, reunidos una vez más en el “estira y afloja” del aumento salarial de por sí ya satisfactorio pero que tenía que cumplir con las reglas del juego. El confiable líder miraba de reojo a los asistentes que rodeaban sentados la mesa de las negociaciones. De pronto, cuando ya habían transcurrido cuatro hora, recurrió a su virgencita, la pequeña imagen estampada la colocó sobre la mesa y la cubrió con sus morenas manos, mientras cerrando los ojos, oraba y entre dos ronquidos fue despertado por el gerente de los complejos petroleros:

     “Ya amigo, déjate de chingaderas, ni la estampa esa te podrá ayudar”.

    Despertó serenamente, miró de frente a quien con voz encabronada alteraba la reunión y dijo:

    “El 30 por ciento y ya, vayamos a descansar”

-Una sonora carcajada despertó a la mayoría que agotados pedían que terminara la reunión.

-El gerente, ingeniero Romo, “estás loco mi líder, 25 por ciento y sanseacabó”.

-Ni tu ni yo… es decir, ni PEMEX ni mi sección, vamos a un 30 por ciento, sentenciaba el líder.

-¡¡ Correcto… !! dijo el ingeniero Romo, pero no creas que ganaste por esa chingadera, por esa estampita, no mi líder, no. Lo importante, ya llegamos a un acuerdo y a firmar que es la hora de descansar.

-El reloj marcaba las siete de la mañana. A lo lejos la llamarada de los complejos, la tranquilidad del río y el potencial arranque de los lujosos autos de los asistentes a la maratónica reunión y el líder como acostumbraba, no se despedía de nadie. Subió a su camioneta para encaminarse a Macondo y descansar apenas unas cuantas horas, porque la mayor parte del día la dedicaba a la atención de sus obreros.

-Por la tarde, de ese mismo día de la reunión, los vespertinos y un adelantado semanario, daban la noticia del grave accidente del ingeniero Romo. Misteriosamente y cuando se dirigía a su mansión a unos cuantos kilómetros de Macondo, cayó de manera accidental a la zona pantanosa pegada junto al paso del tren y llevado gravemente a un lujoso hospital allá en el fraccionamiento de Pemex, y sin poder responder a las preguntas de sus familiares, porque había tragado lodo y un extraño golpe en la cabeza y en el pómulo derecho del rostro, mostraban las huellas de la caída.

-Me comentaba un colega reportero sureño:

¿ Golpes en el rostro y en la cabeza ?

-Pero en el pantano no hay piedras y los golpes parecen más bien a unos “cachazos”

-Pero las hubo, le dije… las piedras y fueron certeras.

-En el restaurante de conocido hotel, el líder de los petroleros leía la noticia a ocho columnas y cuando le preguntamos de este extraño accidente, alcanzó a responder:

“Lo castigó la virgencita”…

“Le dijo chingadera, la ofendió”.